Era tan excepcional, Héctor. Con su teoría de que si se quiere hacer algo, si de verdad hay algo que merece la pena y que realmente se desea hacer, no hay que pararse a pensar. Sin reparar en nada más, sin hacer caso a los mosquitos ni a los pensamientos cruzados acerca de un día de sol o de una maravillosa conversación a la sombra de un árbol frondoso ocupado el espacio por el olor de las higueras. Héctor decía que no hay que escuchar los sonidos circundantes ni el latido sobrio del corazón ni las expectativas de una casa más grande ni el canto lejano de una risa querida como a nada se ha querido antes. Si se desea hacer algo, hay que empezar a hacerlo y no pensar más. Porque el pensamiento sólo dilata el no hacer nada y deja pasar las horas en una estéril sucesión de instantes pensados que no significan gran cosa. Sólo consideraciones o recuerdos que la mayoría de las veces son torturas y además torturas lastimosas de un dolor ilocalizable, que no es físico y que no se puede acallar con medicamentos. Un dolor continuado. Un dolor soberano que persiste y persiste.
«La huida de Virginia», pág. 91-92.
Lo que llamamos herencia lectora, esos libros que hemos leído a lo largo de la vida y que por sus características nos predisponen a apreciar la literatura de una forma u otra, no debería analizarse teniendo en cuenta todas las obras que pasan por nuestras manos, sino solo aquellas que son capaces de marcarnos, que tienen todo lo que buscamos como lectores aunque tal vez en el momento de empezarlas aún no sabíamos exactamente qué era lo que deseábamos encontrar. Obras de las que da pena despedirse, obras a las que se va a querer volver algún día. Para mí, los relatos de El mes más cruel (2010) encajan en esta descripción: he conectado de inmediato con la delicadeza y la poesía que impregnan estas páginas. Su autora, Pilar Adón (Madrid, 1971), licenciada en Derecho y traductora literaria, también ha publicado las novelas El hombre de espaldas (I Premio Ópera Prima Nuevos Narradores, 1999) y Las hijas de Sara (2003), el libro de relatos Viajes inocentes (Premio Ojo Crítico de Narrativa, 2005) y los poemarios Con nubes y animales y fantasmas (2006) y La hija del cazador (2011). Ha participado en diversas antologías y con El mes más cruel, su publicación más reciente, fue nombrada Nuevo Talento Fnac. Estamos, por lo tanto, ante una escritora versátil y precoz, que ha cumplido con creces las altas expectativas que tenía con ella.
Aun a riesgo de pecar de simplista, me parece que el tema común de los catorce relatos que componen El mes más cruel es la debilidad del ser humano y todo lo que se deriva de ella (locura, ansiedad, soledad, desconfianza, huida…): una madre tan sobreprotectora que roza el delirio, una chica que recorre las ciudades tocando un violín, un joven enfermo incomprendido por su padre, una mujer que viaja en autobús pensando en el futuro. A pesar de que los relatos plasman situaciones duras, no me han transmitido tristeza ni amargura; lo que he sentido es confort, la satisfacción de leer una literatura que refleja muy bien las emociones y consigue llegar al lector. Solo conocemos a los personajes por su psicología, puesto que apenas se esboza su aspecto físico. Nos acompañan durante unas pocas páginas, pero he percibido que su historia va mucho más allá, que no nos dejan del todo al terminarlos. Por hacer una relación con el cine, un relato de Pilar Adón se podría comparar a una escena en la que un actor lo dice todo con la mirada, a un breve (pero significativo) cruce de palabras o a un momento de silencio en el que el protagonista lleva a cabo una pequeña acción en la que está implícita su soledad o su inquietud. En definitiva, escenas que no recogen toda la trama, pero que son arte puro y que, si se saben apreciar, si se es un espectador cuidadoso y sensible, se puede observar en ellas mucho más de lo que se ve a simple vista.
