Estoy tan acostumbrado a las decepciones que suelen aportarme las versiones en cómic de obras literarias (menos perturbadoras, eso sí, cuanto más inane es el texto de referencia), que no puedo sino celebrar la aparición de este trabajo de Baudoin (Niza, 1943), a quien tengo desde su ingreso a este medio narrativo, a una edad ya adulta, como un autor de culto por su decisión desde un primer momento de trabajar sin la menor concesión alas estéticas de moda, cada vez más pueriles y puerilizantes, valiéndose de una poética y de una caligrafía que parecen hechas a partes iguales de sangre y de semen.
El pretexto es en esta ocasión una de las obras más complejas del rumano Mircea Cărtărescu, uno de los más notables escritores contemporáneos, y que aquí conocimos con el título de Lulu, gracias también a la editorial Impedimenta. Una novela planteada como un juego especular y de dualidades en el que Mircea examina a un escritor, Víctor, de 34 años, que escribe una obra a partir del examen que él mismo hace sobre un suceso que tuvo lugar cuando ese mismo Víctor tenía 17 años y pasaba una temporada en un centro de vacaciones para jóvenes lejos de su ciudad, Bucarest. Los dos Víctor son muy diferentes: el joven está poseído por ese malditismo propio del creador adolescente, mientras, segregado del grupo por miedo y por voluntad propia, sueña con escribir un día la Gran Obra, que lógicamente quedará inacabada, e ilegible, debido a su temprana muerte; el mayor, en cambio, es un escritor que también persigue crear una Gran Obra, pero que es consciente de que, previamente, ha de recorrer en su cerebro un complejo laberinto al final del cual le aguarda una quimera, su quimera, cuyo enigma debe desentrañar. Una quimera que tiene nombre propio: Lulu, el desvergonzado compañero, que le expuso en aquella colonia de vacaciones de Budila a una situación de repulsión/deseo que él ha reprimido desde entonces.
Baudoin tiene la inteligencia de incorporarse a esa urdimbre compleja para mirar a Mircea y a los dos Víctor, convencido también, como artista, de que él mismo se somete de continuo en su quehacer a ese “mundo-infierno-purgatorio-paraíso, un universo-espacio-tiempo-cerebro-sexo” con el fin de alcanzar la Gran Obra y de que todos tenemos algún Lulu en el centro obsceno y miserable de los instintos que colonizan nuestra vida.
BAUDOIN CONVIERTE EN CÓMIC UNA DE LAS OBRAS MÁS COMPLEJAS DE CARTARESCU, UN JUEGO ESPECULAR Y DE DUALIDADES
Todo en este libro son, pues, dualidades, pero no dualidades que se oponen, sino que se alían: infierno/paraíso y terror/éxtasis, las más recurrentes, entre las muchas que se nos proponen de continuo.
Y, aunque me consta que una de las lecturas más recurrentes de este trabajo es la de que en él se aborda un caso de hermafroditismo, que en efecto se plantea, yo les recomendaría también leerlo desde otras dos perspectivas: como una comunión epifánica de lo ominoso (unheimliche, en expresión freudiana, como designio delo siniestro o pavoroso) y de su contrario (heimlich, con que nos referimos a lo familiar y a lo doméstico), que terminan inevitablemente por aliarse, en tanto lo ominoso es la variedad de lo terrorífico que nos remite a lo que nos es familiar desde hace tiempo, desde antiguo.
Pero también, me atrevo a sugerirles que hagan su lectura desde una segunda perspectiva: la de la esencia del proceso de creación. Cărtărescu siempre ha dicho que todo escritor tiene un alma femenina y masculina, porque, de hecho, el secreto del artista es la androginia. Y a eso mismo se refería su compatriota Mircea Elia de cuando veía en el andrógino la expresión dela coexistencia de los contrarios, de los principios cosmológicos (macho y hembra) en el seno de la divinidad. El aspirante a dios-escritor, el aspirante a la creación del Todo, a nada que sea medianamente ambicioso o sincero consigo mismo, ha de regresar al centro profundo de su ser, de su inconsciente, en un viaje que, como el que emprendiera Kafka con La metamorfosis, lo constituye un interminable pasillo lleno de dolorosas sorpresas tras cada una delas puertas que dan a él.
—Felipe Hernández Cava, El Cultural.