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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Las Bellas Extranjeras». Impedimenta (2013). Mircea Cartarescu

Juan Fernández: «¿Por qué se dedica a esto?» Mircea Cartarescu: «Solo escribo sobre mí, solo me interesa mi vida interior. Todos mis libros son el libro de mi mente. Escribo para evadirme, pero hacia el interior. Me considero un neorromántico.» El…

Juan Fernández: «¿Por qué se dedica a esto?»

Mircea Cartarescu: «Solo escribo sobre mí, solo me interesa mi vida interior. Todos mis libros son el libro de mi mente. Escribo para evadirme, pero hacia el interior. Me considero un neorromántico.»

El Periódico de Catalunya, 6 de marzo de 2013

Podría ahorrarme las siguientes palabras sobre Las Bellas Extranjeras y su autor, Mircea Cartarescu, remitiendo a la entrevista que acabo de citar en la cabecera. El autor lo ha dicho ya: sus libros hablan sobre sí-mismo. Ante esto, qué puedo decir. No más esperar que le caiga un aluvión de críticas vehementes tachando semejante desvergüenza de burguesa, narcisista, elitista, o demás palabras sacadas de contexto y colocadas sobre su persona, que, como al personaje del libro en cuestión, le dañan más de lo que le gustaría.

Uno siempre habla de sí-mismo aunque su Golem se llame, eternamente, Rodion Romanovich Raskolnikov, José Cemí, Juan Pablo Castel o Kurt Crürwel, por mucho postestructuralismo que apliquemos, o por mucha novela colectiva que se pretenda. Sin embargo, se use el nombre que se use, la obra quedará determinada por ese factor radical y escurridizo que es: la calidad literaria. Ésta, a mí parecer, se requiere en mayor cantidad cuando uno se pone a hablar de sí-mismo y aspira a no hacer un mero chisme onanista. Así sucede, con acierto y a cara descubierta, con el protagonista (y narrador) de las tres historias recogidas en este libro: Mircea Cartarescu.

Pero no el narrador de la súbita Nostalgia, ni de El Ruletista (acertadamente editado como pieza única por Impedimenta*), tampoco al de Lulu hipnótica; sí, tal vez, algo más cercano al autor de ¿Por qué nos gustan las mujeres?, traducción editada por Ed. Funambulista, donde, a mi parecer, vemos a un Cartarescu menos estilista, más comercial, que el autor de Lulu, donde logra responder a esa misma pregunta desde una cota lírica y una capacidad descriptiva deslumbrante. Lo encuentro, en Las bellas extranjeras, a medio camino entre un Mircea y otro.

Aparece dejando a un lado su armamento de narración “barroca” (como repiten los críticos), que en tal caso es “barroca” a la manera que lo es El Bosco, donde uno no sabe si hay expresionismo, surrealismo, onirismo, luminismo, o todo se resume en una amalgama estética con aristas, como es la realidad del sí-mismo, en este caso, el Cartarescu-mismo (por terminar con los ismos). Este Cartarescu presenta en batalla otros dos rasgos compartidos con el pintor neerlandés, la ironía ácida y la destreza cínica, necesarias para extraer La piedra de la locura al escritor que, motu proprio, se ha atado a la silla de inspección.

Así surge, primero, un personaje que se enreda en la paranoia inoculada, arrastrándose por largos pasillos y despachos necios, para ser participante directo del fraude que resulta el miedo, la burocracia, y “el arte contemporáneo” dirigido en un sobre a su persona.

El mismo Mircea que forma parte de la comitiva de apóstoles que cruza la frontera para exhibir la piedra de la locura rumana, recién extraída y canonizada, en el país de Voltaire. Dispuesta para las más altas sensibilidades literarias… A alguna, incluso, se le cae la baba sobre el texto.

El mismo tipo introvertido con melenas y cierto aire de cantante manele; el incómodo artista del hambre que ha vuelto a saborear la sopa contundente de la literatura europea. Lo hace, aún fuera de sus modos comunes, con aplaudida destreza. Sin detenerse y con la mano derecha, vuelve a firmar con su nombre de frumoasele strǎine: Mircea Cartarescu.

*Excelente trabajo de Impedimenta al exigir calidad en la traducción (Marian Ochoa de Eribe) y escoger con tanto acierto estético las portadas de los libros de Cartarescu. Consigue hacer “un objeto” digno de portar los textos que lleva.