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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Mircea Cartarescu: «Mi mundo tiene el diámetro de mi cráneo»

Mircea Cartarescu es uno de los más destacados escritores rumanos de la actualidad, y más conocidos y celebrados en Europa. Nacido en 1956, ha publicado en España varios de sus libros de relatos, entre ellos Por qué nos gustan las mujeres (Funambulista), Lulú y El ruletista (Imperdimenta).

Esta última editorial acaba de publicar Nostalgia, y para el próximo año tiene en cartera Las bellas extranjeras, mientras Bartleby publicará una amplia selección de su poesía, bajo el título Una moto aparcada bajo las estrellas. De su obra más ambiciosa, la trilogía Cegador, se ha publicado un primer volumen en español, traducido del alemán. Con motivo de todas estas ediciones El País envió a Cartarescu, y éste respondió, el siguiente cuestionario:

Pregunta. Creo que publicó Nostalgia en 1989, el ultimo año del régimen comunista. ¿Fue una mera coincidencia? Para entonces ya había escrito usted su primer libro de poemas, El Levante. ¿Cómo le afectó, como escritor (quiero decir, no sólo como ciudadano) la caída del régimen, el cambio de atmósfera que se produjo cuando usted tenía ya 33 años?

Respuesta. De hecho Nostalgia se publicó dos meses antes de la revolución rumana. Pero lo escribí cinco años antes. Se publicó tras una larga lucha, y completamente mutilado por la censura. Hasta entonces ya había publicado tres conjuntos de poemas, también censurados. El mejor de ellos, ‘El Levante’, un largo poema narrativo, ya estaba escrito, pero no publicado por entonces: era un libro sobre un dictador, así que ni siquiera se me ocurrió intentar publicarlo en Rumanía.

Bueno, los tiempos eran terribles, pero por entonces yo vivía más en los libros que en la realidad y despreciaba la locura política del comunismo rumano, que en realidad era una forma de fascismo. En realidad sentía que el régimen me había robado la juventud. En cuanto a mi literatura, no ha cambiado en absoluto desde cuando tenía veinte años y ahora. No depende (aunque le influya) de los cambios políticos. Mis temas siempre han sido los mismos: yo y mi mundo, que tiene el diámetro de mi cráneo.

P. ¿Cómo se hizo escritor? ¿Leyó un libro, siendo adolescente, y decidió que quería hacer algo similar? ¿tuvo acceso, de joven, a los autores de su país de antes de la Guerra (que por cierto están llegando ahora a España al mismo tiempo que los autores contemporáneos: Razvan Pavel, “con” Dan Petrescu, Dan Lungu con Camil Petrescu, Mateiu Caragiale con Mircea Cartarescu…)?

Los tiempos eran terribles, pero por entonces yo vivía más en los libros que en la realidad y despreciaba la locura política del comunismo rumano, que en realidad era una forma de fascismo. En realidad sentía que el régimen me había robado la juventud. En cuanto a mi literatura, no ha cambiado en absoluto desde cuando tenía veinte años y ahora

R. Uno no se convierte en escritor, lo eres o no lo eres. Todo lo que te ocurre en la vida, desde amar a una mujer hasta la lectura de un libro, desde mirar el fluir del agua a luchar por la libertad, confirma que eres un artista o que no lo eres. A los 25 años yo podía decir como Mallarmé: He leído todos los libros. Por entonces solía leer entre seis y ocho horas al día. Como Kafka, sentía que “después de todo, no soy otra cosa que literatura”. En los años 60 y 70 podías encontrar todos los libros, clásicos o contemporáneos, traducidos al rumano. Leí a Borges, Musil, Márquez, Thomas Mann, Rilke, Musil, Sabato, Faulkner, Calvino, Kafka, Eco, Updike, Ezra Pound, Robbe-Grillet, Allen Ginsberg y todos los demás, teoría literaria (Starobinsky, Roland Barthes, Poulet, Todorov), filosofía y teoría de la cultura (Levy-Strauss, Marcuse, Heidegger), teoría del arte y crítica de arte. Todo se publicaba en colecciones estupendas y muy accesibles. No se imagine que Rumanía era Corea del Norte. El sistema educativo también era muy bueno, mucho mejor que el actual.

