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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Los habitantes del bosque», un Thomas Hardy indispensable

A lo largo de las 452 páginas de esta edición, Thomas Hardy realiza constantes alusiones a hechos de la antigüedad, dioses y mitos helénicos, nórdicos, así como a obras teatrales de Shakespeare. No duda en usar latinismos, ironías, buenas anécdotas e historias cruzadas durante todo el texto.

Su novela
Thomas Hardy por William Strang en 1893
«Los habitantes del bosque» (The Woodlanders, publicada íntegra en 1887) ha sido un encuentro posible gracias a la estupenda editorial IMPEDIMENTA (Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008) que en 2012 puso por primera vez en castellano esta obra, que va ya por su 3ª edición y espero que no deje de crecer.

La traducción fue encomendada a Roberto Frías, que añade un postfacio donde aclara cualquier duda que puedan generar los temas y personajes de la novela de Hardy. Un anexo que Frías aporta bajo un curioso y descriptivo título muy apropiado para estos «habitantes»: «Cuando la imaginación es la esclava de una circunstacia inalterable».

¿Dónde y Cuándo?
Nada más empezar la lectura el autor nos sitúa en «unos extensos bosques salpicados de manzanares» y en uno de sus poblados ingleses a finales del siglo XIX.

Será en el emplazamiento conocido como Hintock, al que Hardy describe como «…lugar autónomo… uno de esos lugares aislados del resto del mundo, donde se puede hallar más reflexión que acción y más apatía que reflexión…» (pag. 12 de esta edición) donde arranca la historia.

Trama y Personajes.

Todo gira en torno a las estrategias y las prioridades que un grupo de habitantes de esos bosques van a poner en marcha cuando la hija del señor Melbury, Grace, regresa a casa.

Grace Melbury viene de recibir una buena educación gracias a que su padre se empeñó en que sus ganancias, producto del comercio madedero, se vean reflejadas en el porte, la distinción y la subida social que su hija le iba a retribuir.

Por supuesto, para que esa querencia de mejora se materialice hay que conseguir una unión matrimonial favorable.

De la materia prima que es Grace Melbury, Hardy dice que «…Hablando en general, se podría decir que a veces era hermosa y que a veces no lo era, dependiendo de su estado anímico y de salud…» (pág. 51 de esta edición).

Un estado anímico que cuando regresa al pueblo nota de manera inmediata que tiene un bajón porque ese entorno de la infancia se le ha quedado muy pequeño y extraño.

Esto se recrudece cuando se encuentra con su pretendiente de antaño, Giles Winterborne, un pequeño terrateniente a punto de dejar de serlo por leyes arcaicas que unen las tierras a vidas ajenas. Un leñador trabajador que ama el campo y los manzanos y su frutos por encima de todo. Un hombre que elabora sidra con toda su dedicación.

Cuando Giles recoge a Grace para llevarla a su casa y se sientan juntos en el calesín, ambos se dan cuenta de que la educación, la cortesía y la finura que ella ha adquirido se oponen de forma tangible a la sencillez del sidrero que ahora parece «…tosco a su lado…» (pág. 50).

En vista de los nuevos sentimientos, el voluble y siempre mercantilista padre de la muchacha empieza a buscar un marido al que él apruebe.

Un tropel de circusnstancias se encadenan para ver a Grace casada con un joven médico de buena familia llamado Fitzpiers Edred.

Al pasar el tiempo se dará cuenta de que no ama a su marido y que aún siente cosas por Giles, por lo que luchará para que sus caminos vuelvan a encontrarse.

Alrededor de este centro amoroso se asoman el resto de los personajes:

La rica e insensible señora Charmond, Felice, cuya desconsideración hacia quien no sea ella misma es causa de tragedia y fatalidad.

Una mujer que piensa de sí misma que «…nací para vivir y no hacer nada, nada. Nada más que flotar, como a vecer nos imaginamos que sucede en los sueños…» (pág. 77).

El esposo de Grace, Edred Fitzpiers, estudiante de los cerebros de las personas muertas, filósofo y poco compometido con su trabajo de médico rural que es considerado «…un hombre apuesto y bien formado…su presencia revelaba más al filósofo que al dandi…» (pág.127).

El señor Melbury que bulle toda la novela con una sola idea que bien resume esta interrogación que dirige a su hija Grace: «…¿Acaso no me ha costado cerca de cien libras al año sacarte de todo esto para darle ejemplo al vecindario entero de lo que una mujer puede llegar a ser?…» (pág. 108).

Giles y Marty. Fotograma film 1997
Y, de entre todos los actores que van fluyendo, destaca el personaje silencioso, asombrado, dulce, sufridor y más bello de cuantos Hardy describe. La joven Marty South cuyo «…rostro tenía la habitual plenitud expresiva que únicamente se alcanza tras toda una vida de soledad…En edad, la chica no tenía más de diecinueve o veinte años, pero la necesidad de tomar conciencia de la vida en una época demasiado temprana había hecho que las líneas provisionales de un rostro infantil adquirieran una prematura irrevocabilidad…» (pág. 17).

A lo largo de las 452 páginas de esta edición, Thomas Hardy realiza constantes alusiones a hechos de la antigüedad, dioses y mitos helénicos, nórdicos, así como a obras teatrales de Shakespeare. No duda en usar latinismos, ironías, buenas anécdotas e historias cruzadas durante todo el texto.

Nada de estos cultos y bien traídos recursos han de asustar al lector, puesto que ni son tan abundantes como para ofuscarlos ni quedan sin explicación que haga salirse de la lectura. La edición de Impedimenta salpica a pie de página con las necesarias y someras aclaraciones que facilitan la lectura.

Grace y Giles en el calesín.Fotograma film 1997
Lectura que, si hacemos caso a ciertos críticos literarios, se considera como una de las menores, en comparación con otras más conocidas de Thomas Hardy:
«El alcalde de Casterbridge», «Jude», «Tess, la de los d’ Udervilles» o «Lejos del mundanal ruido».

En mi modesta opinión de lectora de las anteriores, «Los habitantes del bosque» no merma la capacidad de trasladarnos a caballo entre el Romanticismo y el Modernismo que todas ellas destilan. Es más, Hardy saca a relucir la condición de moneda de cambio de la mujer, la llegada para quedarse de los burgueses y comerciantes industrializados, el desplazamiento de la aristocracia a estados menos poderosos y el dominio de un lenguaje donde se combina lo culto con la traslación de diálogos y pensamientos soeces y duros desde estratos sociales poco cultivados de una forma sencilla y atractiva.

Es esta una buena novela para introducirse en el mundo de Hardy. Un prolífico escritor que se «cabreó» con la censura tras la publicación de «Jude el Oscuro» y que, para disgusto de quienes apreciamos su prosa, dejó la narrativa para volver a corregir y ampliar su obra poética de juventud (para placer de los amantes de la poesía).

Considerando los enlaces a obras de Shakespeare que Hardy plantea en «Los habitantes…» no estará mal decir que la historia de ésta bien podría resumise, incluso sabiendo que no es la justicia la que triunfa, con el título de una «comedia sombría» del bardo inglés: «Bien está lo que bien acaba».