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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

‘El fantasma de la Ópera’, de Christophe Gaultier y Gaston Leroux

Christophe Gaultier imprime para los ojos una factura tan cuidada, tan elemental en sus objetivos, que es indudable la fuerza con la que 'El fantasma de la Ópera' contribuye a relatarnos la historia de un fantasma que en realidad es un hombre.

Las sombras siempre ocultan seres que temen la luz, la claridad, que se encuentran cómodos tras la cortina de la vida, o incluso de la muerte, escondidos de todo atisbo de vida. Seres que, a pesar de todo, buscan un amor, aunque no puedan tenerlo, que lo respiran, que resucitan con las notas que salen de una garganta mientras canta, mientras emite los sonidos que producen escalofríos en el público, en la platea, en ese balcón que nadie ocupa pero que permanece guardado. Son esos seres, los que escondidos entre bambalinas, son dueños de los deseos y del alma de los demás, de los mortales que paseamos cual pieles abrigando un cuerpo ajado, profiriendo el suspiro que nos llevará a apretar más fuertes las cadenas que nos atenazan. El fantasma de la Ópera, clásico entre los clásicos, emite la potencia de esa oscuridad, con el trazo decisivo de un artista que nos introduce en la historia, que suelta la vida, la contrae, nos lleva de la mano por pasillos inexplorados, llegando al infierno para después alzarnos al cielo, a una especie de limbo – en caso de existir – que tiene aroma y sabor a teatro, a ópera, al terciopelo que recubre los respaldos de una función, que es la vida, pero que también es muerte, la defenestración de una pasión que se convertirá en la osadía, en la obsesión de un hombre cuyo cuerpo ya no lo será más, pero en el cual la emoción sigue vigente. El Eros y el Tanatos en continua batalla, en continuo ataque de las pulsiones, de los instintos que recubren una calavera en forma de cara, los huesos de un hombre que lo fue y que se ha convertido en nada, en un simple fantasma, que tortura las mentes, sólo porque él ya está atormentado en su esencia. Una historia clásica, reconvertida en novela gráfica. Una adaptación que nos lleva a las tinieblas de un cuerpo que nunca debió permanecer con vida.

Largos son los caminos en los que una lectura llega, se queda quieta, y poco tiempo después vuelve a echar a andar y a llegar a nosotros. El fantasma de la Ópera, visitado en numerosas adaptaciones – cinematográficas sobre todo – era una de esas historias que se me resistían a la hora de ponerme a leer. ¿Por qué?, me preguntaréis. Y yo contestaré, “ni idea”, como viene siendo habitual siempre que tengo que hablar de la decisión de ponerme a empezar una nueva lectura. Pero una cosa estuvo segura desde el mismo momento en que vi esta edición de Impedimenta: tenía que ser mío. Suele suceder que, en un principio, la imagen de una portada llama a gritos al lector desde las distancias. Esto fue cierto, pero sólo en una pequeña parte. Uno – el que sea, de género indefinido y motivaciones dispares – abre la primera página y ya lo sabe, lo intuye, lo siente: está ante algo lo suficientemente grande como para cogerlo, no soltarlo, y llevarlo a casa para convertirlo en su próxima lectura. ¿Qué importa, acaso, haberlo leído ya? ¿Qué necesidad hay de comparar? Lo importante aquí es el trazo, la historia, el camino que se recorre a través de las viñetas, de los diálogos, de las imágenes que recorren la piel de los lectores y que les conmina a pasar la página, a seguir, a convertir ese espacio de tiempo en un placer absoluto. ¿Cómo podría yo, entonces, hablar mal de una obra? No podría, al menos no de esta, por una sencilla razón: lo tiene todo, tanto en detalle como en globalidad, en esa especie de equilibrio perfecto entre lo que se nos quiere contar y lo que nosotros nos imaginamos.

Christophe Gaultier imprime para los ojos una factura tan cuidada, tan elemental en sus objetivos, que es indudable la fuerza con la que El fantasma de la Ópera contribuye a relatarnos la historia de un fantasma que en realidad es un hombre, una calavera de hueso afilado que sólo busca el sentimiento verdadero, la obsesión que le lleve a redimirse y a ser libre, en la muerte, aflojándose él mismo las cadenas del mundo de afuera. Él, en su oscuridad, se encontrará a salvo, pero nosotros no. Ahí está la realidad: en lo oscuro donde nos refugiamos y que es donde pensamos que estamos seguros, sin un atisbo de peligro, cuando en realidad nos olvidamos que ahí dentro, en ese teatro que es la vida, que es la verdad, sólo habrá sombras que nos acompañen. Será la oscuridad, será el negro más absoluto el que nuble la vista de un personaje que ya se ha convertido en referencia obligada para lectores del mundo entero. En esta ocasión lo vivimos en novela gráfica, en edición de lujo, en imágenes que sobreviven al tiempo y al espacio, en una especie de locura que, de no ser transitoria, puede convertirse en el compañero que estará a nuestro lado para siempre.

Por Sergio Sancor.