Pero a Reginald Iolanthe Perrin –iniciales simbólicas: R.I.P– esta vida ordenada y ejemplar, propia de la clase media, no le resulta atractiva. El hecho de trabajar desde hace mucho tiempo como ejecutivo de ventas en la misma fábrica de alimentos, de ver siempre los mismos personajes, de tener una suegra hipopótamo o de soportar familiares gorrones, lo llevan por el camino de la amargura. Está harto de todo y empieza a entender que aquel no es su lugar. Por eso decide dar un vuelco a su vida: simula un suicidio y empieza de nuevo, no sin antes sufrir trastornos de personalidad divertidísimos.
David Nobbs, el autor, con Caída y Auge de Reginald Perrin nos ofrece una obra llena de ingenio e ironía. Narra los acontecimientos que suceden alrededor de la vida del protagonista –reducidos al ámbito familiar y laboral– de tal manera que a uno no puede evitar escapársele más de una carcajada y de mantener constantemente una sonrisa de oreja a oreja. Aún así, encontramos altibajos en cuanto al ritmo, sobre todo a partir del momento en que el protagonista decide fingir el suicidio y metamorfosearse en una serie de personajes bastante diferentes entre sí. Este es el momento en el cual escasea más el humor y se evidencia que se trata de una tragicomedia con un final muy muy bien resuelto.
Una obra llena de ingenio e ironía
Respecto al estilo, Nobbs rehúye de toda pretensión. La estructura del texto hace que parezca un guión. Tiene la capacidad de enganchar al lector, de entretenerlo. Probablemente todo ello provocó que la BBC hiciera una serie que tuvo un éxito estrepitoso, la cual recomendamos si se quieren poner imágenes a la lectura.
Además del aspecto humorístico y de la voluntad de entretener, el libro también puede invitarnos a reflexionar sobre el vacío vital que supone llevar un día a día rutinario, monótono. ¿Vale la pena o no actuar cuando aparentemente lo tenemos todo pero somos infelices?, ¿hasta qué punto uno debe actuar o dejar de actuar y de qué manera? Que cada cual haga aquello que crea más conveniente, pero recuerden que la literatura es literatura y si piensan llegar al extremo de imitar a Reginald Perrin es muy probable que la jugada no salga tan bien como a uno le gustaría.
Por Antoni Bauçà.