Por otro lado, aunque el planteamiento de la mayoría de cuentos se sitúe en un contexto real, Pilar Adón no busca el realismo fidedigno ni en la situación ni en las conversaciones; sus textos son más bien relatos de sensaciones, de atmósferas, no aptos para quien busque una trama masticadita de planteamiento, nudo y desenlace. Son relatos para leer dejándose llevar por las palabras, hasta que en un determinado momento ocurre algo que invita a pensar en su significado, en el sentimiento que se ha querido plasmar en ese texto. Un algo que, más que a un petardo ruidoso e impresionante, se asemeja un poco a encender el interruptor, un gesto en apariencia insignificante que produce un cambio rotundo (como el llanto de la protagonista de «El viento del sol»). Con Pilar Adón he recordado una frase que escuché hace tiempo: la buena literatura es aquella que permite múltiples interpretaciones (la inexactitud y el no saber del todo si se ha entendido bien, como explica con tanto acierto Marta Sanz en el prólogo). Sus relatos no buscan entretener, no narran aventuras trepidantes; son como píldoras que se degustan y consiguen provocar una reacción, una pequeña revelación.
La forma de narrar resulta fundamental para lograr este efecto: una escritura lírica, delicada, elegante, llena de observaciones inteligentes sobre la vida (como la que cito al comienzo de esta reseña) y diálogos tan artificiosos como reveladores (espléndidos los de «En materia de jardines», no hay mejor frase para empezar el libro). Pilar Adón escribe muy bien, con las palabras justas y todo cuidado hasta el más mínimo detalle (la magnífica metáfora del título de «El fumigador», la abundancia de personajes lectores, el hecho de comenzar y terminar la recopilación con relatos en los que aparece un jardín…). También merecen una mención los poemas que acompañan a los trece primeros y potencian la sensación que ha querido transmitir el relato, sin ser una moraleja que nos revele la interpretación «correcta». No soy lectora de poesía, pero me parecieron hermosos y me gustó la idea de complementar los cuentos con ellos.
Cambiando de tercio, a pesar de que el protagonismo de los relatos siempre va para las personas y lo que las rodea, la autora no recrea todas las situaciones del mismo modo: en ocasiones adopta un estilo inglés, en otras suena afrancesada, en una nos acerca a África, hasta tiene un toque de lo mágico de la literatura medieval. Esta variedad aporta riqueza de lugares, nombres de personajes y formas de vida, y define un rasgo fundamental de Pilar Adón como escritora: no tiene el estilo español «castizo», sus influencias están más allá de nuestras fronteras —en el momento de escribir esta reseña he leído también su novela Las hijas de Sara, que ha confirmado mis impresiones al respecto—. Esto no es ni una ventaja ni un inconveniente, aunque tal vez los que reniegan del tono tradicional español sí lo consideren una virtud.
Por último, no puedo terminar esta reseña sin alabar, una vez más, el gran trabajo de Impedimenta, que ha incluido un prólogo ameno e interesante de Marta Sanz, cosa poco frecuente en la edición de narrativa actual (pero muy útil para intentar exprimir más la lectura) y ha elegido para la cubierta una preciosa pintura de Dino Valls que seguro que ha ayudado a que muchos lectores prestaran atención a El mes más cruel. El texto tiene un tamaño adecuado, con muchos espacios para hacer la lectura cómoda; y, lo más importante, no contiene errores de ortografía.
En suma, me han gustado mucho estos relatos. Me cuesta decantarme por alguno, probablemente porque no soy lectora habitual de cuentos y carezco de suficientes referencias previas para saber hasta dónde puede llegar un buen relato (por suerte, libros como este me recuerdan que debo interesarme más por este género; he comprobado que hay sensaciones que se digieren de maravilla en pequeñas dosis); no obstante, sí que puedo referirme a aquellos que recuerdo más ahora, un mes después de haberlos leído: «El fumigador», «Culto doméstico», «Genios antiguos» y «Noli me tangere». En cambio, los que quizá me dejaron más fría son «El infinito verde» —que a mi parecer habría encajado mejor en otro tipo de compilación por su toque de leyenda— y «Los seres efímeros» —para mi gusto, demasiado breve, demasiado efímero—, aunque también tienen su punto. De todas formas, mis impresiones son de entusiasmo absoluto, conecté tanto con su prosa que al terminarlo sentí casi una necesidad de correr a leer todo lo publicado por la autora, un arrebato que he sentido con muy pocos escritores y que rara vez me ha conducido a decepciones. Creo que gustará a aquellos lectores que sean como el espectador que he descrito antes: atentos, observadores, sensibles a los detalles. Por el contrario, no lo recomiendo a quienes solo busquen una trama convencional en la que importe más el qué que el cómo.
Le deseo mucha suerte a Pilar Adón, se merece llegar a ser una escritora importante.