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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Acabo de terminar de leer ” La juguetería errante”, cuyo título en una versión más antigua era ” El bazar diabólico”, de Edumund Crispín.
Como habéis podido comprobar, se trata otra vez de una novela inglesa, ¡otra más!, creo que no puedo disimular mi gusto por esta literatura, por la literatura anglosajona en general, pero me comprometo a que el próximo libro que reseñe, no será ” british”.
Llevaba tiempo queriendo leer esta pequeña novela, la tenía un poco apartada e iba dejándola para algún rato en el que relajarse, porque ” la Juguetería errante” es un libro ameno, divertido, pero inteligente, que una cosa no tiene porque excluir a la otra.

Nos cuenta la historia de un joven poeta, Cadogán, que,un poco aburrido, quiere experimentar sensaciones nuevas, y, como no tiene dinero, decide irse a pasar unos días a Oxford , no porque piense que allí va a encontrar algún tipo de emociones( como luego ocurrirá), sino para huir del ” tedioso” Londres.
Después de varios contratiempos llega a su destino, la noche está muy avanzada, y en una de sus desiertas calles , va a encontrar la puerta de una tienda de juguetes abierta. Picado por la curiosidad , entra en ella y se encuentra con un cadáver , antes de que pueda reaccionar recibe un golpe en la cabeza que le deja sin sentido . Cuando despierta y avisa a la policía ven que tal tienda de juguetes no existe , como tampoco hay ningún muerto.
Por todo lo anterior , no le hacen ningún caso, por lo que Cadogán, junto con su amigo Gervasio Fen(inteligente y excéntrico profesor de Oxford, deciden investigar el misterio, y lo resuelven, claro.

Esta novela, a la que se la puede catalogar como ” novela de misterio”, no es como las que se suelen encuadrar en este género,tiene un cadáver, un misterio que resolver, unos detectives aficionados, unos malos, malísimos ….pero todo esta llevado con un gran sentido del humor,y una jovialidad que le da a la trama una ligereza deliciosa, aunque le quite un poco de emoción. Al final, nos importa bastante poco quien es el asesino, pero nos mantiene pegados a su lectura, la frescura e inteligencia de sus líneas.

Está escrita alternando descripciones preciosistas, junto con diálogos rápidos, que le dá al argumento una agilidad a veces vertiginosa, que nos hace correr con los protagonistas de acá para allá por los rincones de Oxford.

“De los fuliginosos árboles, cuyas hojas secas y doradas brillaban al reflejo de los rayos de un sol otoñal, huyeron bandadas de asustados pájaros. En la lejanía un perro comenzó a aullar…”

“Mientras caminaba admiró los efectos del pálido claro de luna en las feas casas de ladrillo, con sus diminutos senderos de asfalto, sus barandillas de hierro y sus cortinas de encaje, y en las abiertas ventanas de las capillas metodistas.”

Los retratos de sus personajes, aparecen una colección de ellos, de lo más variopinto,están tratados de una manera muy original y divertida:

“Era delgado, de pronunciados rasgos, con cejas ceñudas y ojos oscuros. Su apariencia calvinista engañaba, porque en realidad era agradable, nada quisquilloso y romántico”.

“Su perfil era casi un puro semicírculo; las oscuras cejas crecían hacia su calva cabeza; tenía la nariz ganchuda y su barbilla se prolongaba fofa y lastimosamente hasta unirse al cuello”.

“El aspecto del señor Rosseter, si bien asiático, no justificaba la semítica promesa de su nombre de pila. Era un hombre pequeño y cetrino, con unas tremendas y protuberantes mandíbulas, frente ancha, el cráneo calvo, gafas con montura de concha y pantalones que le quedaban un poco cortos. Sus ademanes eran bruscos y disfrutaba de una desconcertante destreza para quitarse los lentes bruscamente, limpiarlos velozmente con un pañuelo que se sacaba de la manga y reponerlos con la misma rapidez sobre su nariz. Su aspecto no denotaba mucho carácter, y quien lo veía por vez primera sospechaba que sus habilidades profesionales no pasarían de ser mediocres.”

