Inscrita dentro del ciclo de novelas que el propio Hardy clasificó como de “personaje y entorno”, Los habitantes del bosque nos traslada al condado imaginario de Wessex en que el escritor inglés ambientaría la mayor parte de sus obras, y que no era otro lugar que su Dorset natal, para contarnos la historia de Grace Melbury, la preciosa y delicada hija de un próspero maderero que regresa al pequeño pueblo de su infancia después de haber recibido una refinada educación lejos de allí. El reencuentro de la joven con quien siempre estuvo destinado a ser su marido, Giles Winterborne, les revela a los dos que, pese a la veneración que éste la tributa, no está a la altura de sus nuevas expectativas sociales, todo lo contrario que le sucede al médico de la región, el aristocrático Edred Fitzpiers, que aparece rodeado de libros y de un raro halo de misterio. La relación que se establece entre estos personajes se verá salpicada de malentendidos y traiciones, pero también de una devoción y una lealtad que conducirán, como nos señalan desde el sello que dirige Enrique Redel, a un desenlace extraordinario.
Titulada en su idioma original como The Woodlanders, la obra que llega a nuestras manos en estos inicios de 2013 con traducción y postfacio de Roberto Frías, constituye una de las catorce novelas que Hardy, imbuido en el determinismo biológico de Charles Darwin –cuyo El origen de las especies leyó muy tempranamente– la filosofía pesimista de Schopenhauer, o la creencia en un mundo en el que el destino de los individuos se ve fatalmente alterado por la irrupción del azar, escribió a lo largo de su vida y que le granjearon una notable popularidad en su tiempo.
Hijo de Thomas Hardy, un maestro de obras que le buscó su primer empleo como aprendiz con un arquitecto local que se dedicaba a restaurar iglesias antiguas, y de Jemima Hand, cocinera y sirvienta que, no obstante, fue una mujer cultivada que le dio a conocer la obra de Virgilio o el Rasselas de Johnson, el escritor se inició en el terreno lírico, que abandonaría sin pena ni gloria para dedicarse a la novela, un género que consideraba de menor rango pese a que obras como El regreso del nativo, El alcalde de Casterbridge, Tess la de los d’Urberville, Jude el oscuro o esta que nos convoca, títulos que no siempre contaron con el favor de la crítica (que en ocasiones llegó a tacharlo de “inmoral”), lo convertirían en un referente de la novelística inglesa de la segunda mitad del siglo XIX.
Durante los últimos años de su vida, a lo largo de los cuales perdió a su primera esposa después de tres décadas de convivencia y se volvió a casar, Hardy regresaría a su pasión primera, consagrando a la poesía, con alguna incursión en territorios como el del drama épico, el relato corto o la autobiografía que aparecería póstumamente, sus mejores esfuerzos. Poemas de Wessex y Poemas del pasado y del presente, obras recuperadas de juventud, o sus colecciones de madurez Risas del tiempo, Sátiras de circunstancias, Momentos de visión, Poemas líricos, Fantasías humanas y Palabras en invierno, esta última aparecida el mismo año de su muerte, nos sitúan ante un poeta en pleno dominio de sus capacidades que con un lenguaje con frecuencia arcaizante, desgrana la misma visión oscura y pesimista que envolvía sus novelas.