Fernando San Basilio es un narrador de primer orden, un estilista excepcional con voz propia, personalísima, cercana al costumbrismo, que dará mucho que hablar en los próximos años porque escribe con esa difícil sencillez a la que se refería Garcilaso. Es recomendable leer con calma sus obras para sentir la musicalidad del idioma, las reflexiones que elabora con materiales de la realidad inmediata. Su última novela, El joven vendedor y el estilo de vida fluido, es una de las más desenfadadas, frescas y divertidas de 2012, y una de las mejores del año para ¡A los libros!
¿Lleva usted un estilo de vida fluido?
Absolutamente. Cuando algún aspecto de mi vida no me resulta satisfactorio, chasqueo los dedos, doy un paso atrás y dos adelante y, ¡zas!, ya empieza a operar el cambio.
Sus tres novelas son distintas reflexiones sobre el mundo del trabajo. ¿Es la reacción de quien ha dedicado parte de su vida a hacer aquello que no quería?
Bueno, trabajar consiste en hacer algo que no te apetece o que al menos no te apetece hacer siempre (por ejemplo, escribir). Quiero decir que todo el mundo hace, básicamente, aquello que quisiera no hacer y supongo que por eso es tan popular y está tan reivindicado, de unos años acá, el cuento de Bartleby y el bartlebismo mismo. Y bueno, reflexiono sobre el trabajo pero también sobre el no-trabajo, y sobre algo que me interesa mucho y que también es un trabajonotrabajo -un trabajo muy curioso-, me refiero a la gente que se dedica a hablar sobre trabajo pero por supuesto el trabajo de los demás, ya sabes, todos esos charlatanes del coaching, el liderazgo y la gestión del talento. Todo eso me parece una gran broma: mientras estás gestionando el talento y posibilitando el liderazgo no trabajas, quiero decir que no despachas en una tienda ni pones cafés ni amasas pan sino que tienes un trabajo casi divino.
Ha trabajado en varias librerías, como periodista, enseñando español a extranjeros y vendiendo corbatas, entre otros empleos. ¿Ya sólo se dedica a escribir?
No. Hago todas esas cosas de manera intermitente por necesidad. Nunca dejo de hacer nada. Incluso para dejar ciertos trabajos soy inconstante.
¿Es el de librero el oficio más hermoso del mundo, todo el día rodeado de libros?
No es ni el oficio más hermoso del mundo ni el más antiguo. Además, no estás sólo rodeado de libros. Nadie te pagaría por ello. Ni siquiera aunque fueras bibliotecario. También estás rodeado de personas y de clientes o de usuarios y de teléfonos y de cosas por hacer.
Consumo, luego existo.
Sí, pero no sé si esto es algo tan nuevo, sólo es contemporáneo. Antes era hago trueque, luego existo, y pago el diezmo, luego existo. Piensa mal y existirás.
¿Ha muerto el periodismo?
El periodismo ha muerto, ¿viva el periodismo? Pues no lo sé, la verdad: no sé por qué nos empeñamos en decir que sí, que otro periodismo es posible y que en el futuro esto y en el futuro lo otro. En el futuro nada porque el sol se apagará dado que nada es para siempre –lo acabo de ver en un documental sobre el origen del cosmos pero ya lo sospechaba- y se acabará la vida sobre este planeta. Pero antes, un poco antes, da la impresión de que se acabará el periodismo porque las dos cosas que lo sustentan, sus dos razones para existir, que son la publicidad y la capacidad de incidir en la gente o, dicho menos finamente, de manipular, también desaparecen. Yo creo que los medios de comunicación tiene una capacidad de manipular –decidir el voto de la gente, animarles a comprar este libro- cada vez menor. Y ahora lo fiamos todo a Internet: hay que conseguir que Internet sea rentable para los medios, hay que conseguir que Internet sirva para vender libros. ¡Pero si a lo mejor Internet dentro de dos semanas también se muere y es como el fax! Seguro que cuando salió el fax alguien dijo “Dios mío, esto es el fin del periodismo tal y como lo conocemos, ¿quién va a bajar a comprar el periódico si ahora hay una máquina que te lo imprime en casa con sólo apretar un botón?” Pero me estoy contradiciendo, yo creo que el periodismo morirá, pero no por culpa del fax ni de Internet sino porque el sol se apagará.
En una entrevista realizada por la periodista Charo Ramos y publicada en los periódicos del Grupo Joly, dijo que el mundo se parecerá a Blade Runner. ¿Por qué tiene esa idea?
