Y todavía lo es más la llamada “tabla de contenidos”: información pribilegiada sobre colejios, empollones, chibatos, canallas, direztores, criquet, guarros, habusones, padres, profesores, artistas del hengaño, malas llerbas en jeneral, bromitas de dormitorio y desastres diversos…
Escrito en 1953, es el primero de una serie protagonizada por el niño Nigel Mollesworth, que se hizo muy popular en Inglaterra y que puede ser un claro antecedente de las aventuras del Pequeño Nicolás. Los otros tres títulos de la serie también aparecieron en la década de los 50.
No es un libro únicamente para niños, aunque su protagonista y redactor sea un niño peculiar. Describe a brochazos, con ironía y humor, aspectos sueltos del clásico internado inglés para chicos, San Custodio, en los años 50 del pasado siglo. Por sus páginas desfilan el director, los profesores, las diversas asignaturas, los acontecimientos deportivos, los padres y todo el entorno colegial.
El libro es original también en su estructura: por un lado, el relato del niño Nigel, con sus garrafales faltas de ortografía y su visión tan corrosiva y especial de todo, mezclando los argumentos, la fantasía y la realidad, y deteniéndose especialmente en las constantes gamberradas que se le van ocurriendo; por otro, tienen su importancia las ilustraciones de Ronald Searle, muy de la época, expresivas y divertidas como el texto, y que presentan el típico humor inglés.
La literatura que refleja la vida íntima de los colegios es recurrente en todas las épocas, aunque han sido los ingleses los que han dejado muy buenos ejemplos, como Stalky and Co.,de Kipling; algunas novelas de Evelyn Waugh y las memorias de Roald Dahl, entre otros muchos.¡Abajo el colejio!, además, es también una crítica al inconfundible estilo educativo de los colegios ingleses de las clases altas y burguesas de aquellos años, plagada de formalidades, con pocos contenidos intelectuales y con unos rígidos métodos pedagógicos que poco a poco fueron mostrando su ineficacia.
La labor de traducción de Jon Bilbao es, en este caso, una auténtica obra de arte, ya que se han conservado los giros infantiles llenos de errores y unas faltas de ortografía que por si mismas hacen reír.
Por Alberto Portolés