Te vas a morir de hambre. Esa es la advertencia que, como un mantra, escuchan la mayoría de las personas que quieren dedicarse a la escritura. Y, como hoy, esa sombra amenazante de precariedad, ha ido pisando los talones de los escritores de cualquier época. Por eso, para sortear la miseria y subsistir, muchos han tenido que trabajar en otros oficios, robando horas al tiempo para contar sus historias. El libroTrabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, de Daria Galateria (Roma, 1950), recoge las historias de 24 famosos escritores del primer tercio del siglo XX que se emplearon en las más dispares ocupaciones para ganarse la vida. En la obra, publicada por Impedimenta y traducida por Félix Romeo,se pueden conocer vidas de autores como Franz Kafka, que fue agente de seguros; Antoine de Saint-Exupéry, aviador; André Marlaux, ministro; Bruce Chatwin, subastador de la casa Sotheby’s; y George Orwell, que fue empleado como friegaplatos, entre otros. Enrique Redel, editor de este sello independiente, señala que “mucha gente no sabe que la mayoría de los escritores que conocemos no viven de escribir. Incluso aunque sean muy conocidos y vendan muchos ejemplares,no da para vivir. Este libro demuestra que muchos tenían otros oficios. Quisimos llamarlo Trabajos forzados porque creo que un escritor lo es de manera vocacional. No pueden evitar escribir.Y, sin embargo, para vivir tienen que hacer otras cosas”.
Collage de oficios
En los relatos que forman el libro hay aventuras y experiencias de todo tipo, desde las más exitosas a las más desgraciadas, muchas con un gran ingenio. Una de las historias favoritas de Redel es la de Charles Bukowski: “Como es muy autobiográfico a la hora de escribir, en parte conocía esa vivencia previa a su labor de escritura e incluso concomitante en el tiempo, pero no sabía hasta que punto era ficción o realidad”. Así, recuerda cómo Bukowski desempeñó su oficio de cartero: “Muchas veces tiraba las cartas y hacía su trabajo de forma totalmente negligente. Solo le gustaba escribir y odiaba las presentaciones públicas, hasta el punto de que se dedicaba a tirar cosas a la gente, llegaba borracho, vomitaba… Hacía todo tipo de truculencias porque no le gustaba nada el contacto con el público, pero aún así tenía que vivir de los bolos literarios”.
El trabajo más duro
Muchos de estos autores coincidieron al señalar que el oficio más duro de los que ejercieron fue la escritura. Redel señala que “es una labor bastante ardua. Eres tu jefe 24 horas al día. Cuando terminas de trabajar en un trabajo normal, en una oficina, en una redacción, sales y te olvidas. Sin embargo, un escritor lleva consigo su oficio durante toda su vida y, de hecho, casi ninguno lo es por placer, sino porque hay algo dentro de ellos que les obliga a poner sus pensamientos, sus historias, en un papel. Muchos veían la labor literaria casi como una maldición. Por eso, también, el trabajo manual o alimenticio sirve para descansar de escribir”. Aunque enTrabajos Forzados no se narra la vivencia de ningún español —se ha querido respetar la selección realizada por Galateria, basada en la tradición literaria italiana—, en nuestro país hay ejemplos del pasado y contemporáneos sobre escritores que trabajaron en otros campos. Pío Baroja fue médico y encargado de una panadería; el actual Premio Planeta, Lorenzo Silva, ejerció la abogacía, e Ildefonso Falcones sigue haciéndolo; Eduardo Mendoza fue traductor en la ONU; y José Luis Sampedro es economista,entre otros. En especial, se encuentran en oficios vinculados al mundo de las letras, como el periodismo, la edición o la enseñanza.
Por Leire Escalada