Eso me pregunto yo: ¿por qué? Bueno, primero por lo que he dicho antes de que el sol se apagará y en el caso de que no se produzca una deflagración formidable y la tierra arda como una bola de papel de periódico, nos quedaremos sin luz, a oscuras. Por cierto, yo odio esas películas de acción o de realidades paralelas en las que todo el rato es de noche, me provocan una angustia terrible. No podría vivir en el futuro, entonces. Luz, Mariluz, como diría Goethe. Bueno, esto está mal planteado: todos viviremos más o menos en el futuro, o sea dentro de diez minutos, pero yo me refiero al postfuturo. En Blade Runner está ese bar y esa especie de teléfonos públicos. Eso me parece que es un error. Cuando imaginamos el futuro tenemos la manía de imaginar que las cosas serán de otra manera -una especie de juego- y que por ejemplo leeremos libros en la palma de la mano o cogeremos un taxi que vaya por los aires en lugar de pensar que las cosas simplemente no serán: ni taxis, ni teléfonos, ni bares de copas, ni periódicos ni editoriales de prestigio. Sólo habrá radio. La radio y las cucarachas serán lo último en desaparecer. Ahora bien, lo que sí que creo es que comeremos con palillos y con cuchara. El tenedor y el cuchillo ya no tienen sentido.
¿Se considera un escritor costumbrista 2.0?
Bueno, bueno, esto fue algo que dijo Mercedes Cebrián y te diré una cosa: Mercedes y yo usamos un mismo procesador de textos, una cosa muy precaria que se llama Openoffice y que muchos ordenadores ni siquiera pueden abrir así que al guardar un documento tienes que convertirlo a Windows 97XP o algo parecido. ¿Qué pasa? Que a veces se desconfigura el archivo, lo abres y te salen un montón de cuadraditos y conjuntos vacíos, no sé si serán códigos binarios. ¿Sería más exacto decir costumbrista openoffice? Pero me estoy dispersando. Costumbrista 2.0. No sé, pero eso de 2.0 a lo mejor ya está anticuado, ¿no? ¿Por dónde vamos ahora?, ¿3.0?, ¿4.0?
¿Qué tal lleva su sentido del humor esta crisis económica y moral que padecemos?
Hombre, hace diez años no había esta crisis económica pero supongo que habría crisis moral, ¿no? Cuando dentro de un año empecemos otra vez a atar los perros con longanizas –creo que han dicho eso: 2014, la verdad es que el tiempo vuela– supongo que seguiremos inmersos-en-una-profunda-crisis-moral, como dicen en la radio. En realidad no me encuentro cómodo hablando de crisis moral ni de moral en general. Pero bueno, contestando a la pregunta, te diré que mi sentido del humor se resiente a menudo, quiero decir a diario y no sólo cuando escribo sino cuando hago una broma en un bar o en el autobús. ¿Significa esto que igual que no era posible la poesía después de Auschwitz no es posible el sentido del humor con-la-que-está-cayendo? Bueno, ya sé que nadie piensa eso exactamente pero hay quien piensa que el humor ahora hay que usarlo en una dirección digamos crítica y con una idea, la de desenmascarar a los verdaderos culpables y bla-bla-bla. Esa gente dice ahora pero en realidad yo creo que quieren decir siempre. Es como el poema ese de Gloria Fuertes donde dice que mientras haya un niño sin zapatos y un contable tosiendo no tiene sentido hablar del perfume de la rosa o del mar infinito, de la novia o de la luna. Bueno, a mí ese poema me encanta y me parece que tiene mucho sentido del humor pero la pregunta es “entonces, ¿cuándo?” porque contables tosiendo y niños sin zapatos también había en los noventa y si había menos era precisamente por culpa de la burbuja, que se supone que es una enfermedad moral… y vuelta a empezar, lo cual abunda en la idea de un tiempo circular más que lineal, ¿no?
¿Cómo es un día habitual en su vida?
Trepidante. Intento escribir por las mañanas –o sea, me pongo delante del ordenador – y hacer todo lo demás –la compra, la biblioteca, los filetes rusos– por la tarde. Si trabajo fuera de casa -bello eufemismo, quiero decir si trabajo en una librería o en una tienda, cobrando por cada día trabajado- voy a los sitios, hago el trabajo y vuelvo y escribo antes de acostarme o antes de salir de casa lo cual significa, claro, que dispongo de menos tiempo para escribir aunque a veces me cunde más que cuando dispongo de todo el día para ello.
