En una época en la que las mujeres empiezan a reclamar un espacio propio, un protagonismo y un cambio en la consideración de su papel en la vida, Wharton nunca lo reclamó explícitamente, pero sí de facto, en su propia vida.
En esta novela posteriormente llevada al cine e interpretada por Bette Davis y Miriam Hopkins, es un duelo entre las dos protagonistas. Un mano a mano terrible, dramático, feroz, en algunos momentos. En la poderosa familia Ralston se encuentran con un dilema: a punto de desposarse con Joe Ralston, Charlotte Lovell revela un terrible secreto a su prima Delia Ralston. Charlotte ha de tomar una drástica decisión y recurre a Delia como confesora y consejera, además de que, por otras razones está indirectamente implicada. La decisión que tomen cambiará el rumbo de sus vidas.
A lo largo de la convivencia común, ambas asistirán a la repetición de situaciones ya vividas, proyectadas en las siguientes generaciones. Los problemas femeninos de una generación a otra son los mismos: en esa época, las mujeres han de realizarse en el matrimonio, a costa de lo que sea. Fuera de este, son un cero a la izquierda. El honor de la familia hay que mantenerlo a toda costa, por lo que no se pueden transgredir las rígidas normas que rigen la sociedad.
La traductora, en su nota final, destaca que son precisamente las propias mujeres las que más cruelmente obligan a sus congéneres a no incumplir las reglas del juego, ya que en el momento en que se infringen, ponen en entredicho todo el entramado social. Por eso todos los intentos de Delia y finalmente de Charlotte acaban por aceptar el sacrificio. Son, curiosamente, los hombres, Clem Spender y el doctor Lanskell, –como también destaca la traductora–, los que sugieren las posturas menos convencionales.
Oscilando entre el amor maternal y las convenciones sociales, por una parte, y el recuerdo del amante perdido y su fruto, por otra, la lucha psicológica es constante entre ambas primas, que se posicionan como dos puntos contrapuestos, aunque a la vez tratan de llegar a acuerdos razonables por el bien de terceros, concretamente, de su común objetivo: Tina, en cuya figura ven personificados tanto virtudes como defectos que ambas han conocido en su juventud respectiva. Preservar la felicidad de Tina es prioritario y es precisamente lo que conduce a los más dolorosos sacrificios en Charlotte.
Wharton, que no tuvo hijos y cuyo matrimonio fracasó estrepitosamente, supo entender bastante bien los sufrimientos de la maternidad. No tanto los físicos, sino las preocupaciones que conlleva encauzar una vida intentando –a veces inútilmente–evitar los fracasos, los errores y las desilusiones que se han vivido en carne propia. Pero, sobre todo, Wharton disecciona con ojo certero la sociedad de la época y la posición de la mujer en ella. La describe minuciosamente y muestra los aspectos que deberían cambiar, sin hacer en ningún momento un discurso «feminista», pero abriendo la puerta a otras vías, otros modos de vida posibles y deseables.
Por Ariodante.