Resulta curioso que estemos ya tan acostumbrados a cierto tipo de literatura que, cuando llega algo nuevo, nos impresiona. Considero que no hace falta esperar tanto y que basta con mirar hacia Oriente, hacia Japón y hacia Sanshiro, de Natsume Sōseki.
Y he de admitirlo: tengo cierta preferencia por la literatura japonesa. Quizás un día de estos deba reseñar El pabellón de oro, de Yukio Mishima. Entretanto, vayamos a otra cosa.
La vida japonesa en oposición a la cultura occidental
Muchos de nosotros estamos fascinados por la cultura japonesa. El anime, el manga y los videojuegos han tenido un papel fundamental en esto, y luego la música ha ido entrando, aunque Corea del Sur va ganando la batalla. EL caso es que la cultura japonesa también es su literatura y el modo distinto que tienen sus autores de ver el mundo.
Sanshiro es un ejemplo muy claro de esto. Publicada originalmente en 1908, el retrato que Sōseki hace de Japón es curioso cuanto menos, alejado de la visión que tenemos hoy día. Eran los años de primera apertura. Aquí, entonces, encontraremos el choque entre dos modos de vida totalmente opuestos, entre la tradición y la modernidad europea.
Y para ello iremos de la mano del joven Sanshiro, que acaba de entrar a la universidad de Tokio. Ese mundo de ciudad es especialmente distinto al de su aldea natal: el ruido, la multitud de gente y otro ritmo de vida. Encuentra ese paradigma que todo chico de pueblo aprecia al adentrarse solo, por primera vez, en la vida urbana. La diferencia, sin embargo, es el momento histórico que vive.
De fondo tenemos también el amor por una joven. En este sentido, vemos el retraimiento de Sanshiro respecto a los nuevos modos de la ciudad, más abiertos, aunque no deja de ser un producto claro de su tiempo. El resultado es un amor puramente romántico, casi idílico, y que parece que no llevará a ninguna parte.
Cómo entender la tradición en Sanshiro
Como digo, es imposible entender Sanshiro si no es en ese periodo tan especial en que se fragua la novela. Los personajes son productos de este tiempo, y se revuelven o acogen a él. Allí vemos a las mujeres, aún aprisionadas por una tradición patriarcal, pero que empiezan a conseguir libertades. Las dos jóvenes amigas de Sanshiro pueden elegir con quien casarse. Son medianamente libres.
Ahora bien, el choque es bastante claro a través de los personajes masculinos. La libertad de estas mujeres es vista como extraña por parte de los varones. Especialmente Sanshiro se encuentra confuso en los modales de Mineko y en la independencia que tiene respecto a su hermano mayor, sobre todo en temas de dinero.
Por otra parte, Yojiro, otro de los amigos de Sashiro, se revuelve contra el sistema importado de Europa y contra la presencia de los propios europeos. Es un personaje increíblemente divertido, imprevisible y contradictorio. Busca que favorezcan al profesor Hirota y sea él quien dé las clases de literatura en vez de los profesores extranjeros. Al repudio por lo exterior, tan conservador, se le opone la conciencia de una juventud que busca cambiar el mundo y que ve el futuro de Japón en su propia generación.
Sí, es posible que este particular nacionalismo japonés que surge en los jóvenes de Sanshiro sobrevenga luego en el imperialismo que llevó a tantas muertes. Aunque no me hagáis mucho caso, que la historia japonesa no es lo mío.
Lo cotidiano y las costumbres a través de la ironía
Sanshiro es divertido. Es indudable que Sōseki quería reflejar las costumbres que empezaron a surgir en esta época, y sus contradicciones. Para ello nos relata una historia que, más allá del modo en que lo cuenta, no debería tener un mayor interés.
Ahora sí, atrae y te engancha. Ese mundo tokiota, tan contradictorio, está repleto de emblemas de la vida tradicional japonesa y de la modernidad europea. La arquitectura occidental comienza a aparecer y a insertarse en los bellos parajes de bambú, y los antiguos tejados del mismo árbol se ven como antiguallas con encanto.
En el pensamiento, muy importante para entender el carácter japonés, vemos los avances de los filósofos occidentales. En Sanshiro aparecen multitud de diálogos dedicados a la reflexión sobre temas de todo tipo, a menudo triviales. Esto no quita que sean interesantes y, pese a lo esperable, ligeros; no hay nada de pesadez en este libro.
Un viaje digno de hacer y disfrutar
Hay amor, hay filosofía, hay humor y hay tradición. Sanshiro es una obra muy completa y, lo que me parece también muy importante, escrita maravillosamente.
Sōseki ha pasado a la historia como un autor referente y clásico de Japón. En mi ansia por descubrir los motivos de esta consideración me he encontrado con una joya que querré revisitar.
La literatura japonesa está plagada de libros reflexivos y de ritmo pausado. Yukio Mishima, otro referente de la literatura nipona, deja momentos para el pensamiento y para descripciones poéticamente bellas. Ahora bien, resulta más pesado y angosto que Sōseki.
Nuestro protagonista de hoy nos describe los pensamientos de Sanshiro e indaga en la mentalidad japonesa de su época sin dejarse llevar por una elevada prosa. Las descripciones, por su parte, no escasean, pero tampoco sobran. Son hermosas y te traen a la mente un mundo que te gustaría visitar en persona.
¿Debería leer Sanshiro?
Creo que, como tantas veces, la pregunta sobra. Sanhiro es una de esas joyas literarias dedicadas plenamente al disfrute. Es un gusto de lectura, de principio a fin.
Ya no solo está muy bien escrito, sino que la trama, increíblemente sencilla, te absorbe, te pide que avances y tú obedeces sin más. Quieres saber —lo necesitas— qué va a ocurrir con según qué personaje, porque están vivos para ti y contienen intrigas y matices que quieres descubrir.
Llegados a este punto, solo puedo decir que más adelante veréis por Tinta Octarina otro libro de Sōseki. Ya veremos cuál.
Hasta ese momento, mi consejo es que le deis una oportunidad a Sanshiro y os dejéis llevar por la prosa tan increíblemente poética de Natsume Sōseki.