Sólo al despiste de una criada se debe que el caballero Tristram Shandy no portase el hermético nombre de Trismegisto que le tenía reservado su noble padre. Un despiste afortunado, pues gracias a él la inmortal novela de Sterne alerta ya desde su título sobre el desaforado vendaval de chanzas que aguarda al lector entre sus páginas. Tristram viene de triste, aunque este extremo sólo deba ser explicado al público inglés sin conocimientos románicos, mientras que Shandy, y esto tienen que explicárnoslo a casi todos los lectores hispanos, significa alegre, e incluso chiflado, en el habla dialectal del condado de Yorkshire. Tristram Shandy es, pues, el chiflado triste, el caballero inglés al que un accidente de concepción o de parto hizo venir al mundo desprovisto de narices pero dotado de una incontenible verborrea. De un caudal tal de locución que a duras penas logra reservar para su vida algunas decenas de páginas de la larguísima narración que Sterne tituló Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero. El resto se le va en las opiniones.
Al menos así vino siendo la historia de Shandy hasta que el dibujante británico Martin Rowson, sin duda en un rapto de alegre chifladura, decidió aceptar el encargo de convertir en dibujos las palabras de Sterne. Y, tras casi cuatro años de trabajo, entregó a la imprenta en 1996 el Tristram más Shandy jamás contado. Una deliciosa y excitante locura, a pluma y en blanco y negro, en la que Rowson mete a su antojo mano, tijera e invitados con resultados inmejorables. Casi veinte años después, la editorial Impedimenta, embarcada en la empresa de ampliar la parte de su catálogo consagrada a la novela gráfica, se lo ofrece al lector español en una cuidadísima edición, con traducción impecable de Juan Gabriel López Guix.
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