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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La soledad del corredor de fondo», de Alan Sillitoe

Son dos metáforas de la época: la Inglaterra de porcelana blanca y los muros de ladrillo de las casas de clase obrera. En La soledad del corredor de fondo (1959), Alan Sillitoe definió el cortocircuito entre ambos mundos, deteniéndose en ese presente feroz de las barriadas, habitualmente dominadas por dos dioses atávicos: la furia y la necesidad.

Colin Smith, el narrador y protagonista del relato que da título –y fama– al volumen, sabe que Nottingham no ofrece grandes perspectivas a un chico como él, habituado a moverse en los márgenes, con la lógica de la violencia y la represión colonizando el entorno. Colin practica el atletismo desde que lo internaron en el reformatorio, pero la suya no es una historia de superación deportiva ni un cantar de gesta barriobajero.

En realidad, la ira y la frustración siempre acaban necesitando válvulas de escape, y eso no suele traer nada bueno. Cuando el director del reformatorio le sermonea para que sea honrado, el chaval se ríe. Qué remedio. La dignidad está en otra parte. ¿Que de dónde saca el coraje? De las tripas, por supuesto.

Colin solo tiene diecisiete años, pero la posibilidad de un futuro prometedor hace tiempo que se esfumó para él. Cada punto de giro en su vida acaba dependiendo de la fortuna. «No –refunfuña Colin en un momento dado–: lo que trato de meterme en esta cabezota de corredor es que no había derecho a que mi suerte me dejase colgado justo cuando estaba logrando hacer creer a los polis que a fin de cuentas no era de los que hacía trastadas.»

La prosa de Sillitoe nos levanta del suelo y nos deja caer. Quien haya visto la adaptación cinematográfica rodada en 1962 por Tony Richardson –inolvidable Tom Courtenay, un corredor enloquecido bajo los árboles, con música jazzística de fondo–, quien se haya dejado seducir por esa película, decía, se hará a la idea de cómo funciona el universo que nos propone este libro: la vida trash, los prejuicios, los daños colaterales de la industrialización, la ubicuidad del delito, las ilusiones laboristas, el clasismo, los simulacros de la felicidad, la desconfianza, los rituales del grupo, las barriadas edificadas sobre la devastación de los bombardeos… y también, ¿por qué no?, todo lo que eso implica. Por ejemplo, las tensiones que deben aflorar y ser resueltas en la calle y sobre todo, el vacío existencial. O el simple aislamiento. Ya saben: me refiero a esos momentos en que uno no tiene ni un mísero cigarrillo que llevarse a la boca.

Entre los sellos distintivos de los Angry Young Men figuran la masculinidad y la misoginia que reflejaron en sus tramas. Hay ejemplos de ello en los cuentos de Sillitoe. Por lo demás, su beligerancia social y su claridad de ideas son propias de un autor que evoca un paisaje obrero que conoce desde niño.

¿Antihéroes? Podríamos hacer un catálogo de ellos a partir de los nueve relatos de este libro. En todo caso, más allá de la denuncia y del desgarro, los cuentos de Sillitoe ofrecen una lectura fascinante, que no decepciona ni en una sola página. Háganme caso y no desaprovechen la ocasión.

Sinopsis

Un libro de ruptura generacional, cumbre de la literatura británica del XX, que ejemplifica a la perfección el carácter del rebelde sin causa.

Colin Smith es un joven de clase obrera que vive en un barrio de Nottingham con su madre viuda, el amante de esta y sus tres hermanos pequeños. Su vida no es ejemplar, pero lo será aún menos cuando robe una panadería y acabe en un reformatorio. Una vez allí, se aficiona a correr y, gracias a sus cualidades como atleta, obtiene unos privilegios que no desea para sí. Hasta que finalmente tendrá que elegir entre el éxito como héroe deportivo y la soledad del corredor de fondo.

En este volumen, con nueva traducción de Mercedes Cebrián, se reúne una descarnada colección de relatos centrados en el sombrío aislamiento de la clase obrera, en los pequeños delitos que se cometen para salir adelante y en la profunda ira que domina a los habitantes de las ciudades industriales, abocadas a la desesperación. Una realidad que sigue hoy tan vigente como lo fuera hace más de medio siglo.

Alan Sillitoe (Nottingham, 1982 – Londres, 2010) nació en Nottingham en 1928, en el seno de una familia de clase obrera. Abandonó los estudios a los catorce años y poco después entró a trabajar en la fábrica de bicicletas Raleigh, en Nottingham, al igual que lo había hecho su padre.

En 1946 se unió a la Royal Air Force y trabajó como operador de radio en Malasia. Regresó a Inglaterra tras contraer la tuberculosis y tuvo que guardar cama en un hospital durante casi año y medio, lo que le permitió dedicarse a la lectura. Gracias a una exigua pensión del ejército, pasó los siguientes siete años deambulando entre Francia y España. Fue a mediados de los cincuenta, en la isla de Mallorca, cuando empezó a escribir, animado por el poeta Robert Graves. Ya por entonces había conocido a la que sería su compañera de por vida, la poeta norteamericana Ruth Fainlight.

Su primera novela, Sábado por la noche y domingo por la mañana, fue publicada en 1958, y adaptada a la gran pantalla por Karel Reisz en 1960, con Albert Finney en el papel de Arthur Seaton.

Su libro de relatos La soledad del corredor de fondo, publicado en 1959, terminaría por confirmar a Sillitoe como uno de los más importantes narradores de su generación. Escribió más de cincuenta obras, incluyendo poesía, teatro y cuentos para niños, además de veinticinco novelas. En 1995 publicó su autobiografía, Life without Armour.

En 1997 fue elegido miembro de la Royal Society of Literature. Murió el 25 de abril de 2010 en el Hospital Charing Cross de Londres, tras una larga batalla contra el cáncer.

Por Guzmán Urrero