Nunca me ocurrió lo que me ha sucedido ahora: terminar de leer un libro que me deja sin palabras. Ni siquiera sé por dónde empezar la reseña de Nostalgia de Mircea Cartarescu. La magia no ha desaparecido aún.
No es un libro perfecto, desde luego, sino un libro desordenado. No es tampoco un escritor impecable, aunque su prosa es de las mejores que he leído en años. El epílogo del libro, por ejemplo, aquel cuento (“El arquitecto”) sobre un hombre que se introduce en un auto y empieza a crear música (y luego el Universo entero) resulta incluso aburrido, innecesario; Cartarescu tiene un don y no siempre sabe cómo usarlo. El exceso es su principal pecado. Como un cómico que alarga demasiado el chiste, sin darse cuenta de que las risas del escenario son cada vez menos y que incluso está volviéndose pesado.
Pero es injusto empezar la reseña de Nostalgia por el cuento menos logrado. Es solo una estrategia para demorar el reto de escribir sobre un relato como “REM”, el central del libro. Con el absurdo fin de seguir retrasando el momento, comento que una primera edición del libro en castellano que se tituló Sueños. Jorge Luis Borges usaba los sueños como una puerta para deslizarse a una dimensión distinta, paralela e intelectualizada. Cartarescu utiliza los sueños para conducirnos a la propia realidad, aunque ampliada en sus posibilidades, cargada de magia. Desde luego, el título del cuento REM nos remite directamente a los sueños. El cuento comienza, además, con un narrador sin rostro y sin cuerpo, una suerte de demonio de la escritura, que se pasea por la biblioteca de Svetlana (Nana), la que pronto será la Scherezade que se hará cargo de la narración. En la biblioteca, y no es gratuito, destacan un libro de Cortázar y uno despostillado de García Márquez (La cándida Eréndira…) También podría haber uno de Franz Kafka –quien es mencionado directamente en el cuento “Los Gemelos” como un modelo narrativo- y, definitivamente, “El Aleph” de Jorge Luis Borges, el cuento matriz del cual nace “REM” (y casi podría decirse que todo el libro). Luego de ingresar en el cerebro del amante de Nana (un escritor cínico, adolescente, de dorada cabellera y pedantería inigualable) entra en el de Svetlana. Nana se vuelve así en una Scherezada que narra diferentes cuentos, todos vinculados a un grupo de chicas en un pueblo –donde vive una tía suya- que inventan el juego de las Reinas. ¿Alguna vez el lector masculino de este relato se preguntó cómo jugaban las niñas, envueltas en su círculo y llenas de cachivaches como anillos viejos o trapos en hilachas, que ellas convierten en objetos mágicos? Y las lectoras mujeres ¿se acuerdan de cuando jugaban así? Pues Cartarescu ha logrado transmitir esa sensación de manera más que extraordinaria. El relato que envuelve estas pequeñas historias tampoco tiene desperdicio. Nana ha sido seleccionada para, a través del sueño –inducido por una concha de abanico debajo de la almohada- y a pedido de un personaje del pueblo (Egor, el gigante que vive en una torre, un ser cuya historia también es fabulosa y misteriosa) para ingresar en REM. ¿Qué es ese lugar? Un lugar sin tiempo ni espacio, al que solo una elegida puede entrar, y la elegida es Nana. Al final, consigue llegar a REM (una suerte de Aleph) aunque aún es muy joven para entender. Muchos años más tarde, lejos de sus amigas y del pueblo de la tía, entenderá que tal vez REM “tan solo un sentimiento, un estremecimiento del corazón ante la ruina de todas las cosas, ante lo que ha sido y no va a volver a ser jamás. Un recuerdo de los recuerdos. REM es, tal vez, la nostagia”.
