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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Su vocación literaria no se podría entender sin conocer los importantes trastornos emocionales que sufrió a lo largo de su vida, víctima de la hipocresía y la intolerancia social.
Muchas de sus novelas han sido llevadas al lenguaje cinematográfico. La primera de ellas fue la versión de Edmund Goulding, que dirigió en 1939, a partir de la novela La solterona.
Amiga y discípula de Henry James, Wharton, que por su rango conocía muy de cerca a la alta sociedad neoyorquina, pone de relieve, en un lenguaje muy intuitivo, la docilidad y la obediencia de la mujer. Y desde este espacio asfixiante en el que sufrió por ser mujer, la autora decidió alejarse a través de su creación literaria, examinando cuidadosamente a los personajes de esta sociedad que, por encima de todo, lo más importante, más que trenzar relaciones afectivas, conservaban el poder, mantenerlo a toda costa, para proyectarlo en las siguientes generaciones.
La familia Ralston representaba, ante todo, el símbolo de estos núcleos familiares que no querían transgredir las reglas porque sabían, convencidos de que las normas les favorecían, que estas reglas les permitían manipular a su antojo las estructuras sociales.
Wharton describe irónicamente esta trama de convenciones (aparentemente cívicas) y, con toda su intención y voluntad expresiva, resquebraja de un solo corte la sofocante atmósfera, hecha a la carta, dando vida a personajes que deciden cambiar estas mismas reglas con disimulo, mediante una lucha psicológica, llena de desilusiones y frustraciones, para conseguir ya no la libertad sino la dignidad.
La maternidad, indiscutible atributo femenino, no se escapa de la mirada minuciosa de la novelista americana: Y a continuación, los bebés; los bebés que se suponía que “lo compensaban todo”, pero que resultaba no ser así… por más que fuesen criaturas entrañables. Una seguía sin saber exactamente qué se había perdido o qué era aquello que los hijos compensaban.