Las viñetas lavan la cara a la imagen más clásica y oscura de una creadora que tal vez hubiese disfrutado de estos dibujos tanto como de las miniproducciones editoriales que ponía en marcha con sus hermanos y que conforman una isla familiar idílica en este recorrido vital ilustrado. Hay una primera parte marcada por un sentimiento alegre invencible en la que el lector puede viajar por una infancia feliz con veraneos en el campo; el calor de la protección materna; los primeros encuentros con otros jóvenes intelectuales de la época y esa insistencia de Virginia en no ser una más, en mirar desde lejos la posibilidad de una vida dentro de la caja, casi asfixiante, que para ella suponía un matrimonio convencional. La segunda mitad muestra el otro lado de Virginia: su miedo a no estar a la altura de su esposo; la tristeza que pronto muda en melancolía y casi inmediatamente se convierte en una dolencia mental para el entorno de una mujer que apenas soporta las pérdidas de otras vidas, pero que elige un final lírico para la suya adentrándose en el río Ouse con los bolsillos repletos de piedras. El conocido desenlace de la historia es casi lo de menos, porque la obra busca ser más que una biografía en cómic y puede llegar verse como un mapa certero de unos sentimientos en los que la producción literaria son como las rías que se adentran en el territorio. La falda materna poblada de flores en la que descansa una joven Virginia en el tren camino a su paraíso infantil de las primeras páginas se transforma en un paisaje que marca el resto de las páginas. Y por todo ello esta propuesta de Impedimenta pasa a ser un gran regalo tanto para seguidores devotos de Virginia Woolf, como para aquellos que ni siquiera sospechaban que podrían llegar a serlo.
Por Beatriz Abelairas