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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Stella Gibbons (1902-1989), autora inglesa que cultivó el periodismo, la novela y la poesía, resulta un buen antídoto contra las crueldades anímicas de la primavera. Al menos en lo que concierne a sus libros sobre Flora Poste, una trilogía elaborada con el mejor humor británico, que editó Impedimenta, con exquisito cuidado en 2011: La hija de Robert Poste (1934), Navidades en Cold Comfort Farm (1940) y Flora Poste y los artistas (1949). Libros que nos devuelven ese universo crítico y festivo que construyeron Evelin Waugh o P. D. Wodehouse para sacar los colores a sus estirados contemporáneos, fustigar la hipocresía del momento y hacernos reír de un modo inteligente.

La hija de Robert Poste, por ejemplo, es una sátira en torno a la propia literatura inglesa, concretamente al rustic melodrama, ese género de profundas connotaciones románticas y trágico fatalismo campesino que hunde sus raíces en Cumbres borrascosas (Emily Brontë), alcanza su grado máximo en Thomas Hardy y Mari Webby, y se advierte, incluso, en D. H. Lawrence. Stella Gibbons se propuso contar la historia, en clave desternillante, de una jovenzuela huérfana -Flora- que llega al Sussex profundo para vivir en una granja habitada por sus parientes: una familia de brutos desnortados -los Starkadder- que encarnan todas las clásicas pasiones en su más bajo escalón, desde la lujuria desaforada hasta el fanatismo religioso, pasando por las inclinaciones incestuosas y la ambición desmedida. Un buen caldo de cultivo para que la redentora Flora quiera arreglar el mundo, evitar los efluvios eróticos de la parravirgen en primavera y descubrir «algo sucio» que la dueña de la casa vio en su niñez en «la leñera».
Gibbons, para abordar esta aventura literaria, confesó «haber tenido que olvidar su estilo periodístico de frases cortas» para «escribir como si no estuviera muy segura de lo que quería decir mediante frases tan largas como fuera posible». Y para dotar de grandilocuencia poética a su libro, no dudo en advertir al lector, mediante una serie de asteriscos sobre los pasajes más nobles de su escritura como el que sigue: «…su formidable figura, áspera como un zarzal retorcido por las ventoleras, se recortaba oscura contra el resplandor débil y tibio del sol invernal a la atardecida». Todo un aviso para las carcajadas más desopilantes.
La hija de Flora Poste proporcionó a Gibbons el Prix Femina de 1934 y los celos de la mezquina Virginia Woolfe debido a las 40 libras de su dotación. Gibbons no hizo mucho caso de tan trascendente e histórico asunto y siguió escribiendo relatos breves sobre los Starkadder (Navidades yÉ) para culminar sus andanzas con un regreso a la granja, dieciséis años después, (Flora Poste yÉ) y encontrarla habitada por una convención de artistas e intelectuales que le sirvió para reírse de las vanguardias más extremas de su tiempo. El resultado es un bálsamo amnésico contra todo lo que está ocurriendo estos días dentro y fuera de los telediarios. Solo que, eso sí, el efecto no dura más allá de una semana y lo único que podemos hacer es sumergirnos en una antología de La Codorniz; jamás en el rabioso El Jueves, cuya lacerante actualidad es un pórtico para introducirnos en el cotidiano valle de lágrimas que estamos atravesando.

Por Mario Martínez Gomis