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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

‘Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero’

“- Pero, ¿no te has leído el libro? - ¡Qué voy a haber leído, chucho estúpido! ¿Quién se lo ha leído?”

No sé si algún día me leeré el Tristram Shandy original y me parecerá que se trata de una obra maestra de la literatura universal, pero lo que tengo claro tras semanas de lectura pausada y placentera es que este Tristram Shandy en cómic lo es sobradamente en su propio medio. Una obra maestra.

Tristam Shandy es un tebeo gordo y muy gracioso. Tremendamente gracioso. Mejor empezar por eso, lo importante, que irnos por los cerros de Úbeda. Porque al adaptar al lenguaje de la historieta una obra célebre y antigua (Google y Wikipedia, para qué os quiero) parece que no te lo puedes leer sin hacer antes una tesis doctoral, y caer en ese error sería hacerle un flaco favor a este álbum inconmensurablemente editado en castellano por Impedimenta: convertiría un hilarante espectáculo de marionetas en un sopor de conferencia congresual. Y eso sería a todas luces injusto y miope. Desconozco cuál será el recorrido de crítica y público de esta versión dibujada de Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero, pero el trabajo de Martin Rowson me ha parecido sobresaliente desde el punto de vista de fluidez narrativa, chispa de gag y originalidad compositiva: su libérrima audacia a la hora de hacer con palabras e imágenes lo que al autor le ha dado la real gana -característica omnipresente que para mí lo emparenta por ejemplo con el mejor Cerebus- le otorga muchas papeletas para convertirse en el cómic del año en lo que a mis preferencias se refiere. No obstante tampoco me extrañaría que no encontrase entre los lectores habituales del género un eco reseñable: ¿será más un cómic de librería generalista que de especializada? Mal harían los comiqueros si lo dejasen pasar inadvertidamente porque se trata de uno de esos grandes libros que salen cada mucho tiempo. Con la ventaja adicional de que al contenido en esta ocasión le hace justicia el continente: una edición inmejorable en tapa dura, lomo de tela, un buen papel, impresión impecable, texto soberbio en la versión española, rotulación antológica y cinta marcapáginas. En ese aspecto el no va más.

A pesar de que la obra original en la que se basa el título data de hace muchísimos años, Tristram Shandy logra presentar una parodia ácida y brillante del hombre moderno. Son sus metas paradigmáticas escalar al más alto estatus social, dar con la fórmula que catapulte al linaje propio, alcanzar el conocimiento filosófico que depare el éxito vital. En un carrusel disparatado, denso, impredecible y zigzagueante el protagonista y narrador de la obra divaga lo innombrable sobre su origen para acabar pintando -el grado de intención es discutible- un retrato de una sociedad -europea, se quiera o no- cuyos tics quizás no hayan cambiado tanto a pesar de los siglos transcurridos. Así, este Tristram Shandy, como es habitual en los clásicos, no sólo se lee como un reflejo del mundo al que su génesis nos remonta sino como una proyección de todo cuanto logra caricaturizar con lucidez del presente.

Gráficamente Rowson se apropia de la estética del grabado, no rehuye lo grotesco, lo escatológico ni lo carnal, y llega a lograr que se den la mano un feísmo propio del submundo del fanzine con el humor más masivo del cartoon político de diario anglosajón. ¿Argumentalmente? No hay tal argumento en el sentido convencional sino un delirio peripatético de secretillos familiares, cláusulas matrimoniales, fijaciones militaristas, complejos físicos, opiniones sobre el parto perfecto o la intachable onomástica, todo ello sazonado con guiños aquí y allá tanto a la cultura clásica como a la contemporánea (Krazy Kat, Salman Rushdie, la xilografía, el metalenguaje de la historieta, … todo cabe).

En última instancia es un divagar caótico por la existencia, porque en cierta manera es la existencia entera la que la novela gráfica aborda. Lo que viene a ser como un truco de prestidigitador por el cual aparentemente el Big Bang se mete dentro de un simple y burlón globo de feria. Un envoltorio irrelevante encerrando humor de calado: el que consiste en reírnos, sin complejos ni cortapisas, de nosotros mismos.

Por Kike Benlloch.