Nostalgia cierra con “El arquitecto”, como ya dije, y se abre a manera de Prólogo con un cuento llamado “El ruletista” (el más famoso de los del rumano), supuestamente escrito por el amante de Svetlana en el cuento “REM”, en el cual se comenta la historia de un personaje de fábula: un hombre que juega a la ruleta rusa con una suerte descomunal, tanta que lo hace volverse cada vez más avezado y ponerle una bala más a la pistola. Se hace rico, sigue ganando y las apuestas van convirtiéndose en un espectáculo más bien circense. El final es digno de Borges: una ecuación lógica que resuelve los misterios de la realidad. Luego, aparece el relato “El Mendébil”, que incursiona directamente en el territorio favorito de Cartarescu, como quedó dicho antes, es decir la infancia y su magia instantánea, indudable. Solo que aquí no son niñas sino niños los protagonistas, y en concreto un pequeño recién llegado –al que apodan peyorativamente El Mendébil, el retrasado mental- y que pronto se volverá, gracias al poder de su imaginación y sus ficciones, en el líder del grupo. Al igual que Nana, el Mendébil es un contador de historias que embruja a todos con el poder de la ficción. Gracias a ese poder, el Mendébil impondrá reglas que todos seguirán al pie de la letra, aunque eso implique dejar de jugar a la Brujitoca, un juego primitivo que recuerda al famoso de Las Escondidas donde los niños, con máscaras de brujas, se convierten en perseguidores salvajes y crueles de los compañeros de juego. Tendrá incluso súbditos que lo siguen como a un profeta, subyugados por el recién llegado. Todo ello durará hasta que aparece un vendedor, una especie de serpiente con la manzana prohibida en forma de un lapicero erótico (de aquellos en los que se ve una mujer desnuda o vestida según se vaya moviendo de arriba a abajo) que se convertirá en un objeto transformador y punto de inflexión. Finalmente, anticipa a “REM” el cuento “Los gemelos” en el que somos testigos de la transformación de un hombre en un animal o freak (a veces no es necesario ser un insecto horrendo, también la belleza del ángel de Rilke, para usar el mismo ejemplo de Cartarescu en este cuento, puede ser freak). Encontramos acá El cuento “Los Gemelos” tiene de Kafka la representación de una metamorfosis, a la que los lectores asistimos maravillados, y de Borges la obsesión por los dobles, que no solo está en el título sino en la referencia al signo Géminis (que aparece, velada, en “REM” también). En “El ruletista”, por ejemplo, se menciona a la muerte como “el gemelo negro que nace con uno”. Sin embargo, los guiños literarios son incontables tanto en este relato como en los otros. Baste decir que el narrador, en una página de su diario, menciona que ha leído el Orlando de Virginia Woolf para esbozar una sonrisa al final del cuento.
Esa manía literaria, esos referentes cruzados y vasos comunicantes que cruzan de un relato a otro, es una característica más de Nostalgia. En todos los relatos, salvo en “El arquitecto”, la presencia del narrador no solo es explícita sino incluso invasiva. Ya hemos comentado la cualidad sobrenatural del narrador de “REM”. En los demás relatos, los narradores son seres humanos y profesionales de la escritura que comparten entre sí –suponiendo que son distintos y no todos el mismo cínico amante de Nana- la desconfianza de la literatura, la sensación de que escribir es una impostura, una suerte de trucos de magia (de magia-estafa, no de magia verdadera como la de “REM”) vacíos de significado. “Ya he escrito suficiente literatura, durante sesenta años no he hecho otra cosa, pero permítaseme ahora, al final del final, un momento de lucidez: todo lo que he escrito después de los treinta años no ha sido más que una penosa impostura. Estoy harto de escribir sin la esperanza de poder superarme algún día, de poder saltar más allá de mi propia sombra” confiesa, al inicio, el narrador de “El ruletista”. En el cuento “El mendébil” también se hace presente el narrador, que se llama a sí mismo “un narrador ocasional … al que los trucos de la escritura lo dejan frío” y que, sin embargo, a partir de un sueño decide ponerse a escribir algo que es superior a sí mismo: la historia de su infancia y el reinado del Mendébil. Luego, al finalizar la narración, acepta que quisiera releerla pero hay algo “nefasto” en ella y no le teme. Incluso no reconoce como propio el cuento, aunque sin duda acepta que hay datos que coinciden con él.
En realidad, estos son solo algunos apuntes sobre un libro tan complejo y maravilloso como Nostalgia. Haría bien el lector que no lo ha leído en cerrar este enlace e ir a una librería para disfrutar de la que podría ser su mejor lectura en este año, o en muchos años.
Sobre la carátula
La carátula es bella, con esos personajes uniformados y coloreados, aunque de ninguna manera remiten a los cuentos de este libro (salvo quizá a “El Ruletista”). Una carátula llamativa, como todas las de Impedimenta, pero no tiene que ver con el libro y menos aún con el maravilloso cuento central “REM”.
Por Iván Thays