T. C. Boyle (Nueva York, 1948) novela el encierro de ocho científicos bajo una cúpula de cristal en el desierto de Arizona durante dos años, un experimento que ocurrió a comienzos de los años noventa y que acabó como el rosario de la aurora. Se trataba de crear un ecosistema autosuficiente –«nada entra, nada sale»– en un entorno hostil y que acabó cuando trascendió que uno de los participantes había roto el precinto estanco. Una proyecto ecológico y social que serviría para reproducir la vida en Marte y que estaba en línea con el discurso new age de una Tierra rumbo al colapso.
Boyle proyecta el confinamiento voluntario y radical de cuatro hombres y cuatro mujeres que afrontan con el ego henchido un horizonte de dos años en los que deberán sobrevivir en un hábitat regido por una interacción cerrada (si falla uno, caen todos) y que no tardará en mostrar fisuras, al igual que una agricultura de subsistencia insuficiente para sus requerimientos psicológicos.
Los terranautas se enfrentarán a problemas estructurales que pondrán en cuestión el éxito del proyecto –un apagón eléctrico, una caída en los niveles de oxígeno, el empobrecimiento de los cultivos…–. Trabajan el campo, sueñan con comida y miden la entrega de cada cual a la causa, no hay otro objetivo, mientras se relacionan con quienes les observan al otro lado del cristal y les vigilan desde la Misión de Control. Espectáculo de telerrealidad que pinchará con infotoxinas la burbuja intra muros.
El lector asiste a las fricciones crecientes a través de los testimonios de algunos terranautas y de una científica excluida. Boyle disecciona con una prosa exhaustiva (y, a veces, agotadora) las emociones en pugna y los conflictos derivados de las estrategias de apareamiento, pues el sexo sí hace prisioneros, hambrientos de resarcimiento. Las sorpresas y el photocall de bajas pasiones no cesarán hasta el final.
—Iñigo Urrutia, Diario Vasco.