¿Con qué odia perder el tiempo?
Con Internet y sobre todo con los comentarios, llenos de odio y militancia, a las noticias de los periódicos de Internet. Toda esa gente, ¿por qué lo hace?, ¿por qué dice esas cosas horribles?, ¿por qué son todos tan listos? Jonathan Franzen, cuya novela Las correcciones me pareció bien pero no me pareció la leche y cuyos libros de ensayo o articulismo largo sí que me han encantado, ha dicho hace poco que Internet es el tabaco del siglo XXI: ¡qué simpático!, ¡creo que tiene razón!
¿Cómo tiene la imaginación?
Mmm… ¿Insinúa usted que no la tengo muy allá?, ¿que tengo poca?, ¿que la tengo muy pequeña?
¿Qué opinión le merecen los talleres de creación literaria? ¿Valen para algo?
Estoy seguro de que valen para algo. Yo nunca he participado en ningún taller pero creo que la opinión de los demás –y participar en un taller supone sobre todo exponerse a las opiniones de los demás, ya sean los compañeros o el tallerista– pueden ayudarte a dar forma a lo que escribes o incluso a encontrar, con perdón, tu propia voz. Hay gente que mira los talleres y a los talleristas y a los alumnos por encima del hombro. Bueno, tienen toda la vida para seguir mirando. Mientras tanto, yo creo que en algún momento de mi vida, asistir a un taller y compartir ciertas cosas con alguien igual me hubiera hecho más feliz.
¿Le han dicho alguna vez que cada vez se parece más físicamente a David Trueba?
Sí, sí. Muchas veces, casi siempre me lo dice gente que admira mucho a David Trueba, con quien por otra parte simpatizo, así que me lo tomo como un cumplido.
Una razón para leerlo.
¿A David Trueba? Que se parece mucho a mí. ¿Para leerme a mí? Espera que lo mire en la contraportada: “Melancólicamente humorístico”, “encantadora ingenuidad”.
¿Quién es Fernando San Basilio?
Su seguro servidor.
Usted empezó como periodista. ¿Cómo se convirtió en escritor?
Se me apareció Mark Twain, que también había sido periodista, y me dijo: “Escribe, pero escribe ficción”. Mmm… En realidad creo que son procesos distintos, me temo que yo ya planeaba ser escritor (o sea, escritor de novelas) antes de empezar a ser reportero y creo que eso, a veces, esa pulsión de escritor medio total, lo digo con todo el retintín, traicionaba al periodista y lo llevaba a ciertos excesos digamos genialoides.
¿Cómo se clasificaría como escritor?
Costumbrista 3.0 como poco.
¿Recuerda cuando fue la primera vez que se sintió escritor?
Aunque ya había escrito muchas cosas antes, creo que fue cuando empezó a circular por el mundo el manuscrito o primer borrador de Curso de librería. La gente, y no sólo mis amigos, se lo tomaba muy en serio y yo me aclaraba la gargante y decía: “oh, bueno, bueno”.
Cuando escribe, ¿qué busca, qué persigue?
Trasladar una idea o un estado de ánimo por medio de una historia. También busco escribir Winesburg, Ohio o Miguel Street sin que nadie se dé cuenta de que eso ya lo ha leído antes en alguna parte.
Hay quien escribe para alejar su dolor.
Pues no creo que lo consigan. Esto me recuerda, aunque no es lo mismo y por eso digo que me recuerda, a la cuestión del uso terapéutico de la marihuana. Ahora hay dos estados de Estados Unidos que han votado la legalización de la marihuana no ya con fines terapéuticos sino para divertirse. El hecho de que tú escribas algo para divertirte no lo convierte en divertido –es como esos programas de la radio donde los locutores se parten de risa, ¿qué se creen?, ¿que eso es divertido?- y el hecho de que escribas para alejar el dolor no creo que sirva para alejar ese dolor realmente; a lo mejor sirve para analizarlo o incluso para sacarle partido: “Algún día este dolor te será útil”.
¿Cuál es su método de trabajo?
Básicamente juntar páginas, releer constantemente y corregir y recortar constantemente y sobre la marcha y luego corregir y recortar otra vez. Una vez hecho esto, vuelvo a recortar. Los atascos se producen siempre en la primera fase, la de juntar páginas: no soy ningún fenómeno de la naturaleza.
¿Sigue una disciplina/rutina?
Sí, pero hecha la ley, hecha la trampa. La mejor rutina de todas sería tener detrás un capataz con botas de caña blandiendo un látigo de siete puntas.
