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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El mismo autor la consideró su obra favorita. Y no es para menos: posee todos los ingredientes necesarios para entusiasmar tanto al lector habituado a las historias decimonónicas como a los que se adentran en ellas por primera vez. Es una novela magnífica, impecable y memorable, que apela a los sentidos más profundos del ser humano. Vamos a analizarla.

La narración se desarrolla en Little Hintock, una pequeña aldea de Wessex, rodeada de bosques esplendorosos y distanciada de la gran ciudad. Sus habitantes son gente rústica, campesinos dedicados al trabajo del campo y alejados de la intelectualidad que proporciona la universidad. Dos mundos distintos. Dos mundos separados. Bien lo sabe el señor Melbury, un próspero maderero de la zona que invirtió buena parte de su dinero en la educación de su hija Grace. Lo que más deseaba era que tuviera una cultura refinada, adecuada a su posición social. Cuando Grace regresa a la aldea, todos se dan cuenta de que ya no es la misma persona que antes; ahora es más delicada, elegante y cortés. En pocas palabras: ya no encaja en ese ambiente campestre de su pequeño pueblo natal. Incluso Giles Winterborne, su amigo de la infancia y con quien Grace estaba destinada a casarse, ve frustradas todas sus esperanzas. Giles, que se ocupa de los manzanos, es la bondad personificada. El amante leal, paciente y atento. Pero pobre. No está a la altura de las nuevas expectativas sociales de la señorita Melbury. Aunque está enamorada de Giles, su padre se opone a que se casen. Para ella, es más adecuado Edred Fitzpiers, el distinguido nuevo doctor de la región. Es aquí, en este evidente conflicto de clases, cuando empezarán los malentendidos, las disputas y los deseos insatisfechos. Esa aspiración de ascender socialmente afectará inevitablemente al destino de nuestros dos protagonistas. Se convertirán, como tantos otros, en víctimas inocentes de un sistema que les aprisiona, que les indica el camino a seguir en contra de su voluntad.

Es verdad que las novelas anteriores a Los habitantes del bosque están cada vez más cargadas de crítica social, pero será justo esta la que constituya un cambio definitivo en el esfuerzo y la vitalidad con que Hardy denuncia los problemas de su realidad inmediata: la lucha por la movilidad (y la inmovilidad social), la concepción de la mujer como objeto con valor de cambio y, en general, los métodos utilizados por los grupos de poder para inculcar en las personas una contención que va más allá de lo natural, es decir, más allá de lo humano (Del postfacio)

Todas las novelas de Thomas Hardy poseen ese aire trágico y melancólico, de denuncia social. Por ejemplo, Tess, la de los d’Uverbille, Unos ojos azules, Jude el oscuro o El alcalde de Casterbridge, son novelas donde se mezclan, en un entorno rústico, el amor y el dolor, el desánimo y la desesperanza. Una trama infeliz rodea el destino de sus protagonistas. En ocasiones, aparece el optimismo, la certidumbre de una mejoría; pero pronto se desvanece. Son golpes crueles, despiadados; golpes que afectan emocionalmente al lector. En Los habitantes del bosque encontramos reflejados todos estos elementos. La historia es pesimista, crítica con la época en que se desarrolla –denuncia la institución matrimonial, la movilidad social, la situación de la mujer–, pero es fascinante. La prosa de Thomas Hardy nos envuelve suavemente, nos une con la naturaleza más primigenia. El autor nos ofrece grandes descripciones del entorno, de la vida del campo; podemos sentir la brisa que recorre dulcemente los prados; podemos vivir, como los protagonistas de nuestra historia, en comunión con la naturaleza. Quizá sea por eso, por ese misticismo que evoca el entorno, que la narración está llena de citas religiosas. En mi opinión, no son una molestia para poder disfrutar del libro; al contrario, ayudan a entender mejor el contexto.

Como dijo el escritor británico Arnold Bennett (1867-1931), en una frase que recoge la contraportada del libro, es «una de las más hermosas novelas de la narrativa inglesa». Estoy completamente de acuerdo. Es una novela que mejora página a página, hasta desembocar en un final trágico –como era de suponer– y deplorable, pero sensacional. Con el tiempo, notaréis la sensación de haber leído una historia colosal envuelta por un humilde intimismo. Os la recomiendo. Si aún no habéis leído ninguna novela de Thomas Hardy, podéis empezar por ésta.

Sólo me queda dar las gracias a la editorial Impedimenta porque ha hecho posible que los lectores españoles podamos disfrutar de esta extraordinaria novela, que estaba inédita en castellano hasta ahora. Además de poseer una excelente traducción, esta edición está acompañada de anotaciones a pie de página, para comprender mejor algunos pasajes de la novela, y de un postfacio del mismo traductor, Roberto Frías, titulado, muy acertadamente: «Cuando la imaginación es la esclava de una circunstancia inalterable». No os la perdáis.

Por Beldz.