Cuando se habla de ilustres homosexuales de la literatura de la primera mitad del siglo XX, suele recurrirse siempre a un par o tres de figuras muy significativas, como sería los casos de André Gide o de E.M. Forster, practicantes eternos de una delicadeza en la que las relaciones entre hombres eran reveladas prefiriendo la sutil insinuación antes que ese mundo de exhibicionismo que llegaría a partir de otros escritores como Genet y compañía. Sea como sea, en la estirpe de los primeros no habría que olvidar a un escritor comúnmente emparentado con Gide: Marcel Jouhandeau, del que la editorial Impedimenta acaba de publicar en nuestro país uno de sus libros más cortos pero, a la vez, más intensos. Es lo que tienen las perlas: su belleza se concentra en un espacio minúsculo pero en una forma perfecta.
El libro al que nos referimos es Tres Crímenes Rituales, donde Jouhandeau recreó tres crímenes que sacudieron a la sociedad francesa de su tiempo: el de los amantes de Vendôme (protagonizado por el infame Denise Labbé, quien asesinó a su hija impulsado por el amor de su amante); el del doctor Evenon (un hombre diabólico que mató a su mujer utilizando de forma impune a su amiga Simone Deschamps, quien se convirtió en cómplice de un escabroso asesinato ritual); y el del cura de Uraffe (un religioso totalmente encerrado en sus ilusiones y espector que asesión a su ama de llaves con un tiro para, a continuación, abrirle el vientre y asesinar también al niño que esta llevaba en su seno). Tres historias que Jouhandeau hace suyas para diseccionarlas con precisión de cirujano y, sobre todo, sin despegarse en ningún momento de una óptica de moralidad y pureza que embarga absolutamente todas las páginas de Tres Crímenes Rituales.