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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Los rostros eternos del cine

Se empeñó Miguel Cane en construir un «altar portátil» para cinéfilos y lo ha conseguido. Porque eso es Pequeño Diccionario de Cinema para Mitómanos Amateurs, su último libro, del que hoy ofrecemos un adelanto en estas páginas en las que su autor es colaborador habitual.

La obra, editada por Impedimenta y delicadamente ilustrada por Ana Bustelo, se presenta el próximo viernes 19 en el Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón (20 horas).

Es este libro el producto de la irrefrenable pasión de Miguel Cane por el cine, una pasión que se advierte en su mismísimo y autoimpuesto nombre, homenaje más que evidente a Michael Cane y, para él, mucho más que un pseudónimo, tanto que la filiación que figura en su DNI es uno de sus secretos mejor guardados.

Como todo diccionario, este empieza por la A –la de Brooke Adams, recordada por sus interpretaciones en ‘Días de gloria’ y ‘La invasión de los ultracuerpos’, de quien Cane afirma taxativo que «quien la haya oído gritar no la podrá olvidar jamás»– y acaba por la Z –la de Fred Zinnemann y su azarosa vida, que le llevó a ganar cuatro Oscar después de iniciarse como tramoyista de su paisano Billy Wilder en los tiempos del cine mudo–. Por el medio, Bette Davis, Ingrid Bergman, Buñuel, Cary Grant, Lars Von Trier o Akira Kurosawa, que esto no es un diccionario hollywoodiense y, mucho menos, un ‘cementerio’ de estrellas muertas, sino ese «altar portátil» del cine total, del que ha hecho historia. Todo en un aparente ‘totum revolutum’ porque «la selección de los mitos es completamente arbitraria y personal, siguiendo las instrucciones de mi editor», relata Cane, justo después de confesar que el origen de su obra está en una cena en la que Enrique Redel y Pilar Adón, fundadores de Impedimenta, le «oyeron contar a la sobremesa la anécdota de cómo y por qué fue que llegaron a odiarse tanto Olivia de Havilland (uno no se imaginaría a Miss Melanie siendo remotamente capaz de odiar a alguien, la verdad) y su hermana Joan Fontaine». La anécdota, huelga decirlo, forma parte del texto, que ni es un repaso al uso de las filmografías de sus protagonistas, ni tampoco un asalto morboso y rosa a sus vidas íntimas, sino un curioso compendio de retratos construidos con datos, inteligencia, y, claro, mucho sentido del humor, siempre tan de la mano de la segunda.

«En el libro era necesario introducir figuras como Clint Eastwood o Marilyn Monroe, no porque particularmente me gusten –de hecho, puedo decirlo, no soporto a Clint Eastwood– sino por el hecho de que alimentan y dan cierto balance a esta galería», sentencia Cane. Junto a ellos, nombres no tan ‘rutilantes’, como Candice Bergen, Paula Prentiss o Alan Bates, que, cuenta, «están ahí por amor».

Y por amor, de hecho, está escrito, de principio a fin, el libro. «He sido mitómano toda la vida. Desde pequeño. Me alimento de cine, como otros de ‘reality shows’, o de cómics, o de rock and roll, o de lo que sea que le apasione a uno; poesía barroca o deportes extremos». Tal vez por eso, entre las entradas reales se han ‘colado’ La Pantera Rosa, Mrs. Robinson, Roy Batty (el humanísimo replicante de ‘Blade Runner’) o Holly Golightly, el personaje de Truman Capote que Audrey Hepburn tanto ayudó a convertir en mito en ‘Desayuno con diamantes’. Ellos son unos personajes más aunque sin fecha de nacimiento y, mucho menos, de fallecimiento. Los más literalmente inmortales de todas las almas que desfilan por este diccionario que de ‘pequeño’ solo tiene el nombre.

