- Jill cuenta cómo un estudiante humilde trata de encajar en Oxford a comienzos de la guerra
Philip Larkin comenzó a escribir Jill con veintiún años, mientras estudiaba en Oxford. El libro se publicó en 1946, un año antes de la aparición de la magnífica Una chica en invierno (Impedimenta), segunda y última novela del autor. A partir de entonces, Larkin se dedicó a su trabajo como bibliotecario, su pasión por el jazz y a publicar más o menos cada diez años algunos de los mejores libros de poesía de su tiempo. El suyo fue un itinerario de escritor en dirección contraria: pasó de la novela a la poesía. Es algo que suele resaltarse, al igual que su condición, no de «poeta de poetas», sino de poeta de lectores y también de novelistas. Dispuestos a cuestionar cada emoción y derribar cada afirmación, los poemas de Larkin son concisos, realistas y analíticos. Resulta interesante tenerlo en cuenta al acercarse a sus novelas porque estas tienen mucho de poemas en marcha. En cierto modo —lo advertirán los lectores de Jill— son poemas superproducidos.
Lo que aguarda en el núcleo de esta novela es un clásico de la poesía de Larkin. Tiene que ver con cómo nos mentimos para aceptar un entorno hostil, aceptando «la mala costumbre de la esperanza» y confiando en que se acerca «la ínfima, nítida y centelleante flota de promesas». El protagonista de Jill es John Kemp, un estudiante humilde y apocado que intenta encajar en el Oxford de comienzos de la Segunda Guerra Mundial, un lugar elitista que atraviesa un momento duro. Los bombardeos se acercan y los estudiantes se enfrentan a la perspectiva del reclutamiento. El resto sigue más o menos como siempre y John, como cualquier joven, lo que más desea es ser invitado a las fiestas de la gente popular. Para conseguirlo, se proyecta en una hermana ficticia que reúne el encanto que él no tiene y con la que aspira a impresionar a su compañero de habitación. Comienza escribiéndole cartas y termina escribiendo «una especie de relato» que acaba sobrepasando la frontera de la ficción a través de una estudiante llamada Gillian y de la que John se enamorará de un modo que no será tan fatal como ridículo.
Si la novela tiene algo demasiado impreciso y reiterativo, hay también en sus páginas una cantidad bastante deslumbrante de talento. Aparece desperdigado aquí y allá, brilla en una descripción punzante, un diálogo real o un rasgo de carácter atrapado con maestría. El humor de Larkin, que oscila con naturalidad entre lo más fino y lo más grueso, también está presente y pone al lector tras otra pista interesante de seguir: Jill dialoga directamente con otra novela de campus recuperada por Impedimenta, Lucky Jim, la obra de Kingsley Amis en cuya redacción Larkin, íntimo amigo de su autor y compañero suyo en Oxford, tuvo mucho que ver.
—Pablo Martínez Zarracina, El Correo.