Paseo por sus cuentos como por una galería de espectros amables. Siempre me emociona saber, nada más leer un párrafo, que necesito perseguir a quien lo escribió a través de sus libros. Es lo que me ha ocurrido al devorar el tomazo ‘Reinas del abismo’, editado tan bella como siniestramente por Impedimenta.

En sus páginas un ramillete de damas fantasmales nos susurran historias desde el más allá que es siempre el olvido en el que caen, con frecuencia, tantas autoras. Todas ellas son escritoras inglesas y americanas del XIX y el XX que supieron empuñar la palabra como un candil que las dejaría ser, permanecer en la luz de sus palabras. Me han fascinado muchas de estas perfectas desconocidas. Sus atribuladas vidas como hijas abandonadas por sus padres o jóvenes precoces que afrontaron la tarea de mantener a una familia y se dieron a la escritura mercenaria y veloz de textos breves para revistas. Fueron, no me cabe duda, lectoras voraces que habían bebido de los grandes autores fantásticos y tomaban sus temas y motivos para hacerlos suyos. Se respira en esos relatos una intuición certera, se atisba la agilidad de quien sabe que debe capturar la atención del público desde el principio, con un diálogo ligero o una primera frase inolvidable.

Nada asustaba a estas intrépidas pioneras, a estas abuelas espectrales que nos han legado sus resucitadas, sus vampiras infantiles, sus circes, sus casas encantadas, sus maldiciones, sus gitanas capaces de asomarse al pasado y leerlo con toda nitidez. Allí están ellas, en la Navidad más extraña del mundo, asomándose al abismo de una página en blanco. Venciendo el vértigo, abriendo el camino para todas las que después hemos sentido que no se puede vivir si no se escribe.

—Patricia Esteban Erlés, El Heraldo de Aragón