La autora recupera aquí, con mucho ingenio y con bastante ironía, la figura de Edward Gorey, uno de los ilustradores «más espeluznantemente creativos de la historia de la literatura». Desde pequeño se aficionó a la lectura y se a lo largo de su vida publicó un centenar de historias repletas de humor, pero también de cierta oscuridad.
—R. C., La Razón.