Fino, pero profundo anatomista de las entrañas del ser humano, casi todo en sus libros pasaba por el filtro de una concepción completamente darwinista de la existencia, y por el arel y la criba de su pesimismo schopenhaueriano. Parece que a Hardy la única fuerza de la Naturaleza que le contrajera el ánima fuera la suerte, especialmente la mala, ese destino que nunca conocimos y que jamás conoceremos. Esta novela hasta el momento inédita en castellano fue una de sus primeras obras, pero también una de sus preferidas. Amores que nada ni nadie podrán mantener, una mujer y dos hombres, la imperfección de una sociedad como la victoriana, a priori tan perfecta, pero trufada de insatisfacciones, de soledades, de represión, de frustraciones. Una novela de esas que ya no se escriben, el delicioso peso de la gran literatura.
Por Irene Martín Rodrigo