Por supuesto teníamos acceso a la obra de los escritores rumanos de los 30 y los 40. Además, lo estudié en la facultad. Había algunas excepciones. Emil Cioran, por ejemplo, se leía sobre todo en ediciones antiguas. Los escritores disidentes que abandonaron Rumanía ya no se publicaban en el país, pero nos quedaban los demás. En nuestra cultura el estalinismo se limitó a los años 50. Los escritores y artistas rumanos lucharon por preservar la cultura en buena forma incluso en los años 80, cuando la censura se endureció.

P. En sus obras, en muchos de sus relatos protagonizados por niños o jóvenes, aparecen como elementos secundarios signos de la cultura pop occidental: moda, rock, incluso literatura americana. ¿Es una licencia literaria o realmente los chicos de su generación escuchaban a los Rolling y a Led Zeppelin?

R. En el instituto solo me interesaban los libros, y la cultura rock la descubrí más tarde. Pero por entonces todos los jóvenes éramos beatniks. Todo el mundo escuchaba The Beatles, Bob Dylan, Led Zeppelin, The Rolling Stones, todos llevábamos tejanos y melena. Es verdad que los policías llevaban tijeras y atrapaban a los jóvenes en la calle y les cortaban el pelo. O incluso rasgaban las minifaldas de las chicas. Teníamos una cultura underground tolerada (aunque muy a disgusto) por el régimen: bandas de rock muy populares como Phoenix o Red and Black, artistas visuales y jóvenes poetas que eran criticados pero aún así podían publicar y exponer su obra.

Mi generación literaria (llamada “la generación en tejanos”) se formó en círculos literarios: teníamos una cita semanal en Bucarest, era el famoso “Círculo de los lunes”, y recitábamos nuestros poemas, que eran muy similares a los de la Beat generation de San Francisco. Todos éramos anti-stablishment y nos burlábamos de la cultura oficial. Y por eso nuestro Círculo fue ilegalizado. Pero tuvimos nuestro underground, a pesar de la dictadura. Éramos jóvenes, teníamos una absoluta libertad interior y estábamos completamente abiertos al amor y a los empeños artísticos.

P. Cuando escribió su muy celebrado relato El ruletista –primer capítulo de Nostalgia, también publicado en España independientemente: la historia de un jugador de ruleta rusa que apuesta reiteradamente su vida poniendo en el cargador del revolver dos balas, y luego tres, y luego cuatro…- ¿Supo que era una idea original especialmente ingeniosa, es decir, el tipo de relato que impacta la imaginación no sólo de los lectores de literatura sino a cualquier persona, incluidos los analfabetos?

R. Bueno, ‘El ruletista’ sólo es el prefacio de Nostalgia, como ‘El arquitecto’ es el postfacio. Son dos historias lineales, dos parábolas metafísicas que ilustran el poder del pensamiento asintótico. ¿Cómo alcanzar el infinito en solo unos pasos? Mi modelo fue el famoso problema del inventor del ajedrez, que le pidió al califa sólo un grano de trigo por el primer cuadrado, dos por el segundo, cuatro por el tercero, ocho por el cuarto, etcétera. O: ¿cuántas veces has de doblar una hoja de papel para que su grosor vaya de la tierra a la Luna? (la respuesta es 50 veces). Así, este tipo de relato es una herramienta para alcanzar el cielo con la mano, en sólo muy pocos movimientos. Para esto usé mi capacidad mental más que mi capacidad de hacer obras reales, redondas y complejas.

P. El elemento onírico, los ambientes de sueño, el paso de la vida real a la pesadilla, simultáneamente con una prosa realista muy detallista y descriptiva, es marca de fábrica de su estilo. Pesadillas surrealistas, realidades subterráneas, actividades secretas, túneles y espacios bajo la ciudad, arquitecturas extrañas… ¿El sueño es una forma de escapar de una realidad insoportable, a menudo sólo para caer en algo peor? ¿O cuadra con cierta tradición de la literatura rumana? Me refiero a autores relativamente recientes como Ana Blandiana o Petru Dimitriu, el autor de «Incognito».

R. No tiene mucho que ver con Blandiana y Dimitriu. La literatura fantástica ha sido siempre la tendencia más importante de la prosa rumana. De hecho, somos una cultura de poetas. La tradición onírica y fantástica empieza con Eminescu (el Goethe y el Schiller de los rumanos, al mismo tiempo) y tiene grandes representantes a lo largo del tiempo en Mircea Eliade, Voiculescu, Gellu Naum y muchos otros. De hecho nuestra literatura es muy similar a las suramericanas. Muy surrealista, muy experimental, pero aún así social y satírica.