¿Utiliza cuadernos para tomar notas o lo hace todo por ordenador? ¿Qué tipo de cuadernos utiliza?
Cuadernos gratuitos siempre. Dado que al final los cuadernos y la mayoría de las anotaciones que hago no sirven para nada, por lo menos que no me cuesten dinero.
Para escribir, ¿primero hay que observar o escuchar?
No sabría decirlo con seguridad aunque a mí me parece que escribir es, cada vez más, una cuestión de oído. También creo que hay una escritura más visual o más plástica y otra más acústica, como puede comprobar cualquiera cuando lee y se para a pensar en lo que está leyendo o en lo que le están contando. Digamos que yo soy un hombre de radio.
¿Tiene alguna superstición a la hora de escribir?
Antes a veces lo intentaba, me refiero a imponerme alguna manía o superstición: hacer esto, tener a la vista esto otro, pero enseguida se me olvidaba. Yo creo que para ser un verdadero supersticioso más allá de la sal y de los andamios tienes que tener una cierta memoria. Acordarte de que no debes pasar por debajo de un andamio ni tirar la sal es bastante fácil y en realidad es obvio y perfectamente lógico pensar que no hay que tirar la sal porque la sal cuesta dinero y antes costaba mucho más, y pasar por debajo de un andamio supone asumir el riesgo de que el andamio se te caiga encima. Es como si yo digo: “Tengo la superstición de ir guardando el texto a medida que escribo, lo salvo cada cierto tiempo”. Eso no cuenta, así que hablemos de las verdaderas supersticiones absurdas. Yo antes decía cada cierto tiempo: “Voy a tener siempre a mano este rosario de madera y voy a pasar las cuentas cuando tenga que tomar ciertas decisiones de autor”, o “voy a ponerme esta bata de oficial de imprenta cada vez que me siento a escribir”, pero a los dos días ya se me olvidaba y no sabía dónde estaba el rosario o dónde estaba la bata. También creo que detrás de todo esto está la idea que tenemos del genio como persona con manías y supersticiones. Yo me decía “voy a tener un par de manías o supersticiones y de esta manera ya seré vagamente genial”. Y no funcionaba, claro. Primero viene el genio y luego las manías.
¿Corrige mucho?
Sí, de hecho corrijo más que escribo. Así, hasta llegar al grado cero de escritura.
¿Ordenador o a mano?
Ordenador, computadora.
¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?
El escritor místico, elevado, que dice cosas como “yo no elijo mis temas sino que son los temas los que me eligen a mí”, o ese otro que dice “yo no doy respuestas sino que planteo preguntas”. Pero bueno, estoy siendo un poco injusto: la gente dice estas cosas porque algo hay que decir y entiendo que es muy difícil acabar una entrevista o una presentación de libros sin decir alguna chorrada, en realidad es muy difícil acabar cualquier conversación sin haber dicho al menos una minichorrada.
¿Dónde escribe?
En el cuarto de invitados, con todo lo que eso implica.
¿Cómo es ese sitio?
Parecido a un cuarto de estudiante. Cama, tocadiscos, estanterías y mesa con ordenador.
¿Necesita silencio para escribir o le gusta escuchar música?
Me gusta tener música de fondo, preferiblemente alegre y grácil, Louis Armstrong sobre todo. El silencio me excita y me inquieta, me da la impresión de que va a venir alguien por detrás y me va a sacudir en la cabeza.
Un clásico dijo que escribir en España es sufrir. ¿Sigue teniendo razón?
¿Escribir o llorar? Porque sufrir sufre mucha gente. La cuestión es llorar, entonces, ¿escribir para llorar? Hombre, no sé, y escrillorar y luego ir a una radio y explicar por qué has escrillorado tanto también parece un poco chocante, ¿no?
¿Por qué leer?
Entre otras cosas, porque es un consuelo.
¿Le consuela leer entonces?
Sí, es vivir un poco más. Una bola extra, un montón de bolas extra.
¿Cómo se debe leer: en voz baja o en voz alta?
Nada de voces, para adentro. Aunque a veces oigo a otros leer poemas y me gusta.
¿Cuántas horas diarias dedica a la lectura?
A veces tres horas, a veces media y a veces ninguna. Un profesor de la facultad decía: “Un buen filólogo no debe dejar pasar un día sin aumentar el caudal de sus lecturas”. Cuando veo que pasa un día y no he leído nada de nada me digo: “Debería comer más fruta”.
¿Cuál es su sitio preferido para leer?
