Es mi primera obra de Fitzgerald, otra autora tardía: (comenzó a publicar a los cincuenta y ocho años). La vida doméstica —acaso— dilata los tiempos y entorpece el devenir de la escritura. Trabajar en compañía de interrupciones ajenas es un infierno del que poco se extrae. A lo más, frustración e impaciencia.
Fitzgerald levanta en La flor azul una biografía inusual, en la que el protagonismo del poeta romántico Novalis, personaje central, se funde con el de los caracteres que lo rodean.
Prosa ágil y directa, zigzags narrativos y un aparente barullo argumental sostienen el relato. «Cada capítulo encarna una emoción, un pequeño drama humano irrepetible», en un conjunto sabiamente compuesto. Detalles cotidianos rocían el libro, así como vocablos alemanes no traducidos. Palabras cuyo significado he buscado y ahora sé: Gutshof, Rausch, Zwieback, Pfuscherei.
Concluyo La flor azul mientras la primavera explota sobre mi cabeza. He podido contagiarme de cierta hiperestimulación, pues siento que abandonar lo hermoso duele. No tengo hambre y cierro la novela; pero solo me falta comérmela.
Por Leonor Ruiz Martínez.