Su historia ha llegado al público mediante biografías (probablemente la más exhaustiva sea la publicada por su sobrino Quentin Bell), sus diarios, novelas y películas como Las horas (escrita por Michael Cunningham y adaptada al cine por Stephen Daldry), además de su creación literaria, que abarca obras como Orlando, Las olas o La señora Dalloway.
El cómic Virginia Woolf, escrito por Michèle Gazier e ilustrado por Bernard Ciccolini, narra en orden cronológico los acontecimientos más importantes de la vida de la autora británica. Teniendo en cuenta el formato, obviamente no se trata de una biografía exhaustiva, pero sí muestra todos los elementos que marcaron su personalidad y el conjunto de su obra: el amor por su familia y la traumática muerte de sus parientes más queridos, los abusos sexuales que sufrió por parte de su hermano George, la vida intelectual del círculo de Bloomsbury, la admiración e inspiración que le provocaban las mujeres, la relación con su marido, el sufrimiento que le provocaba una guerra que no comprendía o el trastorno bipolar y las depresiones que fueron apagando poco a poco su optimismo y sus ganas de vivir.
Precisamente, los autores lamentan en el prefacio que sus sombras y su suicidio hayan teñido el resto de su existencia. Por ese motivo han optado por resaltar a la niña glotona de los veranos de Saint Ives, los juegos con su hermana Vanessa o su trayectoria como militante feminista. Esta dualidad felicidad versus tristeza queda reflejada también en el uso cromático de las ilustraciones: los tonos verdes y azulados para las excursiones al campo y al mar en compañía de amigos y familiares frente a los tonos ocres y grises que representan su enfermedad y el ascenso del nazismo, que le hace pensar que “la locura del mundo es muy superior a la mía”.
Con obras recientes como Kafka, de Robert Crumb sobre el autor de La metamorfosis; Dublinés, de Alfonso Zapico sobre la figura de James Joyce; y esta Virginia Woolf queda demostrado que el cómic también es un excelente soporte para contar vidas tan apasionadas como apasionantes.
Por Patricia Tena