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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Memoria de Georges el amargado», de Octave Mirbeau

A pesar de los devastadores efectos que está dejando esta crisis –que desde hace muchos meses trasciende lo meramente económico–, la industria editorial sigue su curso; lejos de detener su maquinaria, el número de publicaciones, mejores o peores, más o menos interesantes, aumenta día a día.

Por esta razón, al lector contemporáneo no especializado le es cada vez más difícil elegir un libro, y no resulta muy descabellada la idea de que acabara perdido e incluso desilusionado ante tan vasto abanico de posibilidades.

Pero siempre hay quien te lo pone fácil… Desde que Impedimenta irrumpió en el sector editorial no ha dejado de sorprendernos con sus elegantes diseños de cubierta, en los que el papel afiligranado y las sugerentes imágenes juegan un papel fundamental. Si decidimos acercarnos a echar un vistazo al título y a la información de las solapas, enseguida sabremos que no nos encontramos ante un esfuerzo cualquiera: a poco que indaguemos en el catálogo de esta editorial madrileña, veremos cómo todo un universo principesco (paralelo, y no inferior, al de los inalcanzables Imperator de la literatura universal –V. Woolf, Shakespeare, Faulkner, Cela, etc.–) se presenta ante nosotros casi sin estrenar y listo para ser descubierto, aunque desde luego, no inédito: de eso se encarga Impedimenta.

Hoy pongo la atención sobre una de estas joyas: Memoria de Georges el amargado, de Octave Mirbeau.

“El más grande escritor francés contemporáneo”, “El único profeta de este tiempo”.

Ambas caracterizaciones pertenecen, ni más ni menos –y respectivamente–, a Tolstoi y Apollinaire, en las que juzgan generosamente la labor literaria y cultural de Octave Mirbeau, quien nace en Trévières (1848), pequeña ciudad de Normandía. Comenzó su vida creativa ejerciendo de periodista para los bonapartistas y como negro literario. Su primera novela ‘propia’ es Le calvaire, fechada en 1886, en la que se narra de modo explícito la pasión desatada del narrador por una mujer llamada Juliette, trasunto de un amor real del autor.

En 1888 sale a la luz L’Abbé Jules, la primera novela dostoievskiana y prefreudiana de la literatura francesa. Dos años más tarde, Mirbeau narra sus propias experiencias traumáticas como estudiante en un internado de jesuitas, documento que enseguida fue catalogado de escandaloso al incluir escenas de violaciones de adolescentes por parte de sacerdotes.

Poco después de que se desencadenara el caso Dreyfus, Mirbeau acentuó su marcado pesimismo y publicó varias novelas de gran éxito en todo el mundo, como la que hoy nos ocupa (Memoria de Georges el amargado, de 1899), El jardín de los suplicios (también publicado en Impedimenta), Diario de una camarera y Las veintiuna jornadas de un neurasténico, todas ellas redactadas entre 1899 y 1901.

Mirbeau muere en París en 1917 (Cementerio de Passy), no sin antes haber sido catalogado de anticlericalista radical, pacifista y antimilitarista, y tras haber conseguido que su obra se traduzca a más de treinta idiomas.

“Yo he sido el eterno prisionero de mí mismo”.

La personalidad del personaje central que Mirbeau pone en juego en Memoria de Georges el amargado representa un tipo quizás extraño para el lector contemporáneo, y por eso, muy atractivo desde el punto de vista histórico. Por otro lado, el carácter extemporáneo de Georges parece reflejar, sin embargo, todos aquellos interrogantes que cualquier ser humano se plantea una y otra vez a lo largo de su vida, sin que por ello pueda ofrecer una paz definitiva a un ánimo que no cesa de dar vueltas a las principales cuestiones de la existencia. Y quizás sea este constante retorno a lo inevitable lo que, a la vez, permita al lector reconocer en Georges un espíritu afín.

Es curioso que, a pesar de que nos encontramos ante un autoanálisis en forma de memoria de vida novelada, el propio protagonista confiese al comienzo de su historia que huye “de todos los espejos, de todas las superficies pulidas y reflectantes en las que pudiera, de repente, hallarme cara a cara conmigo mismo, pues yo siempre evito verme. De entre todos los espectáculos, el espectáculo de mi propia persona es el que más me repugna”.

Y es que no sólo hemos de pensar, como podría ocurrir en un primer momento, en la apariencia física de Georges, que él describe con desdén y compadeciéndose de sí mismo al comienzo de su testimonio, sino en un espíritu que sufre y que se ve fatalmente atormentado por tener que hacer frente a la perentoriedad del presente, y sobre todo, a las acciones cometidas en el pasado.

Pero de repente, la sorpresa…: “Hoy, por casualidad, me he mirado en un espejo. […] ¡Y me he encontrado conmigo mismo, me he cruzado conmigo mismo, como cuando nos encontramos o nos cruzamos con un desconocido!”. Será en esta mirada hacía sí mismo que, sin embargo, se desea evitar a toda costa, donde Georges encuentre motivo de reflexión y donde arranca el relato de sus cuitas…

La novela de Mirbeau no es aséptica; ni lo es de hecho ni quiere serlo. El lector que se acerque a esta Memoria dará con todo un elenco de temas absolutamente actuales que provocarán gracia, desacuerdo, compasión, rabia o desazón, pero en ningún caso indiferencia: reflexiones sobre el destino y la política, matrimonios malhadados, asesinatos, la oposición entre mundo exterior y espíritu o la relación entre seres humanos son algunos de los asuntos que Mirbeau trata magistralmente a través de cuanto le ocurre a su personaje, en una novela entretenida, presentada en magnífica edición y que, como digo, dejará con ganas de más…

Pr Carlos Javier González Serrano