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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El abrigo de Proust», de Lorenza Foschini

El abrigo de Proust es todo un canto a la literatura, a la pasión de coleccionar objetos relacionados con los grandes autores, al esfuerzo de que no caigan en el olvido.

Foschini nos enmarca en la historia de Jacques Guérin, un empresario de perfumes que tiene como afición la colección de libros y manuscritos. Casualidades de la vida, Guérin sufre una enfermedad y es tratado por Robert Proust, el hermano del insigne escritor. Movido por su imperiosa curiosidad trata de conocer a Robert para acceder a las primeras ediciones de Marcel. De este modo Guérin es infectado por una nueva enfermedad: la del coleccionista, la obsesión de acumular los objetos del novelista francés. Guérin es constante, y tras la muerte de Robert recibe la información de que la familia Proust está procediendo a quemar todas las posesiones de Marcel. A partir de ahí comienza una búsqueda incesante ante cualquiera de los objetos, manuscritos, dibujos o grabados que pudieran pertenecerle, hasta que obtiene una gran colección que hoy en día podemos ver en el Museo Carnavalet.

¿Qué habría sido de la historia sin la constancia de Guérin? Está claro: que todo se habría perdido, que la viuda de Robert habría quemado cada uno de los papeluchos, que todos los objetos que hoy en día están expuestos habrían sido abandonados en cualquier sitio: la cama en la que pasó gran parte de su vida, sus útiles y su universal abrigo, que da título al libro.

El abrigo de Proust es una oda al fanático literario, al incansable lector que sabe que todos esos papeles viejos son mucho más que garabatos. Y algo más: es un homenaje a Guérin, al incansable pesado que no hacía más que preguntar, buscar y volver a preguntar sobre el paradero de todas las cosas que pertenecieron a Marcel Proust.

Si algo se le puede criticar a Guérin es su posterior subasta de los manuscritos y primeras ediciones. Como un clásico coleccionista, su misión era obtener el objeto y guardarlo en un cajón. Quisiera pensar que en esos momentos anteriores de su muerte los verdaderos impulsores de la venta fueran sus herederos.

En cualquier caso, está claro que Guérin sabía reconocer a los genios, y de ese modo llegó a coleccionar objetos de muchos autores y pintores.

¿No es acaso una paradoja que el nombre de Guérin ni siquiera figure en la página del museo? ¿No tiene la vida la dulce sátira de que el salvador de los objetos no sea reconocido ni mencionado?
Una historia tan ficticia, tan exagerada, tan casual que no podría si no ser cierta. Cómo son las cosas. Una historia que encantará a cualquiera al que le guste la literatura.

Por Laura Corral