Está llena de párrafos llenos de ironía :

sin excesiva pena hubiera sacrificado su esposa a la regeneración de un eminente poeta o a cualquiera por cualquier razón. Elsie era a veces muy molesta…

Cadogán, joven poeta dice:

“Repito que me siento viejo y cansado. Actúo con cálculo, tomo medidas de previsión para el porvenir. Esta mañana me sorprendí a mí mismo pagando una factura tan pronto como me la presentaron. Todo esto debe concluir”.

Oxford! —Cadogan prosiguió con su rapsodia—. Ciudad de ensoñadoras cúpulas, sembrada de campanas (una verdadera locura), seductora por sus alondras, atormentada de cuervos y rodeada de ríos. ¿Ha pensado usted alguna vez que el genio de Hopkins consistía en ordenar las cosas desordenadamente? Oxford, cuna de una juventud en brote. No, esto era Cambridge, pero no importa. Naturalmente —

En los diálogos juega con el absurdo:

Me hice profesor —contestó Fen con firmeza— a causa de mis enormes habilidades escolares y mi ingenioso y poderoso cerebro.

—Me escribiste entonces que fue sólo cuestión de hacer intervenir a unos cuantos viejos amigos.

—¡Oh! ¿Es verdad? —dijo Fen, sintiéndose incómodo—. Bueno, todo eso no importa ahora. ¿Has desayunado ya?

Buenos días, señor —dijo el tendero amablemente—. ¿En qué puedo servirle?

—¡Oh! —dijo Fen, que miraba con curiosidad a su alrededor—. Quiero una libra de… —buscó en su cerebro algo que le conviniera—, de sardinas.

Indudablemente, el hombre se vio sorprendido.

—Lo siento, pero no las vendemos al peso.

—Una lata de arroz entonces —Fen frunció el entrecejo acusadoramente.

—¿Cómo, señor?

Para terminar os copio unos párrafos de una reseña tomada del blog “decimavictima”, que resume muy bien todo lo que se podría decir de esta novela:

“Hay momentos en verdad desternillantes: la persecución final por las calles de Oxford es de locos, pero es que la persecución de “la señorita joven y guapa”, con irrupción en una capilla, no es menos descacharrante. Todos los personajes tienen su instante de gloria y están maravillosamente dibujados por Crispin: Richard Cadogan, el poeta de éxito aburrido que está deseoso de correr aventuras y que se embarcará en una que le hará pensar que ojalá no hubiera salido nunca de su cómodo jardín; el estrambótico y fervoroso janeausteniano señor Sharman; el estudiante Hoskins, de mirada cansada y magnífico conquistador con su pose de no interesarle nada, convertido en ayudante para todo; el viejo profesor Wilkes, que uno no sabe si se apunta a la desquiciada aventura para ayudar o para acabar con todas las reservas de alcohol de la nación; la joven y pizpireta Sally Carstairs, involucrada en un lío del que nuestros héroes harán todo lo posible por ayudarla a salir; el abogado Rosseter, tan ladino como despreciable; y, en fin, toda una cohorte de médicos que cuando no están borrachos son medio criminales, de estudiantes que se pasan el día en los bares o de fiesta en fiesta, de viejas señoronas extravagantes y dictatoriales, de policías que no se enteran de nada y que parecen más preocupados por explicar a Shakespeare que por detener criminales, de editores avaros… Y por supuesto Gervase Fen, el rey de los personajes estrambóticos, y su peligrosísimo, cuando él está al volante, coche al que ha bautizado Lily Christine III. Todo un maravilloso y enloquecido despliegue ante el cual resulta imposible no devorar cada una de las páginas de este libro.

Hay bromas dirigidas al lector, bromas sobre el propio autor, sobre los posibles títulos del libro que estamos leyendo, y en todo momento está plagado de citas cultas tomadas y usadas para hacer chistes con ellas. El ambiente tan culto como pedante de la archiconocida ciudad universitaria atraviesa cada párrafo y le da al conjunto una atmósfera de erudición que jamás deja de ser gamberra y divertida. La misma trama de misterio tiene como clave fundamental el uso de algunos poemas del gran Edward Lear, el capitán del nonsense.

En fin, toda una gozada este libro de Edmund Crispin.