Bete Davis
Ruth Elizabeth Davis (1908-1989)

«En este negocio, hasta que no tienes fama de monstruo, no eres una estrella». Seguramente dijo esto, tras soltar una bocanada de humo(desde adolescente fumaba como un carretero), entornando esos hermosos ojos (que inspiraron una famosa canción pop) y con su voz tan característica que rezumaba sarcasmo, de la que estaba orgullosa. Ciertamente nunca fue una belleza convencional –para eso estaban Norma Shearer o Joan Fontaine–, pero resultaba inolvidable para cualquiera; tampoco se distinguió por tener un carácter que pudiera llamarse dulce y llegaba a ser muy bestia cuando le daba la gana.

Durante el rodaje de ‘Vieja amistad’ (1943), Miriam Hopkins (que la odiaba por haberse cepillado a su marido, el director Anatole Litvak, en su propio lecho conyugal) se quejó de que decía palabrotas en exceso y a la entrada del plató hizo poner un tarro de mayonesa en el que tenía que poner diez centavos por cada obscenidad dicha. Al enterarse de esto, Bette, delante de todo el equipo, depositó un billete de cien dólares. Acto seguido, se dedicó a proferir a la cara de Hopkins cuantas barbaridades se le ocurrieron hasta completar el valor de su dinero.

Con lo ganado, mantuvo a un afectuoso hijo adoptivo, a una hija con parálisis cerebral, a tres pusilánimes maridos y también a su díscola hija B. D. Hyman, a quien le cerró el grifo cuando, creyéndola esta a las puertas de la muerte por haber sufrido una devastadora embolia, publicó un libro malicioso e infundado en el que la difamaba. (…)

Marlene Dietrich
Marie Magdalene Dietrich (1901-1992)

Cinco décadas antes de que Madonna pusiera de moda eso de «reinventarse» para mantener viva su imagen mediática, Marlene ya era leyenda. Hay que reconocerle el mérito, de hecho, de inventar su propio nombre, que con el tiempo se convertiría en apelativo de uso habitual. Se lo inventó a los dieciocho años, juntando la primera y última sílaba de su nombre, para empezar una carrera bailando y cantando en los cabarets de la República de Weimar, sin destacar del todo hasta que en 1930 Josef Von Sternberg le dio el papel de Lola-Lola, invitación al pecado hecha mujer en ‘El ángel azul’, que fue uno de los mayores éxitos de la UFAy en el que cantó por primera vez ‘Falling in love again’, que se convertiría en su tema emblema durante el resto de su vida, llevándola a toda clase de escenarios. La película le dio fama y un suculento contrato con la Paramount, que desesperada mente buscaba alguien que pudiera competir en carisma con la Garbo. Así, emigró a Hollywood con su marido Rudi Sieber (con quien se casó en 1923 y de quien enviudó en 1976, aunque estuvieron separados casi todo el tiempo) y su hija María, entonces pequeña. (….)

Se sabe que sostuvo romances platónicos (y no tanto) lo mismo con hombres como Jean Gabin y Ernest Hemingway, que con mujeres como la célebre y sexualmente polivalente escritora Mercedes D’Acosta y también su mismísima rival sueca de la MGM. Fue de todo y sin medida, sin pudor alguno, aunque permaneció misteriosa (…)

Orson Welles

George Orson Welles
(1915-1985)

De niño prodigio a genio incomprendido en tres sencillas lecciones. Su madre era una concertista de piano que lo adoraba y su padre era un dipsómano que acabaría en una cuneta. El que llegara lejos se lo debe a su tutor, Maurice Bernstein, que descubrió que era un chiquillo superdotado y trató de que recibiera la educación pertinente, enfocada a los intereses artísticos del muchacho, que creció brillante (y arrogante) para convertirse en una sensación teatral, cuando en plena Gran Depresión, junto a John Houseman, fundó el Federal Theatre Project (…)

