Solemos ponernos al día de lo que hemos ido escribiendo y publicando, pero hablamos sobre todo de los libros ajenos, y lo hacemos de un modo muy curioso. «¿Has leído Confianza en uno mismo, de Emerson?», me dice, por ejemplo. Y yo: «¿Conoces Un marido adoptado. de Futabatei Shimei?» y él: «No te pierdas Enrique el verde. de Gottfried Keller », y otra vez yo: «Olvídate de todo y lee Tentación, de Janos Székély, la mejor novela que he leído en la última década.» y así se nos pasan las horas. Apenas entramos en el contenido de esos libros; nos basta con el nombre de sus autores y sus títulos. Llevamos treinta años leyendo, treinta y cinco quizá, y ello a razón de siete u ocho libros al mes. Somos, en fin, un buen ejemplo de la pasión por la literatura.
Solo obras maestras
Nunca había leído un libro que, como La Buena Novela, de Laurence Cossé (Boulogne, Billancourt), abordara esta pasión por los libros de forma tan sistemática y total. Y no ya la pasión creativa (Thomas Mano y su Docto Faustus sería aquí, seguramente, el ejemplo más insigne), sino por todo lo que rodea al libro: editores, Iibreros, lectores que ansían comprarlos, coleccionarlos, compartirlos… Esta novela de novelas me ha encantado, aunque no dejo de preguntarme si la disfrutarán tanto como yo aquellos que no comparten mi pasión fundamental. ¿Por qué puede apasionar tanto la literatura? esa es la pregunta que late tras este libro. Para mí la respuesta es clara: porque es una condensación de la existencia, una recreación -comprimida yesencial- de ese maremágnum que llamamos vida. Lo que aquí se cuenta es la historia de un grupo de insensatos que, hartos de la literatura como industria y del libro comomercancía, deciden abrir una librería en la que solo se vendan obras maestras. Buscan esa extrafia y maravillosa complicidad que da el amor a los libros.
Un relato trepidante
Como es natural discuten mucho sobre posibles criterios de selección y, como también es natural, sus opciones son muy discutibles. Más que eso: se les llega a tachar de elitistas, ¡de fascistas!, se les ataca, ¡se atenta contra su vida! Contado así parece absurdo, claro; pero leído funciona y, más que eso, resulta emocionante. Lo menos que puede decirse de Cossé es que conoce su oficio. Como imagino que hará cualquier lector de esta novela, no he resistido la tentación de, antes de sobrepasar la página 200, hacer mi propio listado de novelas imprescindibles. Sin orden de preferencia y sin pensár me lo demasiado, escribí: Micha el Kohlhaas, de Von Kleist; El sendero en el bosque, de Stifter; Una fiesta en el jardín, de Gyórgy Konrád; Martin Eden, de London; La impaciencia del corazón, de Zweig; Bola de sebo, de Maupassant y… aquí no puedo continuar. Al concluir La Buena Novela, trepidante relato de un a bibliofilia asesina, comprende uno mejor lo sublime y ridícula que es toda pasión, también la literaria. Por decirlo con Cossé: «De todas las cosas para las que sirve la literatura, una de las más gratificantes es la de conseguir que personas hechas para entenderse se reconozcan entre ellas».
Por Pablo d’Ors