Ahora me toca hablaros de este libro y voy a hacerlo derrochando amor, porque es lo que me inspiran este tipo de novelas. Amor y envidia cochina, también, porque sólo un genio puede retratar con tanta maestría las pasiones humanas.
‘Los habitantes del bosque’ se puede definir perfectamente con la palabra novelón. Porque eso es lo que es, en todos los sentidos, tanto en extensión como en calidad. No os descubro nada nuevo si os digo que leer a Hardy engancha (¡y mucho!), pero es que es fácil sentirse fascinada por su literatura, y muy natural, por tanto, que quiera compartir este amor con vosotros.
En ‘Los habitantes del bosque’ nos trasladamos hasta Wessex, ese condado imaginario en el que Hardy siempre nos enreda. Allí conocemos a Grace Melbury, hija de un próspero maderero que ha invertido mucho (tiempo y dinero) en su educación. También está Giles Winterbone, rústico y honrado, destinado a ser su marido. Sin embargo, la educación de Grace hace que Giles no sea un buen partido para ella, por mucho que la ame. Y su padre, que tantas esperanzas ha puesto en ella, la incita a que tome otro camino…
Aquí entra en escena Edred Fitzpiers, un joven médico descendiente de una aristocrática familia venida a menos, con el que parece que Grace puede tener mucho más en común. Sin embargo, no tienen en cuenta que el amor y la pasión no siempre van de la mano, y que el deseo puede ser traicionero… Sin desvelaros mucho más, ya podéis intuir que la tragedia comienza a tejerse…
La prosa de Thomas Hardy no es fácil. Está llena de alusiones filosóficas, literarias o bíblicas. Sí que lo es, sin embargo, su manera de entender las pasiones más fuertes, los deseos más ocultos de sus protagonistas, consiguiendo que podamos vernos retratados en esa marea de sentimientos que amenaza con ahogarlos. Podemos sentir como propio su deseo, su desesperación, su amor o su amistad, porque nos vemos reflejados en sus personajes. Todos, sin excepción, hemos sentido ese torbellino que parece azotar las vidas de sus personajes y es ahí donde reside la fuerza de Thomas Hardy.
Inédita en nuestro idioma hasta este momento, ‘Los habitantes del bosque’ nos habla de pasiones, sí, del deseo de ascender socialmente, del amor correspondido o no, del afecto sincero, de la sumisión de la mujer y de tantos y tantos temas que se superponen unos a otros como finísimos velos. Hardy es un maestro, ya lo sabemos, y aún así no deja de asombrarme la pericia con la que retrata a sus personajes. Cómo es capaz de hacernos amar a un personaje para despreciarlo unas páginas más tarde, cómo nos hace saltar del odio a la conmiseración, tal y como nos pasa con las personas con las que nos cruzamos en nuestra vida.
La fidelidad y el amor son los temas clave en esta historia, pero no sólo referido a la pasión sexual. El amor de Melbury por su hija, la fidelidad de esta que hace que acate sus ordenes a pesar de desear otras cosas, nos llevan hasta la fidelidad matrimonial, a hacernos pensar hasta qué punto es lícita, hasta que punto debemos o no seguir a nuestro corazón.
Polémica en su época por tratar estos temas tan peliagudos y amorales, ‘Los habitantes del bosque’ llega a nosotros con una frescura envidiable. No es que nos vayamos a escandalizar por lo descrito, ni mucho menos, pero conmueve su pasión, su delicadeza. Thomas Hardy hace un ejercicio de precisión casi cirujana al retratar a estas almas perdidas en sus propias pasiones, en ese bosque que funciona como símbolo de la naturaleza más agreste.
He disfrutado muchísimo esta lectura, como no podía ser de otra manera. Grace me conmueve y me hastía, a partes iguales, con su amor, su rectitud y su deseo de agradar siempre a su padre, y a Giles le profeso un cariño que pocos personajes me han inspirado. Ya tengo aquí al lado otro libro de Hardy, y aunque no lo vaya a empezar inmediatamente, no creáis que tardaré mucho… Mientras tanto, perdámonos por el bosque…
Fitzpiers le dedicó unos segundos de obligada formalidad a sus pensamientos acerca del ventajoso matrimonio que debía celebrar con una mujer de tan buena familia como la suya, y de mayores recursos. Pero, como objeto de contemplación pasajero, Grace Melbury le serviría para mantener viva el alma y para aliviar la monotonía de sus días.
Su primera intención, formulada tan a la ligera a partir de la simple contemplación de la chica, sin haber llegado a conversar con ella, y que buscaba un simple y vulgar coqueteo con la bonita hija de un comerciante de madera, le irritaba dolorosamente ahora que había descubierto lo bella que era Grace también por dentro.
Por Sarah Manzano