La cama y el transporte público, sobre todo el autobús. También la bañera.
¿Quién le enseñó a leer?
Creo que una profesora llamada Marinela.
¿Qué tipo de lector es?
¿Un lector machihembrado? Ando por esa edad en la que la gente suele decir que ya casi no lee novela y (aflautando la voz) “últimamente leo mucho ensayo” o, incluso, ¡cuidado, España!, ya casi no leo: releo. Yo la verdad es que sigo con la novela.
¿Cuál fue ese libro que le convirtió en lector?
No sabría decirlo. A lo mejor una biografía de Haydn para niños que leí en Lugo, siendo pequeño, un verano en que me aburría como una ostra, y que me resultó muy interesante y que recuerdo no por Haydn, obviamente, ni por el libro en sí, sino porque creo que fue la primera vez que pensé “vaya, esto es un chollo, hace dos horas me subía por las paredes y ahora estoy viviendo una vida nueva”. Aunque luego, el resto de mi infancia y adolescencia, no es que fuera un devorador de libros ni mucho menos.
¿Quiénes son sus autores favoritos y qué lecturas recomendaría?
Jorge Ibargüengoitia y los libros cortos de Naipaul, Mark Twain, Andreas Maier y Sherwood Anderson, también como cuentista.
¿Qué libros le han emocionado en su vida?
Varios. Sueños de Bunker Hill, Huckleberry Finn, Los pasos de López, La Regenta, Winesburg, Ohio, Miguel Street, Martes del bosque, Memorias de África, Lo es, Las cosas, Los cuadernos de Fritz Kocher, La isla del tesoro, Retorno a Brideshead, Grandes Esperanzas, La tía Julia y el escribidor.
¿Qué título reciente le ha dejado sin aliento?
Relativamente recientes en su publicación, Vidas erráticas, de Gianni Cellati, y Sábado por la noche, domingo por la mañana, de Allan Sillitoe, que en realidad es un libro antiguo pero vuelto a traducir (por Mercedes Cebrián para Impedimenta: fin del spam).
¿Qué libros está leyendo?
Muchos, y entre otros: El libro de un hombre solo, de Gao Xingjian, el penúltimo Nobel chino, o sea, el disidente, una de estas novelas sobre el exilio y el absurdo y lo siniestro, la barbarie del comunismo, que me parece cojonuda y que ya tengo medio leída aunque la acabo de sacar de la biblioteca; y un libro de viajes de Antonio Cordero, La tortuga de Luang Prabang, que leí el año pasado y que me conmovió porque me reconcilió, digamos, con una cierta idea del viaje y que ahora leo otra vez porque creo que es justo lo que necesito. También, una Historia de la Filosofía China de Fung Yu-Lan, de los Fung de toda la vida.
¿Por qué sus lecturas actuales son todas de autores chinos o de temática china?
Oh, bueno, estoy haciendo un curso de filosofía china por correspondencia (verídico) y por ahí viene la cosa. Lo paso bien, a veces tengo dificultades para entender cierto tipo de enunciados, creo que es una cuestión hemisférica, cerebral digamos, pero voy progresando: un caballo blanco no es un caballo entre otras cosas porque un caballo marrón sí es un caballo y dado que un caballo blanco no es igual a un caballo marrón, ¿cómo puedes entonces estar seguro de que un caballo blanco es un caballo? Etcétera, pero hay cosas un poco más fáciles de entender, por ejemplo envenenar a los ministros para que no ocupen el lugar del emperador, vaciar las mentes, llenar los vientres, todo eso.
¿Qué libro no ha sido capaz de terminar de leer?
Cienes y cienes. Pero en fin, para romper el hielo y aportar algo de enjundia: Guerra y Paz. Digo este libro y no otros de tantos porque entiendo que preguntas por libros grandes, libros que mucha gente considera el mejor libro de la historia. Así como Ana Karenina me produjo un gran impacto y hasta recuerdo el momento exacto en que lo acabé, dónde estaba y qué verano era, a este libro siempre le tuve algo de manía y me limité a pasar las páginas mientras hacía algún ejercicio de memoria o pensaba en cualquier cosa.
¿Cómo se puede fomentar la lectura entre los estudiantes que sólo abren los libros por obligación?
Complicado. A lo mejor agrupándolos en trilogías, dado que los muchachos se vuelven locos con las trilogías.
¿Existe una decadencia de la lectura, de los lectores?
