Es la primavera y verano de 1945, Londres presenta una estampa de edificios bombardeados y sus habitantes comienzan a sentir que una época se acaba. Pero la famosa flema británica modula el júbilo y la precariedad, garantizando la perfecta compostura inglesa entre discursos de Churchill y celebraciones populares de la victoria ante el Palacio de Buckingham.
En medio de los estertores de la guerra, unas 40 chicas se alojan en un club residencial de señoritas solteras, erigido en una mansión victoriana de Kensington, y entre relaciones y amoríos, tratan de vivir despreocupadamente. Es el club May of Teck, establecido para proporcionar seguridad económica y amparo social a señoritas de escasos recursos, menores de 30 años, que se ven obligadas a residir lejos de sus familias por tener que desempeñar un trabajo en Londres. «En su distribución se parecía a la mayoría de las residencias femeninas, que ofrecían un ambiente respetable por un precio sensato, y que abundaban desde que la emancipación femenina empezara a forzar su aparición. Ninguna de las inquilinas del club May of Teck lo consideraba una residencia, salvo en momentos de desánimo tales como los experimentados por las socias jóvenes, cosa que sólo les sucedía cuando un novio las
abandonaba».
En la atmósfera del inicio inminente de la posguerra, sus inquilinas avistan el futuro de una paz venidera entre vaivenes amorosos y cartillas de racionamiento. «En todas las habitaciones y dormitorios los dos temas preferidos eran el amor y el dinero. En primer lugar iba el amor, mientras que el dinero se consideraba algo subsidiario, imprescindible para cuidar el aspecto físico y para hacerse con los vales de ropa en el mercado negro». Productos como la ropa, el jabón, el té, los huevos o la gasolina están sometidos al racionamiento y a la austera conciencia británica. Pero «por aquel entonces había pocas personas más encantadoras, ingeniosas, conmovedoramente bellas y, en ciertos casos, salvajes, que las señoritas de escasos medios», que no tienen problema en conseguir todo lo que necesitan.
Las chicas del club May of Teck comparten techo mientras esperan mejores oportunidades y aprovechan su tiempo antes de poner la vista en el matrimonio. Muchas tienen amantes, otras están destinadas a ser unas solteronas y hay algunas que se equivocan en sus planteamientos: «Era un error que seguía cometiendo en sus relaciones con los hombres: deducir que, como ella prefería a los hombres cultos y leídos, a ellos les sucedería lo mismo con respecto a las mujeres. Y nunca se le ocurrió que los hombres de letras, suponiendo que les gustasen las mujeres, no preferían necesariamente a las mujeres cultas, sino a las chicas en general».
«Las señoritas de escasos medios» es un libro que se lee con una sonrisa, cada página presenta una gracia y una inteligencia que rara vez se encuentran en la literatura. Y es que Muriel Spark tiene mucha chispa; su estilo incisivo y ocurrente, con una escritura aparentemente ligera, esconde una gran crítica y una malicia aderezada brillantemente con un agudo sentido del humor. Una novela de la mejor tradición inglesa que evoca la sensación de lecturas de infancia como Los Cinco, con ese carácter esencialmente británico, o Puck, en aquel internado danés, pero desde el más perspicaz ingenio adulto, mezclando comedia y drama.
Porque esas chicas de la Inglaterra de 1945 van a vivir su propia tragedia, un suceso terrible que cambiará sus vidas y que se anuncia desde las primeras páginas del libro. Su título original («The Girls of Slender Means») introduce el adjetivo «slender» que, además de significar escasez de recursos, también alude a la esbeltez de las personas, un juego de palabras que será crucial en el desenlace de esta novela.
Muriel Spark
Publicada originalmente en 1963, constituye un referente ineludible de la mejor literatura inglesa de posguerra. Muriel Spark, nombrada Dama del Imperio Británico en 1993, retrató como nadie la clase media británica, y su vida es digna de ser novelada.
Nacida Muriel Sarah Camberg (Edimburgo, 1918), su padre era judío y su madre presbiteriana.
Con 19 años contrajo matrimonio con un maestro, Sydney Oswald Spark, con el que se trasladaría a vivir a la antigua Rodesia del sur, hoy Zimbabue. Su marido resultó ser un hombre violento, pero los transportes de la época no le permitieron abandonarlo inmediatamente y pasaron varios años hasta que Muriel, aprovechando un traslado de tropas, puso rumbo a Londres llevándose únicamente el apellido de casada y dejando en África una vida infeliz y un hijo, con quien mantendría una relación tensa toda su vida. Establecida en Londres, consiguió trabajo en el famoso MI6, el Servicio de Inteligencia Secreto Británico, para el que redactó falsos mensajes dirigidos a despistar a los alemanes, una labor de contraespionaje antinazi que realizó tan brillantemente que logró confundir a los propios británicos. Tras la llegada de la paz en 1945, Muriel Spark inició su carrera de periodista y escritora. A comienzos de los 60 se mudó a Nueva York para trabajar para la revista «The New Yorker», donde disfrutó de la vida social neoyorkina y los ambientes literarios compartidos con contemporáneos de la talla de J.D. Salinger o Vladimir Nabokob. Roma fue su siguiente destino, centro cultural de la época, plagada de británicos y americanos. Pasó 12 años de su vida en la capital italiana hasta que se retiró al campo, una villa en la Toscana donde moriría en 2006, dejando inacabada su novela número 23.
«Las señoritas de escasos medios» es un retrato tragicómico de una época de privaciones (aunque «la pobreza es muy distinta de la necesidad»), en la que un futuro mejor se aproxima. Es la época en que la mujer empieza a mostrar su fuerza en sociedad y su liberación; al tiempo que los hombres cumplen sus obligaciones militares, las mujeres cubren los puestos de trabajo que se han quedado vacantes. El club May of Teck constituye un microcosmos dentro de la realidad de la guerra y sus socias se preparan para encontrar su lugar en el nuevo orden del mundo con un entusiasmo que «pareciendo rozar la genialidad, era simple juventud». Y es que «la gente joven siempre resulta encantadora».