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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Los límites de la representación

No es como El secreto de sus ojos. Lo aclaro de antemano porque voy a contar lo de la jaula y algunos pueden pensar “Ah, es como El secreto de sus ojos“. La novela se llama La promesa de Kamil Modráček y el autor es Jirí Kratochvil, que llega con la recomendación de Milan Kundera como el mejor escritor de la generación checa post 1989.

La promesa de Kamil Modráček se desarrolla en Brno (ciudad donde vive el autor) a principios de la década del ’50, con el aparato de persecución estalinista a pleno. Modráček, arquitecto, admirador del racionalismo de Le Corbusier, es investigado por los servicios de inteligencia por haber trabajado para los nazis durante la ocupación en la Segunda Guerra: su dudosa gloria arquitectónica es una casa cuyas cuatro alas dibujan una gigantesca cruz gamada, un edificio que avergüenza a la ciudad (durante los festejos por el día de las fuerzas aéreas un avión repleto de niños obreros realizó un vuelo sobre Brno y las azafatas les vendaron los ojos para que no la vieran), pero que a la vez no se puede demoler porque es una joya arquitectónica. En esa contradicción, entre lo oculto y lo visible, transita la novela.

Es cierto que Modráček colaboró con los nazis (porque los demás buenos arquitectos eran judíos y habían sido “gaseados”), pero lo hizo para liberar a la hermana, detenida por la Gestapo por imprimir panfletos en contra de los alemanes. Y aquí lo encontramos nuevamente en esa situación: la investigación no sólo es por la casa de la cruz gamada, es también porque la hermana continúa con los panfletos pero ahora en contra del comunismo. Eliška Modráček, además, es pintora y se cree que sus cuadros, antes expresionistas, ahora abstractos, ocultan mapas e informaciones para los rebeldes.

La relación con el arte es siempre conflictiva para todo régimen. Luis Mattini, antiguo dirigente del ERP, escribió la novela Cartas profanas donde un naif Santucho le pide a Gombrowicz que se vista de Bertolt Bretch y escriba “una obra pedágogica sobre la revolución”; Gombrowicz se rehúsa: “todo arte es revolucionario”, le dice, pero qué será del arte cuando siga siendo revolucionario una vez que se haya alcanzado la revolución.

Los límites de la representación

El padre de Modráček daba clases de propedéutica y lógica; su interés estaba centrado en la filosofía cristiana. Murió poco después de la llegada de los nazis. Entre sus ocupaciones se dedicaba a traducir ensayos filosóficos y alguna vez intentó traducir una novela de Nabokov. Aunque dejó esa tearea inconclusa, llegó a mantener una amistad lejana con el escritor, quien, en una visita a Brno, le regaló el original del cuento “Se habla ruso”. El cuento trata sobre la familia de un emigrante ruso en Berlín, que apresa a un agente de la KGB. Tras un juicio sumario, deciden condenarlo a reclusión perpetua en el sótano de la casa:

Y como es una prisión humanitaria, y no soviética, lo alimentan bien y como privilegio excepcional (inimaginable para los llamados enemigos de la clase obrera de las prisiones y campos de concentración soviéticos), conceden al prisionero libros para leer, para que pueda instruirse, a veces incluso sentir placer estético de leer determinadas obras maestras.

Kamil Modráček se entera en uno de los interrogatorios cotidianos que su hermana fue encarcelada y, pese a que intenta en ponerse en contacto con ella, a los pocos días le dicen que Eliška se ha suicidado en la celda. El suicidio de un detenido era una situación demasiado frecuente como para no sospechar. Modráček no tiene dudas: Láska, el agente que está a cargo de los interrogatorios, es también el responsable de la muerte de su hermana. Es entonces cuando fortuitamente encuentra un sótano tapiado en su casa y a su modo, Modráček decide interpretar (representar) el cuento de Nabokov, hacer que la literatura se vuelva realidad: su misión será encerrar allí abajo en una jaula para osos al agente Láska.

Cumplió la promesa que había dado a su hermana muerta, el juramento de que capturaría a su asesino encerrándolo de por vida, pero a la vez, por un cúmulo de coincidencias y motivos colaterales, su misión se extendió: tenía que salvar a una representación de la humanidad de aquello que ocurría arriba.

Los personajes son serpeteantes. No hay héroes ni villanos, hay personas cuyas motivaciones son opacas para el resto.

Jirí Kratochvil hace gala de una destreza narrativa ejemplar. Es cierto que al comienzo de la segunda parte el ritmo se aplasta un poco, pero son pocas páginas, no más de veinte o treinta; el bache no hace mella en una novela fantástica, con una historia que se desarolla con diferentes tomos y registros, y el final vuelve a ser tan explosivo como el principio. Hay mucha influencia de Kundera, a veces es evidente como cuando se describe una escena a partir del título de uno de sus libros, pero sobre todo en la manera en que trabaja con los personajes (como personas que no pierden su condición de personajes) y en cómo el propio Kratochvil se hace presente en la novela.

Dejo al agente Láska encerrado en la jaula para osos con el temor de haber revelado demasiado, pero con la certeza de que la jaula está demasiado vacía. La promesa de Kamil Modráček se pregunta por los límites de la representación y la libertad. Las respuestas, como en cualquier novela que se precie, quedan del lado del lector.

Por Patricio Zunini