¿Por qué se desvanece un mesías tocado por la luz de la sexualidad? ¿Cuál es el punto de vista de un insecto espectral?
Si encuentran respuesta a estas preguntas en las páginas de Nostalgia (Impedimenta, 2012), sin duda uno de los mejores libros publicado este año pasado, no descarten que sean consecuencia de una pura fiebre lectora. Porque Nostalgia, y su autor, el rumano Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), se habrán limitado a sembrar en quien se adentre en sus líneas un cóctel de fantasías de alta graduación. Un explosivo brebaje cuya ingesta desencadenará una temible mixtura de placer y resaca, una arrasadora conmoción que aniquilará cualquier atisbo de candidez en su visión del mundo.
Cartarescu está considerado el cabeza de fila de la generación literaria rumana llamada “de los vaqueros” o también “de los 80”. Candidato desde hace años a abrirle las puertas del Nobel a su lengua materna, ejerce como profesor universitario, especializado en posmodernismo, y viene saldando con reiteradas negativas su perenne tentación de abandonar su país. Pero, entre tanto, ha ido construyendo una peculiarísima carrera literaria en la que alterna narrativa con poesía y ensayo, a la vez que da rienda suelta a la escritura compulsiva de diarios.
Cuando, en la segunda mitad de los 80, Cartarescu fue conformando Nostalgia no la llamaba así; la llamaba El sueño, y con ese nombre la publicó en 1989. Era su primer volumen de narrativa y llegó a las librerías poco antes de que la muerte del dictador Ceaucescu se convirtiese en vídeo semiclandestino. Fue al ser reeditada en 1993, en versión íntegra, cuando se rebautizó. Después vendrían esa lacerante aproximación al travestismo que es Lulú (1994; Impedimenta, 2011) y la magna trilogía Orbitor (1996, 2002, 2007, aún por verter al castellano), a la que rodea un aura de extremo cripticismo onírico, gran exigencia lectora y rompecabezas de traductores.
Aunque Cartarescu la denomine novela, hay cinco piezas en Nostalgia: un prólogo (el espléndido relato “El ruletista”, ya publicado aparte por Impedimenta en 2010), un epílogo (el relato satírico de locura y pasión musical “El arquitecto”) y el tríptico llamado propiamente “Nostalgia”, compuesto por el relato “El mendébil”, la fascinante novela corta “Los gemelos” – una epopeya íntima de amor adolescente e identidad sexual– y “REM”, la pieza más compleja de todas, que, en puridad, es una novela y tiene resonancias de El aleph borgiano.
El lector atento descubrirá que a las cinco se les puede asignar en buena parte el mismo narrador, de igual modo que en las cinco late la identificación entre realidad, sueño y literatura o que sus personajes deambulan por las calles, casi siempre extrarradiales, de un decrépito Bucarest industrial que, a menudo, se transforma en un escenario fantástico. Y, lo que es más característico aún, todas tienen su pista de despegue en la infancia y la adolescencia del autor, situada a caballo de los años 60 y 70. De ahí la nostalgia del título: nostalgia de un paraíso perdido que el tiempo ha convertido en ruinas y que Cartarescu nos devuelve habitado por espectros.
Siendo los vicios más innobles de una reseña el imperdonable desvelar secretos y el perezoso destripar tramas más allá de la información de contraportada, sólo queda hacer dos precisiones. La primera es de tenor estilístico. En la límpida prosa de Cartarescu (que en tan impecable castellano ofrece en esta edición Marian Ochoa de Eribe) se detecta un barroquismo, a veces tachado de excesivo, que ha llevado a emparentarla con algunos exponentes del realismo mágico.
Vale que al ser preguntado al respecto el rumano alaba a García Márquez. Pero ¿por qué olvidar que en su juventud tomó a Joyce (“Los bueyes del sol” de Ulises) como trampolín para una epopeya en la que remedó todos los estilos de la poesía rumana? ¿Por qué ignorar sus reiterados elogios a Borges, Lem, Kafka o Rilke?
Definitivamente, Nostalgia huele más a Gregorio Samsa que a Macondo. No en vano constata el propio Cartarescu que “la literatura fantástica ha sido la corriente dominante en la literatura rumana”. Genealogías al margen, cabe apuntar además que el Cartarescu diarista metódico está en la base de ese barroquismo, que a menudo no es sino una exhaustiva exploración de los territorios oníricos para recrearlos con todo el organicismo de los paisajes vigiles.
La segunda precisión es más una sugerencia: no picoteen; empiecen por “El ruletista”. No sólo habrán leído un cuento extraordinario, sino que, al adentrarse en esta paradójica historia de una vida y una doble muerte –donde la literatura juega un papel redentor–, tendrán ya en los ojos muchas claves de las otras piezas. Y habrán empezado a percibir hasta dónde puede llevar los confines de lo fantástico una imaginación a la vez tan desbocada, tan precisa y tan anclada en la memoria como la de Cartarescu.
Por Eugenio Fuentes