No lo sé, yo lo que digan los informes esos que hace el Ministerio de Cultura sobre los hábitos lectores. Bueno, el ministerio o lo que haya ahora, secretaría de estado o subdirección. ¿O debería decir que se lee más que nunca y todo eso?
¿Qué es el libro para usted?
Un medio de transportes. Yo aún diría más: un abono de transporte.
¿Cuál es su relación ahora con los libros?
Con el libro como cosa muy poca, no soy nada bibliófilo. Nunca me he sorprendido a mí mismo acariciando el lomo de un libro u olisqueándolo.
¿Dónde suele comprar los libros?
Procuro que sea en una librería donde tenga algún amigo.
¿Qué opina de las librerías tipo Corte Inglés, Fnac o Casa del Libro?
No tengo ninguna opinión. En la Casa del Libro he trabajado, en la Fnac tengo algunos amigos y me resulta muy agradable mirar libros, sobre todo en la de Callao. Y El Corte Inglés es El Corte Inglés. En cualquier caso, creo que los libros son los mismos libros en todas partes, no hay que ponerse demasiado puntilloso con eso. Por ejemplo, Lo es, de Frank McCourt: recuerdo el momento exacto en que, brujuleando por la tienda de libros de El Corte Inglés de Sol, cogí una edición de bolsillo y me puse a pasar páginas y me quedé abismado y arrebatado y dije “coño, qué libro tan bueno, qué maravilla”, y me lo compré enseguida. A lo mejor en una pequeña librería con encanto y con tazas de té y gotitas de lluvia tras el cristal la cosa hubiera sido de otra manera, igual no me hubiera sentido tan cómodo para leer y manosear ese libro.
¿Visita las librerías de viejo?
Antes iba mucho, cuando era víctima de la cultura de la acumulación. Ahora no voy casi nunca. No se trata de lamer la mano que me da de comer, dado que casi no me da de comer, pero cuando decimos que los libros nuevos son muy caros y que los editores y también los distribuidores y los libreros se lo llevan crudo -en cualquier caso mucho más crudo que los autores- también podríamos preguntarnos qué negocio es ese de los libros de segunda mano donde casi toda la materia prima es gratis. El otro día un amigo me habló de una librería de segunda mano a la que intentó venderle unos cuantos libros viejos y el tipo le respondió que sólo trabajaban con donaciones, ¡donaciones!, pero las donaciones yo pensaba que eran para el tercer mundo y todo eso, y no para que alguien se monte una librería coqueta en el centro de Madrid. Otro capítulo sería esa fantasía que todos hemos tenido alguna vez de donar nuestros libros a una biblioteca. Hay demasiados libros, da cierta pena tirarlos al contenedor y menos mal que alguien se ha inventado la chorrada esta del bookcrossing.
¿Ha practicado entonces el bookcrossing?
Bueno, lo que hago de vez en cuando es abandonar libros en los andenes del metro o en un banco de la calle pero no porque quiera compartir ese libro con nadie ni por cultura de club o club de la cultura sino porque quiero deshacerme de ese libro y me sabe mal tirarlo al contenedor, así que soy una especie de bookcrosser vergonzante.
¿Cuántos libros suele comprar en un año?
Pocos, pocos. ¿Treinta? Creo que menos, y muchos son para regalo. Intento regalar libros cortos, no quiero poner a nadie en un aprieto.
¿Cuál es su posesión libresca de la que se siente más orgulloso?
Las obras completas de Jorque Ibargüengoitia, pero ojo, obra por obra: nada de tochos. Me las regalaron unos amigos, las hicieron traer de México en los primeros días de la venta por internet. Una edición de Me acuerdo, de Joe Brainard, en inglés, que es de los pocos libros en inglés que he conseguido terminar, y una guía de campings de Estados Unidos del tamaño de una guía de teléfonos de las antiguas.
¿Alguna manía u obsesión con los libros?
No, antes los firmaba o incluso les ponía un ex libris.
Posee entonces ex libris.
Afirmativo, pero lo uso como firma, como si fuera un sello chino.
¿Están sus libros limpios de notas y subrayados o los marca de alguna de manera?