Irreverente, petulante y pantagruélico en sus hábitos alimenticios, se casó con Virginia Nicholson –madre de su primogénito– con el único fin de hacerle bromas crueles y humillarla exhibiéndose por doquier con Dolores del Río, que era su compañera cuando provocó el escándalo que lo consolidaría comoestrella mediante las ondas de radio: el 30 de octubre de 1938 la CBS retransmitió una adaptación de la novela de H. G. Wells ‘La guerra de los mundos’, que en forma de falso boletín informativo describía la invasión de los marcianos en Nueva Jersey. Fue tan persuasivo que entre millares de oyentes que no estaban al tanto de que se trataba de un radioteatro, se suscitó una oleada de pánico. Al ver lo que había ocasionado el muchacho, la RKO le ofreció un contrato para dirigir dos películas. Así nació ‘Ciudadano Kane’ (1940), filme vanguardista en forma y fondo, que buscaba satirizar al magnate William Randolph Hearst (…)

Cary Grant
Archibald Alexander Leach
(1904-1986)

Cuando ya era la estrella de cine más famosa del mundo, un periodista le preguntó: «¿Qué se siente al ser Cary Grant?», a lo que respondió: «¡No lo sé! ¡A mí también me gustaría ser Cary Grant!». Para escapar de una vida triste y gris –el padre le había hecho creer que su madre estaba muerta, cuando en realidad la había internado en un manicomio, donde la fue a encontrar muchos años después– se unió al circo y allí devino en un atlético, alto y extremadamente bien parecido acróbata que llegó a América en 1920. Su paso por el vodevil le enseñó muchas cosas: un exquisito sentido del ‘timing’ cómico, una flexibilidad y gracia de movimientos que lo distinguían de la habitual torpeza de sus colegas y, sobre todo, una noción del teatro como trabajo en equipo. Aunque la formidable Mae West se autoproclamase su descubridora, lo cierto es que Archie Leach llegó a la Paramount por su propio pie (…)

Aunque estuvo casado en cuatro ocasiones, mucho se rumoreó acerca de su muy estrecha amistad con Randolph Scott, con quien por varios años compartió domicilio en Beverly Hills (en una casa de un solo dormitorio). Aún hoy existen testimonios de demostraciones afectivas entre ambos, aunque la actriz Betsy Drake, con quien estuvo casado entre 1949 y 1962 (su relación más larga), señaló al respecto: «Nunca me preocupó el que Cary pudiera ser homosexual. Ni siquiera lo pensé. Estábamos demasiado ocupados follando todo el tiempo».

Lars Von Trier
(1956)

Se dice de él que es un genio, un loco o un imbécil; es muy probable que, dadas las circunstancias que las avalan, las tres cosas sean, en mayor o menor proporción, ciertas. Lo único que salta a la vista y trasciende al ‘auteur’ danés es la naturaleza compleja y mutante de su obra, que incluye, de manera perpendicular, haber instigado (y luego disuelto, repentinamente), junto a Thomas Vinterberg el polémico manifiesto Dogme ‘95, con el cual muchos insisten en asociar su canon, si bien solo dos cintas menores dirigidas por él encajan en esa categoría.

Desde su desconcertante debut a los 28 años con ‘El elemento del crimen’, hasta la espléndida ‘Europa’, pasando por auténticas obras maestras como son la monumental ‘Rompiendo las olas’(con la ascensión al cielo de su protagonista, después de haber sido literalmente puteada por la vida) y su clase magistral de teatro ‘Dogville’ (filmes que modificaron los paradigmas del lenguaje cinematográfico) y por meros ejercicios de provocación y acritud emocional (vea, si se arriesga, ‘Los idiotas’, ‘Bailando en la oscuridad’ y, más recientemente, ‘Anticristo’), ha sido de todo y sin medida: de ahí que su cinta ‘Melancolía’ no sea la excepción y haya estado rodeada de polémica desde su estreno en Cannes, donde Lars soltó frente a toda la prensa internacional allí reunida algunos chascarrillos sobre la estética del nazismo, los cuales ofendieron sensibilidades y provocaron que fuera señalado como persona non grata por el festival.

Por María De Álvaro