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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

‘La casa y el cerebro’

El desenlace no es nada convencional. 'La casa y el cerebro' es más que una historia de fantasmas. Conjuga disciplinas tan diversas como la astrología, la alquimia, el mesmerismo, la clarividencia, el hipnotismo, el espiritismo y la magia.

Edward George Earle Bulwer, Barón Lytton de Knebworth (Londres, 1803 – 1873), o como es conocido por las generaciones posteriores, Bulwer-Lytton, fue en vida un escritor popular, prolífico e influyente. A mediados de la década de 1850 era considerado por sus pares como “el más importante de todos”. Y eso que por entonces Charles Dickens ya había publicado Martin Chuzzlewit, Casa desolada, y David Copperfield. La editorial Impedimenta rescata en 2014 al Bulwer-Lytton de The Haunters and the Haunted; or the House and the Brain (1859), traducido como La casa y el cerebro: un relato victoriano de fantasmas por Arturo Agüero Herranz, un relato que crea y recrea el género de la casa encantada.

Basado en la famosa casa en el 50 de Berkeley Square en el West End londinense, La casa y el cerebro es uno de los más famosos relatos de casas embrujadas. Es también la primera historia moderna en su género. Los autores británicos antes de Bulwer-Lytton solían situar sus historias de casas encantadas en lugares remotos y, siguiendo el estilo gótico, en un pasado lejano e indefinido. Véase El monje de Matthew Lewis (1796). The Haunters and the Haunted fue el primero en establecer el relato de una casa embrujada en el presente y en una gran ciudad.

Por otra parte, la historia no tiene nada de lo sobrenatural racionalizado característico del estilo gótico, ni lo ultraterreno de la historia se atribuye a una amenaza divina o infernal. En cambio, Bulwer-Lytton escribe sobre temas contemporáneos y atribuye los efectos aterradores a fenómenos psíquicos, algo que muchos escritores posteriores de historias de casas encantadas usarían como reclamo. Por último, Bulwer-Lytton evita los elementos góticos triviales y los clichés del género (el caserón de ornamentadas habitaciones y amplios comedores, armaduras que andan y esqueletos que salen de sus tumbas) en beneficio de ocurrencias y efectos más originales, y, para el lector moderno, más aterradores.

La historia es, en apariencia, convencional: nadie ha sido capaz de quedarse en una casa en el centro de Londres más allá de unas cuantas horas. Todo el que lo ha hecho, al contarlo, ha experimentado algo diferente. Se dice que en ella un hombre rico y su hijo pequeño fueron asesinados por la hermana del primero, crimen del que también se acusa a su esposo estadounidense. El marido se hace a la mar poco después y no regresa. Al morir su sobrino, ella hereda la fortuna de su hermano.

El narrador de la historia, un observador objetivo, asume el reto con calma. Acompañado de su criado (“un joven de espíritu alegre y carácter intrépido, y tan libre de prejuicios supersticiosos como cualquiera que yo pudiese imaginar” (p. 27)) y de su perro (“un bull-terrier muy perspicaz, valeroso y diligente; un perro al que le encantaba merodear de noche por los rincones y pasillos espectrales en busca de ratas; un perro de perros para un fantasma” (p. 29)), deciden pasar la noche en la casa. Los acontecimientos se suceden a un ritmo vertiginoso. El sirviente huye de la casa aterrorizado. El perro es asesinado. Toda una serie de eventos fantasmales tienen lugar: manos y pies desmembrados dejan huellas y pisadas y todo tipo de presencias, de variadas formas, colores y tamaños buscan aterrorizar a cualquiera que se aloje en la casa.

El narrador y el dueño de la casa consiguen reducir el origen de los acontecimientos a una habitación. En ella, encuentran un retrato: “una poderosa serpiente transformada en hombre (…) la frente ancha y lisa; una elegancia afilada en el contorno, que disimulaba la fuerza de su mandíbula letal; sus largos, grandes y terribles ojos, que refulgían y eran verdes como la esmeralda; y, junto con todo ello, cierta calma despiadada, que parecía venir de la consciencia de un inmenso poder” (p. 73). Dentro del retrato, se encuentra un anatema contra la casa y todo aquel que ose habitar en ella.

No desvelaremos nada aquí. Solo añadir que el desenlace no es nada convencional. La casa y el cerebro es más que una historia de fantasmas. Conjuga disciplinas tan diversas como la astrología, la alquimia, el mesmerismo, la clarividencia, el hipnotismo, el espiritismo y la magia. Se afirma en un pasaje de la obra a un experimento de Paracelso: “una flor muere; usted la quema. Los elementos que había en esa flor mientras vivió, cualesquiera que fuesen, se han ido y dispersado, usted ignora adónde; no puede descubrirlos ni volver a unirlos. Pero sí puede, gracias a la química, a partir del polvo quemado, evocar un espectro de la flor con la misma apariencia que tenía en vida. Lo mismo sucedería con un ser humano.” (p. 63). En La casa y el cerebro, Bulwer-Lytton estudia la luz que arrojan los estudios esotéricos sobre los más importantes debates científicos y filosóficos de su época, y por extensión, la nuestra. A la vista de este relato y su importancia, no se entiende el olvido posterior de Bulwer-Lytton. Autor de Los últimos días de Pompeya (1834) y de una gran cantidad de relatos y novelas como Zanoni (1842) o A Strange Story (1862), muchos aspectos de su estilo no han envejecido: huye de la prolijidad como de la grandilocuencia, sabe atrapar al lector desde la primera página. El poder hipnótico de su prosa sigue despertando nuestro asombro. Pocos escritores combinan, como el autor inglés, un instinto comercial tan agudo con una disposición continua para ser experimental.

Por José de María Romero Barea.