Durante un tiempo los llenaba de anotaciones y hasta hacía una especie de reseña en las páginas de cortesía. Ahora ya no lo hago primero porque casi todos los libros que leo son de alguna biblioteca y segundo porque cuando veo las cosas que subrayaba entonces, las agudas observaciones y los ensayos de literatura comparada que hacía en los márgenes, me dan ganas de meterme debajo de la cama. Ahora hago fichas y las guardo en un fichero, creo que es lo mejor para todos, sobre todo si algún día quiero deshacerme de esos libros. Hablando de anotaciones y agudas observaciones, el año pasado leí las Cartas a mi madre de Sylvia Plath, que me parecieron interesantísimas pero que por desgracia me pusieron en contacto con una tercera persona a la que nadie había llamado, un usuario anterior de la biblioteca que se había dedicado a hacer anotaciones y subrayados. Fue muy desagradable, eran interpelaciones que ese usuario hacía a la propia Sylvia, le decía cosas como “pero Sylvia, ¿no te das cuenta?” o “Sylvia, alma de cántaro”: es decir, que reñía a la pobre Sylvia por habérselo montado tan mal con el marido y por haber llevado luego tan mal el divorcio. Y en medio de ese diálogo lector-autor estaba yo, ¿cómo se explica eso?, ¿cuántos niveles de lectura somos capaces de soportar?
¿Qué es un libro que no se lee?
Una posibilidad, un libro que todavía no es malo.
¿Qué opina de ese fenómeno que es la Feria del Libro?
Es un fenómeno de feria, ciertamente, con todos esos autores encerrados en las barracas para que los vea la gente. Tal vez podrían colgar un cartel que dijera: “No dé de comer a los autores”. Pero me interesa porque a veces me sale trabajo en alguna caseta. Luego está todo ese rollo de que es una ocasión maravillosa para el encuentro entre el autor y los lectores, ¿alguien puede creerse una chorrada semejante?
¿Tiene libro electrónico?
No.
¿Qué opina sobre el libro electrónico?
No tengo una opinión formada.
¿Cómo luchar contra la copia ilegal de libros electrónicos?
Sobre esto sí que tengo una opinión formada: rindiéndose y dedicándose a otra cosa, por ejemplo al libro en papel. En cualquier caso, no creo que haya que cometer los mismos ridículos errores de la industria fonográfica y empezar a regalar bonus tracks o libretos fenomenalmente editados que parecen catálogos de la Fundación Mapfre. Si no se puede, no se puede. Por supuesto, yo sé que hay gente que lee mucho libro electrónico pagado y comprado de su bolsillo, pero son casos excepcionales: auténticos fenómenos de la ética, pequeños confucios de la vida moderna. También dicen que en Estados Unidos la cosa funciona y es un negocio de verdad pero como sobre todo lo dicen editores, que tienen esa manía de no caer en el pesimismo, pues yo no sé si creérmelo del todo.
¿El libro en papel será en el futuro un objeto de lujo?
Bueno, hay quien considera que ya lo es. Al paso que vamos dentro de poco muchas otras cosas serán objetos de lujo… Lo cual será maravilloso, ¿no era eso precisamente -vivir rodeados de lujo- lo que queríamos?
Su biblioteca es…
Mi biblioteca es básicamente los libros que he comprado o me han regalado y de los que todavía no me he deshecho porque no descarto volver a leerlos o porque creo que me pueden ser de alguna utilidad -fusilar, inspirarme, aprender- a la hora de escribir.
¿Cuál es su fondo actual de títulos?
Mmm… En total, cuatro o cinco estanterías medianas, sean o no modelo Billy. La vida es muy corta como para pararme a contar cuántos libros son eso. Te diré una cosa: cada vez que alguien me empieza a contar los problemas de espacio que le ocasionan los muchos libros que tiene en casa, mi cerebro, supongo que como mecanismo de defensa, provoca una desconexión neuronal y hace que yo me ponga a pensar en la lista de la compra pero no como una mera enumeración sino en un sentido amplio, conceptual: por ejemplo, ¿cómo voy a comer fruta si nunca me acuerdo de comprar fruta?
¿Cuál es el número idóneo de libros para su biblioteca?
No lo sé, preferiría que fueran pares dado que hay un proverbio chino que dice que “las cosas buenas vienen por pares”.
¿Qué género predomina?
La novela interesante y no aburrida.
¿La tiene ordenada?
Ordenada dentro un orden.
¿Cómo clasifica su biblioteca?
Por editoriales, como en las librerías de El Corte Inglés. Es lo más cómodo del mundo.
¿Sólo tiene libros en las baldas o también acumula objetos, fotografías u otro tipo de fetiches?
Intento tenerlas despejadas pero siempre acabo poniendo algo, por ejemplo: un cargador de móvil, unos auriculares, una tarjeta, la mutua, una moneda de 20 florines y ¡un rosario de madera!
¿Alguna peculiaridad en su biblioteca?
