El primero gira en torno a los “amantes de Vendôme”: Denise Labbé inmoló a su hija a petición de su amante… O eso dijo la acusada, cuyas circunstancias existenciales y culturales estaban en las antípodas de su novio. En el juicio, aquellos que compartieron lecho y planes comunes, sólo intentaron salvar su propio pellejo. En el segundo caso prevalece la “cosmética”. El doctor Évenou es apreciado por la comunidad, que ignora sus vicios y orgías. Una noche ordena a Simone Deschamps, criada fea como pocas, asesinar a su bella esposa. La chica, sumisa, acata la puesta en escena: entrar desnuda en la habitación hasta propinarle una puñalada. La fascinación del autor surge del montaje que sugiere una misa negra. El ritual más macabro, lo perpetra el cura de Uruffe que se amancebaba con sus feligresas, las embarazaba para desterrarlas. Con la adolescente Régine, las cosas se tuercen y se deshace de ella con un tiro, tras un previo responso y arañar a su hijo de las entrañas hasta desfigurarle el rostro. No olvidó bautizarle. Como apéndice: incluye un ensayo sobre el funcionamiento de la justicia: no es buena su opinión sobre los tribunales populares, aunque la principal crítica recae en las mujeres, demasiado ansiosas de sangre. Reniega de la presencia de periodistas pero reivindica la inclusión de escritores por su conocimiento del ser humano. Se trata de páginas plagadas de gracia, inteligencia y de personal exorcismo que nos recuerdan que el averno nunca devuelve a sus prisioneros. Una reformulación de la brutalidad, una belleza como atmósfera moral concordante con una personalidad como la suya: antisemita, homosexual irredento y una vida incompatible con su manera de vivir su fe católica.
Por Ángeles López