El otro, A la rica marihuana y otros sabores (1967), fue uno de los títulos más llamativos –por motivos obvios- de la editorial Anagrama, cuando lo publicó por primera vez, allá en 1977, dentro de su entonces indispensable y rompedora colección Contraseñas, en compañía de autores como Hunter S. Thompson, Tom Wolfe, William Burroughs, Richard Brautigan, Philip J. Farmer, y otras vacas sagradas del underground, la modernidad, la posmodernidad y el Nuevo Periodismo. Antes de descubrir a Tom Sharpe y las portadas de línea clara, Contraseñas, con sus potentes cubiertas de grafismo psicodélico, fue la colección adalid de una brillante contracultura de los años 60 que nos llegaba con diez años de retraso… Pero nos llegaba, caramba.
Si Candy, como no podía ser de otra manera formando parte de las sicalípticas publicaciones del erudito erotómano Maurice Girodias, era una puesta al día de la tradición erótico-festiva y picaresca de clásicos como Fanny Hill o Moll Flanders, pasada por la batidora beatnik y pre-psicodélica, A la rica marihuana…, reunía una serie de artículos y relatos, aparecidos en las páginas de revistas como Esquire, Harper´s Bazaar, The Paris Review y otras, que repasan la geografía psicológica y social de la contracultura americana de los 50, sin haber perdido hoy un ápice de su frescura, ingenio y atrevimiento, que va de la crónica periodística a la fábula fantástica.
Pero eso era todo. Por lo demás, casi nadie sabía quién era, realmente, aquél tipo que aparecía siempre asociado al Nuevo Periodismo, las drogas, el sexo, la narrativa posmoderna americana, y otras variedades socioculturales del otro lado del océano, que inquietaban y molestaban un poco a los viejos amantes de la “buena” literatura. Quizá por su aire eternamente juvenil, gamberro y socarrón; por su vocación experimental, satírica y deconstructiva, que ponía –y sigue poniendo- en solfa las actitudes más pedantes, pretenciosas y academicistas del mundo literario en particular y cultural en general. No siempre Burroughs, Vonnegut, Wolfe, Kesey, Vidal, Barthelme o Thompson fueron bien considerados entre nosotros –ni entre sus compatriotas-. Tuvieron que pasar muchos años y paños para que entraran a formar parte del Canon literario moderno, y no todos lo han hecho. Algunos, han vuelto al olvido, en un nuevo milenio poco dispuesto a recordar los años 60 y 70 del siglo pasado. Pero otros, como el propio Southern, en realidad nunca lo consiguieron del todo. Tal vez, porque su feroz sentido auto-crítico le impidió tomarse tan en serio a sí mismo como, con el paso del tiempo, lo han hecho muchos de sus compañeros de viaje y colegas.
Sea como fuere, a Southern lo fuimos descubriendo, algunos, a través de su sorprendente y promiscua presencia en el mundo del cine. Un mundo que a menudo, también, parece limitarse a directores y estrellas, cuando, en realidad, tanto depende de cerebros en la sombra como el del asombroso Southern. Una pequeña lista de los filmes en los que participó Terry Southern como guionista, a veces sin figurar siquiera en los créditos, nos dará una idea aproximada de su importancia real: ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove. Kubrick, 1964), Los seres queridos (The Loved One. Tony Richardson, 1965), El coleccionista (The Collector. Wyler, 1965), El rey del juego (The Cincinnati Kid. Jewison, 1966), No hagan olas (Don´t Make Waves”. Mackendrick, 1967), Casino Royale (1967), Barbarella (Roger Vadim, 1968), Buscando mi destino (Easy Rider, 1969), Si quieres ser millonario no malgastes el tiempo trabajando (The Magic Christian, Jim Sharman, 1969), End of the Road (Aram Avakian, 1970) y The Telephone (Rip Torn, 1988). En ellos trabajó, en mayor o menor medida, con maestros como Kubrick, con quien trabó duradera amistad, Evelyn Waugh, Wyler, John Fowles, Ring Lardner, Mackendrick, Huston, Jean-Claud Forest, Jack Nicholson, Joseph McGrath, Peter Sellers, Los Beatles, John Barth… En dos ocasiones, gracias a ¿Teléfono Rojo? y Buscando mi destino fue nominado al Oscar como mejor guionista.