Que tiene varias sedes, como PhotoEspaña: el cuarto de invitados, el salón, el pasillo y el trastero. En el trastero están los libros de los cuales me gustaría deshacerme de manera inmediata.
¿Qué libros le faltan en su biblioteca?
Que verdaderamente me importen, sólo uno de Jorge Ibargüengoitia que le presté a un amigo y que él siempre se olvida de devolverme y yo me olvido de pedírselo. Por supuesto, me gustaría tener muchos libros de los que nunca he oído hablar para llevármelos a la cama en una noche de insomnio.
¿Posee libros heredados de su familia?
Sobre todo de uno de mis abuelos, libros de la colección Áncora y Delfín: Cela, Delibes, y también algunos de la serie del Cabo Asch, que hace poco se han reeditado.
¿Hace expurgo en su biblioteca con frecuencia?
Con cada mudanza y mucho más. Algo parecido a lo que hago con la ropa: si no me la he puesto en el último año es porque ha llegado el momento de echarla al contenedor falso de ropa solidaria. Pero a diferencia de lo que pasa con la ropa, los libros los puedes dejar en un banco de la calle o en un autobús sin tener la impresión de estar ensuciando.
¿Contiene libros en otros idiomas?
Sí, pero sobre todo como curiosidades o manifestaciones de amor. Me cuesta leer en otros idiomas.
Usted reconoce deberle mucho a las bibliotecas públicas.
En dinero les debería bastante. Lo mejor que tiene una biblioteca pública, obviamente, es que el dinero deja de ser una variable y por tanto eliges con mayor libertad y mayor criterio. No te llevas un libro a casa sólo porque es barato, como puedes hacer si sólo te nutres de librerías, y no malgastas tu tiempo intentando terminar un libro que no te gusta sólo porque te ha costado un dinero. Pero por no acabar hablando de dinero, te diré que algunos libros, hitos literarios particulares, han quedado en mi cabeza asociados a determinadas bibliotecas: John Fante con la biblioteca del barrio de Moratalaz o Klausen, de Andreas Maier, con la biblioteca Central de Madrid. También la cosa tiene mucho que ver con el hecho de vivir en Madrid. Tengo una cartera recurrente de unas quince bibliotecas de las que me voy alimentando y que además tienen la ventaja de que me hacen pasearme por todo Madrid, y así veo mundo –de Moratalaz hasta Fuencarral pasando por Usera o el barrio de Salamanca- igual que la misa diaria tiene la ventaja de que las señoras mayores sin familia ni vida social salgan de casa y hagan ejercicio. De modo que me encanta ir a la biblioteca, aunque sólo sea por el paseo si bien soy un poco renuente a la ocupación dilatada del espacio, o sea, a quedarme en la biblioteca a echar la tarde y no sólo porque en algunas a veces haya una atmósfera o ambiente como de piscina cubierta sino porque creo que hay demasiado silencio. La culpa, claro, es de la gente que va ahí a estudiar.
Cierto, las bibliotecas públicas se utilizan en demasiados casos como sala de estudios.
Comprendo que haya gente que no pueda estudiar en casa por una cuestión de espacio o de ruidos y entiendo que es difícil decirle a la gente “oye, a estudiar a otra parte”, aunque para eso deberían estar las bibliotecas universitarias. En muchas bibliotecas hay salas en las que está expresamente prohibido estudiar y en toda la biblioteca pública de Zamora, por ejemplo (soy un hombre de mundo) está prohibido, incluso en los cuartos de baño, lo cual es muy de agradecer pero, ah, átale el cascabel al gato. Yo lo único que pediría es que por favor los estudiantes no me chistaran ni me mandaran callar cuando estoy hablando con el bibliotecario. ¿Qué quieren, que nos comuniquemos por señas? Pero bueno, el caso es que para mí la gran revolución como lector, como escritor y como individuo con gafas ha sido la bibliotecomanía (no la biblioteconomía) a la que por cierto llegué algo tarde, con treinta años o así, y no quisiera parecer demasiado cínico ni lo contrario pero es una buena razón para pagar impuestos. Incluso podría hacer el cálculo egoísta de cuántos libros sacados de la biblioteca he leído y terminado en un año y cuánto he pagado de impuestos pero no lo haré porque entonces a lo mejor nos suben los impuestos un poco más. Vaya, otra vez hablando de dinero. Dicho lo cual, quisiera animar a la gente a que comprara muchos libros, y no solamente los míos.
Por Daniel Heredia