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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

‘La casa y el cerebro’, de Edward Bulwer–Lytton

Esta es la historia de una casa, de una casa encantada, pero de mucho más. Porque lo que se esconde tras las paredes es una reflexión intensa sobre la naturaleza y los miedos del hombre mortal y de su especie.

Los fantasmas siempre han ejercido una poderosa llamada de atención en el público. Ya sea en su versión literaria o cinematográfica, las historias donde los espíritus son parte clave del argumento, hacen que muchos de nosotros abran un libro y se vean inmersos en su narración. Mucho más si cabe si los fantasmas aparecen en una casa y si todo ese argumento está revestido con un disfraz de pequeña claridad y maestría que hacen que el baile entre mortales y espíritus se conviertan en una danza que todos quisiéramos bailar. Es así. El género humano requiere de historias oscuras, de historias de edificios que tengan en su haber el misterio agazapado en las sombras que pululan a lo largo de los pasillos que, recorridos como si fueran un laberinto interminable, convierten la estancia en un lugar a la vez terrorífico a la vez estimulante para todos los sentidos de los que, sin saber muy bien por qué, hacemos gala. La casa y el cerebro trae para nosotros una de esas piezas imprescindibles para todos los amantes del género, que si bien consumen los libros como si fuera el alimento que llevarse a la boca, están necesitados de buenas historias que lleven impreso en sus letras la calidad y el misterio necesarios para caer en las redes de un argumento que, para bien o para mal, estamos hartos de observar. La vida es un continuo misterio, eso dicen, pero no hay motivo alguno para no mirarlo en los libros, no sólo se vive a través de los ojos y de lo que sucede en las aceras que, con el calor sofocante que se acerca, dan la oportunidad perfecta para que el escalofrío y el susurro que se escucha a nuestras espaldas llenen la estancia y nos ponga la piel de gallina.

Esta es la historia de una casa, de una casa encantada, pero de mucho más. Porque lo que se esconde tras las paredes es una reflexión intensa sobre la naturaleza y los miedos del hombre mortal y de su especie.

Soy poco consumidor del género de terror. Poco, o mejor dicho, nada. Pero fue ver este libro de Edward Bulwer–Lytton acompañado de la editorial Impedimenta en sus formas, y tener que hacerme con él. Eso, sin lugar a dudas, es sinónimo de calidad, tanto literaria como de edición y traducción. Y aunque pueda parecer que yo, poco consumidor de este tipo de historias, pueda ser demasiado impresionable y no admirar en su justa medida lo que se me ofrece, en realidad me ciño a criterios lo suficientemente estrictos como para poder recomendarla. Es cierto, sí, me da miedo la oscuridad, cual niño que teme a las noches esa ausencia de luz y el crujido de una madera a altas horas de la madrugada, y quizá por eso, y mi obsesión por el control absoluto de la estancia en la que me encuentre, que esta historia me ha tocado un resorte, ha hecho que un pequeño click se convirtiera en ese viaje en metro que no acabe nunca, en el que perderse u olvidarse de parada, en el pasar una página y no poder dejarlo, en ese soberbio momento en el que un lector se ve demasiado atraído por una historia que se lo merece, por los derechos propios de lo que esconde su texto y lo que encierra sus motivos. Porque ya he dicho que no sólo acontece la historia de una casa encantada y de lo que guarda en su interior por terrible que sea esto, sino que además, se nos envuelve con reflexiones puras, con pensamientos propios de las mejores novelas en las que la parte importante es la sustancia que el alma encierra, que la mente y la filosofía guarda en el terreno abonado de la pasión por el miedo y por el entender a un género, como es el humano, que mucho tiene que decir en toda esta historia.

Edward Bulwer–Lytton convirtió esta pequeña historia en una de sus piezas claves para entender lo que hoy en día es el género de terror. La casa y el cerebro es una historia de fantasmas sí, eso es cierto, pero contada de otra forma, con ese aroma clásico a antiguo que tanto encanta, que tantas veces se ha visto impreso en las historias que nos comíamos, con hambre voraz, de pequeños. Porque aunque el miedo haga acto de presencia eso no quiere decir que no disfrutemos. Casi diría que todo lo contrario. Es precisamente ese terror el que convierte esta pequeña joya en lo disfrutable en estado puro.

Por Sergio Sancor.