P. ¿Cómo descubrió a Borges y García Márquez, por mencionar dos nombres que aparecen en alguno de sus libros? ¿Qué importancia tiene para usted la literatura española o suramericana?

R. Mi héroe es Sábato, su trilogía es una Divina Comedia de hoy día. Pero creo que Borges y Cortázar han sido más influyentes. Hay algunos libros de Márquez que es imposible superarlos. Y Vargas Llosa ha Ganado el Nobel más merecido de los últimos diez años. Sí, me encuentro a gusto con ese tipo de prosa, aunque mi objetivo es diferente y sigo otro espíritu. De hecho mi libro más importante en prosa, Orbitor (Cegador) no tiene nada que ver con el realismo mágico.

P. Me choca que los relatos, altamente literarios y más melancólicos que alegres, de Por qué nos gustan las mujeres se publicasen en la versión rumana de la revista Elle. ¿Quizá allí las publicaciones comerciales no estén tan claramente separadas como aquí de las obras de carácter artístico?

R. Sí, algunos se publicaron en Elle. Esto se debe a la orientación feminista que tenía cuando se publicaron. Siempre he luchado contra cualquier tipo de discriminación. ¿Le choca? Lo que sí fue un shock en mi país fue cuando escribí artículos contra la discriminación de la mujer, de los gitanos, o de las personas gays o lesbianas. Me lapidaron por hacerlo. Rumanía no está bien preparada para aceptar la igualdad de derechos entre las minorías y la mayoría. “Por qué nos gustan las mujeres” es un homenaje a lo que yo llamo la parte mejor de la humanidad, nuestras madres, nuestras amantes y nuestras hijas.

P.—A propósito, tanto en Lulu como en Los gemelos, donde reaparece brevemente el personaje de Lulú, usa el personaje del travestido o transexual como catalizador del hundimiento de la personalidad del protagonista.

R. El mito del andrógino es uno de los principales artefactos de mi obras. Está presente por todas partes. Yo creo que todos somos andróginos, todos somos bisexuales, aunque sólo sea mentalmente. Todos los hombres llevamos dentro a una hermana reprimida, y todas las mujeres a un hermano reprimido, y yo muchas veces he sentido que tenía que liberarla de mí y darle voz. También en el mejor relato de mi libro, titulado REM, oyes la voz de mi hermana oculta.

P. Su trilogía Orbitul (Cegador) no ha tenido buena suerte en español, pero pronto habrá una nueva edición traducida directamente del rumano, lo que en libros de esta clase es fundamental. Es su obra maestra y la más ambiciosa hasta la fecha.

R. Lo he escrito durante catorce años y tiene 1500 páginas. De hecho es un poema, uno de los más largos de la historia. La acción cubre doscientos años y está ambientada en Nueva Orleans, Amsterdam, Bellagio y por supuesto Bucarest. Es una novela con la forma de una mariposa, el primer volumen se titular ‘El ala izquierda’, el Segundo ‘El cuerpo’, y el tercero ‘El ala derecha’. Es una novela total, una novela sobre todo un gran arco entre lo divino y lo humano.

P. Tengo entendido que publica también su dietario. ¿Qué temas comenta en él? ¿La vida privada, la política, la vida literaria y las lecturas, o las tres cosas? ¿Sigue el modelo de Cioran, de Léautaud, u otro diferente?

R. Hasta ahora he publicado tres volúmenes de mis diarios, y ya tengo la primera traducción de uno, al sueco. Escribo un diario íntimo desde que cumplí 16 años. Ya tengo varios miles de páginas. Puedo imaginarme sin escribir poesía ni prosa, pero antes me muero que dejar de escribir mi diario. Es el tronco del que se desarrollan los otros libros, como ramas. Todos los ineluctables tropismos de mi mente son el cuerpo de mi diario. Anoto ahí todos mis pensamientos, mis fantasías, todas mis lecturas, todos mis actos. Cuando escribo un libro, lo cubro con un halo de sensaciones y pensamientos conectados a ese libro. Cuando estoy desesperado o infeliz, me doy con la frente contra el diario como si fuera el muro de las lamentaciones. Cuando estoy contento, no escribo nada en él.

Por Ignacio Vidal-Folch