A la vista de esta impresionante carrera en dos continentes, resulta evidente que sin Terry Southern, que después pasaría a sobrevivir durante los años 80 como guionista y colaborador del Saturday Night Live, la comedia loca, iconoclasta, extravagante y psicodélica de los 60 nunca hubiera existido, o, al menos, no habría sido la misma. Y es que Southern fue, sobre todo, un humorista. Ese término que todavía hoy puede parecer y resultar peyorativo, casi mal visto, en el mundillo literario y cultural, a pesar de que lo lleven –quieran o no- colgando a sus espaldas autores como Cervantes, Swift, Fielding, Sterne, Dickens, Thackeray, Twain, Wilde, Gogol, Jarry, Bierce, Carroll, Jerome K. Jerome, S. J. Perelman, Thurber, Bulgakov, Kennedy Toole, Wodehouse y tantos otros, algunos de los cuales, obviamente, superan la categoría de humoristas… Simple y sencillamente porque el humor, en sí y a su mayor altura, supera cualquier categoría.
De la misma forma, Terry Southern, maestro reconocido del humor negro y la sátira, supera las etiquetas sin por ello dejar de ser uno de los máximos exponentes de la mejor y más salvaje novela humorística contemporánea. Con una obra literaria breve (seis libros en total), mereció, sin embargo, los mayores elogios por parte de compañeros de profesión como Kurt Vonnegut, Gore Vidal, Norman Mailer o Edmund Wilson, entre otros muchos, y ahora, por fin, poco a poco, sus novelas van siendo traducidas al castellano, editadas de forma digna y adecuada. Junto a una reedición de A la rica marihuana, con nueva traducción para la Editorial Swing, hay que reseñar con entusiasmo la publicación de El cristiano mágico, su segunda novela tras la inédita Flash and Filigree (1958), publicada en 1959 y llevada al cine, contando con la colaboración del propio Southern, en 1969, en una delirante versión que trasladaba la acción a Inglaterra, a mayor gloria de Peter Sellers. Publicada por la editorial Impedimenta, con traducción de Enrique Gil-Delgado, El cristiano mágico sigue siendo una joya de la sátira contemporánea, con el mismo sarcasmo demoledor de un Swift o las caricaturas de Grosz, pero con la desbocada imaginación kafkiana y surrealista característica de su autor, que no retrocede ante lo escatológico o lo grotesco, y le aproxima a veces al mundo de Robert Crumb y el mejor comix underground. Por su parte, Valdemar, en su colección Intempestivas, que recoge como la dejan y puede el testigo de la contracultura que Contraseñas abandonara hace ya tanto, ha publicado a su vez Blue Movie (1970), con el apropiado título de Una peli porno, en traducción de Marta Lila Murillo. Una mirada salvajemente divertida, erótica e iconoclasta al mundo de Hollywood, basada en las propias experiencias del autor, y que parte de la idea expuesta un buen día por su amigo Kubrick sobre la posibilidad de filmar “una peli porno que sea buena”. Desopilante, sicalíptica hasta lo pornográfico y llena de guiños, roman a cléf eróticofestivo y sátira del delirante mundo cinematográfico de los 60 y 70, con sus coproducciones, su eurotrash, y su fusión y confusión entre la exploitation y el Arte y Ensayo, Una peli porno es Terry Southern en estado puro.
Confiemos –aunque no haya motivo para ello-, en que este rescate de la obra literaria de Southern prosiga. No solo para que su autor pase en nuestro país a conseguir la consideración que merece, a la altura de compatriotas como Vonnegut, Vidal, Brautigan, Barth, Kesey y otros más conocidos, sino, sobre todo, para que podamos resucitar el espíritu y la letra salvajemente divertidos, ácidos y desinhibidos de una época que cada vez se aleja más y más de nuestro oscuro, puritano, sombrío y empobrecido –económica y culturalmente- mundo de hoy. Donde, sin embargo y por desgracia, la moraleja ferozmente anti-capitalista, anti-consumista y libertaria de la obra de Terry Southern, cinematográfica y escrita, sigue siendo perfectamente pertinente. Y más necesaria que nunca.
Por Jesús Palacios