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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Gervase Fen, uno de los personajes detectivescos más originales y divertidos

Pocos detectives hay en la historia de la literatura tan originales como Gervase Fen. Un profesor de la Universidad de Oxford aficionado a la investigación criminal que, inmiscuido de extrañas formas en los casos más estrambóticos, se enfrenta a todos ellos con surrealista sagacidad.

Una serie obra de Edmund Crispin, pseudónimo tras el cual se esconde Robert Bruce Montgomery (Inglaterra, 1921-1978), quién también era (al igual que su personaje) profesor de lenguas en la Oxford University y crítico literario. De las nueve novelas publicadas con este personaje hemos comentado ya la primera publicada en España, ‘La juguetería errante’ (1946; Impedimenta, 2011), y hoy lo hacemos con la segunda: ‘El canto del cisne’ (1947; Impedimenta, 2012, disponible en FantasyTienda).

Inmediatamente posterior a ‘La juguetería errante’ guarda con ella una relación directa, transmitida a partir de las numerosas referencias que a ella se hace en el texto de ‘El canto del cisne’. Sin embargo, estamos ante dos textos elaborados a partir concepciones muy distintas, siendo bastante notables las diferencias que el lector puede percibir entre la primera novela y la segunda.

La diferencia más llamativa entre ambas reside en el tipo de humor. ‘La juguetería errante’ apuesta por un humor visual, donde la imaginación nos transporta a escenografías características de la televisión: por su ritmo acelerado y la importancia del equilibrio colectivo entre todos los personajes. En cambio, ‘El canto del cisne’ apuesta por un humor lingüístico rendido al diálogo chispeante y a la réplica ingeniosa, donde los personajes individuales adquieren una importancia mayor. Eso sí, Gervase Fen conserva intacto su espíritu gamberro y juguetón, forzando los diálogos al máximo de su realismo, e introduciendo elementos visuales que lo hacen irreverentemente encantador –como cuando juega con el maquillaje en los camerinos pintándose y despintándose un bigotazo de la cara.

Otra diferencia significativa, en cierto sentido derivada de la primera, está en el ritmo narrativo llamativamente más pausado de ‘El canto del cisne’ (Impedimenta, 2012) respecto al de su predecesora. Tal, viene motivado por cómo las distintas tramas exigen también un distinto juego con los espacios, reflejándose estos cambios, precisamente, en un tempo y un ritmo totalmente distintos. En esta novela, el contexto del ensayo teatral reúne a casi todos los presuntos sospechosos bien sobre el escenario o bien entre el proscenio y los camerinos, por lo que es menos necesaria esa alta velocidad inherente a las investigaciones con cambios de escenario constantes y nuevos personajes desperdigados aquí y allá. Un ritmo que cambia a veces de forma brusca, cuando Gervase Fen se mueve en su vehículo (ya tan característico por su petardeo, de nombre Lily Christine III) para interrogar a otros sospechosos, desperezando así una trama a veces demasiado pausada.

Un intento ímprobo del autor por diferenciar las dos novelas de mismo protatonista, de resultado exitoso, que da lugar a otra una novela diferente y entretenida, hilarante e inteligente.
Lo que sí no cambia, es el extraño planteamiento del caso al que nos debemos enfrentar y que, a priori, parece tener muy pocas salidas satisfactorias –no en vano, durante buena parte de la novela la salida más probable semeja ser el suicidio. En ‘El canto del cisne’ (Impedimenta, 2013) estamos ante un maravilloso cantante de ópera, borracho e iracundo, mujeriego y faltón, de nombre Edwin Shorthouse. En un momento durante los ensayos de su próxima obra aparece muerto, mientras se encuentra irremediablemente rodeado, por todas partes, de compañeros/as de profesión con algún motivo por el que lo odian y les encantaría verlo muerto. Demasiados presuntos sospechosos posibles…

…Y demasiados sospechosos inmediatamente descartados. ¿Por qué? Pues por las circunstancias de su muerte: todos los posibles sospechosos estaban fuera del lugar del crimen (el camerino de Shorthouse) cuando éste tuvo lugar. Para más inri, los testigos presenciales, que estaban cerca del camerino del muerto en el momento del asesinato, afirman no haber visto entrar o salir a nadie del camerino de Shorthouse (dónde este apareció colgado de un gancho por una cuerda) ni antes ni después de la hora de la muerte.

¿Cómo es posible que tal modus operandi, y en tales circunstancias, sea un homicidio? Y si, efectivamente, lo fue ¿quién es el culpable? Hagan sus apuestas.

La trama sigue la misma línea que en la novela anterior: aportando pistas y despistes por doquier. Si bien, en este caso, el enredo es todavía mayor, porque la voz narradora entra a veces a matizar las palabras o el conocimiento de los personajes sobre el crimen para confundirnos (¿o no?) todavía más. El juego de ‘El canto del cisne’ (Impedimenta, 2012) trata al lector, desde el inicio, como a un participante más. Por eso se esfuerza, igualmente, en tratar a Gervase Fen como un personaje ajeno a la solución, por veces desorientado o desconcertado. Así haciendo, se consigue que nosotros seamos capaces, también, de intentar llegar a la respuesta… incluso antes que el protagonista.

Si entra a participar en la búsqueda de una respuesta hágalo sin ansiedad, recuerde que los enigmas son enrevesados y no hay caminos cortos o fáciles para las soluciones de los misterios de Edmund Crispin.

La nueva entrega de ‘El canto del cisne’ (Impedimenta, 2012) nos presenta un nuevo caso, labrado sobre la misma base original, pero con mimbres de refresco. De esta forma, a pesar del escaso tiempo transcurrido entre una y otra novelas –menos de un año, se percibe el ingente esfuerzo de planificación del autor por diferenciar claramente ambas obras. Un intento ímprobo, de resultado exitoso, que da lugar a otra una novela diferente y entretenida, hilarante e inteligente. Con una trama cuyas virtudes y defectos delimitan los aspectos positivos y negativos de la novela, pero que en absoluto desmerecen a un trabajo habilidoso de escritura, a la altura de uno de los personajes detectivescos más originales y divertidos de la literatura.