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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La muerte del corazón», de Elizabeth Bowen

La inocencia se encuentra tantas veces sometida a falsas situaciones que los individuos interiormente inocentes aprenden a perder la ingenuidad.

La muerte del corazón esconde muchos tesoros ocultos tras la aparente trivial descripción de la vida cotidiana en Windsor Terrace, donde reside el matrimonio formado por Thomas y Anna Quayne. Y como en tantas otras novelas inglesas no falta un personaje importante entre el servicio: Matchett, la antigua gobernanta de la familia, testigo permanente de las “irregularidades” del núcleo familiar, que consistieron en la huida al extranjero del padre de Thomas con Irene, una mujer joven con la que tuvo una hija, Portia. Esta jovencita con apenas 16 años es la protagonista indiscutible de la obra, pues Elizabeth Bowen nos relata a través de ella, y sus diarios, los diversos acontecimientos que se desarrollan en la mansión.

Ambientada en el Londres de entreguerras, Elizabeth Bowen, digna heredera del grupo de Bloomsbury, retrata con apabullante maestría las relaciones sociales de principios de siglo entre la burguesía inglesa, dejando en manos del lector la tarea de descifrar las emociones y sentimientos afectivos de los personajes. Difícil empeño si tenemos en cuenta la idiosincrasia “british” y que la historia esté contada desde la perspectiva de una adolescente observadora y lúcida, que a lo largo de la novela irá perdiendo su ingenuidad.

Portia se presenta en Windsor Terrace al morir su madre, cumpliendo la última voluntad de su padre. El difunto Sr. Quayne, después de varios años de vida bohemia en el continente, soñó a menudo en ofrecer a su hija la oportunidad de volver a sus raíces, y al morir también su mujer, Irene, la familia de ésta solicita a Thomas, su medio hermano, que la acoja en su casa durante un año, tiempo suficiente para ponderar si esta intrusión puede llegar a ser satisfactoria para todos. Thomas acepta el encargo como una obligación no forzosa pero ineludible, y así se lo comunica a su mujer Anna; pero será Matchett quién reciba a la joven y la única persona que la acoja con la misma naturalidad con la que ha aceptado seguir cuidando de los muebles y la mansión de la familia Quayne.

Portia observa sin comprender cómo la coqueta y banal Anna disfruta mostrándose complaciente y servicial, aunque con un deje de insolencia, ante sus amistades masculinas, entre las que se encuentra Eddie, un joven advenedizo, impetuoso y adulador, que ha conseguido a través de Anna un puesto de trabajo en el bufete de abogados de Thomas. Portia intuye que Eddie necesita que se ocupen de él y está deseando hacerle feliz pero, poco a poco, se da cuenta de que no lo conseguirá: la felicidad del muchacho está asociada al buen vivir, una situación económica a la que no puede aspirar. También frecuenta la casa Saint Quentin un escritor soltero de fama reconocida, que será el causante de un terrible equívoco que provocará en Portia un dolor y un desconcierto que le empujarán a buscar refugio en otro asiduo visitante de los Quayne: el comandante Brutt, militar y colega de Pidgeon, el primer y único amor de Anna, al que ella intenta ayudar a encontrar empleo a su regreso de los confines del imperio mientras trata de averiguar qué ha sido de su antiguo pretendiente.

Desconocedora en un principio de todos estos detalles, Portia cree encontrar el amor en Eddie al que, totalmente confiada, confiesa que está escribiendo un diario, pero éste se limita a rogarle que no escriba nada sobre él mientras, como Portia descubrirá más tarde, forma parte del grupo de adultos que, encabezados por Anna, conocen el diario y se mofan de su ingenuo amor; aunque en el fondo todos sienten cierto temor a que alguien, apenas una niña, ponga al descubierto el pacto tácito de inmunidad con el que sobrellevan sus vidas.

Además de las observaciones de Portia en primera persona, Elizabeth Bowen nos obsequia con hermosísimas descripciones de un paisaje físico y emocional inequívocamente inglés:

El cementerio, rodeado de ventanas, había perdido hacía tiempo todo contacto con la muerte… uno o dos sauces llorones y unas cuantas tumbas que parecían pabellones de piedra le conferían al lugar un carácter solemne, pero las lápidas se alineaban contra las paredes como sillas antes de un baile y, entre la hierba, se alzaba un mirador circular cuyo aspecto evocaba el de un pequeño escenario para una banda musical. El sitio no era triste, sino placenteramente melancólico.

No bien llegó marzo florecieron en el parque los azafranes y se tiñeron enseguida de púrpura y amarillo. Muy pronto se corrió la voz: era posible pasear por allí después del té.

También Elizabeth Bowen deja patente que:

Hace falta estar al norte de una latitud concreta para sentir las estaciones con tanta intensidad.

Y en el diario de Portia resulta sorprendente constatar la educación que recibe en la escuela de la señorita Paullie: la historia del arte de Umbría, o de Siena, Contabilidad y Redacción en alemán, Higiene y Redacción en francés; hablan de Racine, Heine o Metternich, les enseñan a leer en voz alta y visitan museos por las tardes… Pero lo más interesante de su diario es, sin duda, la precoz lucidez de Portia y sus acertadas conclusiones:

Mi padre solía explicarme que la gente no vivía como nosotros: decía que nuestro modo de vida no era el corriente, por más que fuésemos felices. Estaba convencido de que en algún sitio existía algo llamado “la vida normal”.. Y por eso me envió con Thomas y Anna. Pero ahora veo que no es así: si él y yo volviésemos a vernos, le diría que la vida normal no existe.

La muerte del corazón se divide en tres partes: mundo, demonio y carne, y a lo largo de la historia Elizabeth Bowen nos va dando pistas sobre los personajes para que, casi al mismo tiempo que Portia, el lector pueda ir completando el puzzle; aunque debido a su afilada visión se puede tener la impresión de estar completando un Sudoku de dificultad máxima, cuyos únicos números conocidos son los nombres de los protagonistas. El resultado final es una impresionante imagen del impacto que la vida produce en Portia, una pérdida de la inocencia que irreversiblemente implica “La muerte del corazón».

Altamente recomendable para los que aún lloramos por esa pérdida.