Cuando Enrique Redel, director de Impedimenta me ofreció El unicornio, una novela que hasta ahora no había sido editada en España, solo pensé en lo insinuante del título y en su autora, la gran Iris Murcoch. Cuando tranquilamente me senté en el sofá, una vez puesto cómodo en casa, cogí el libro y me puse a leer la cubierta: Traducción de Jon Bilbao, toda una garantía: y con un prólogo de Ignacio Echevarría, un lujo. ¡Esto promete, y mucho!
Y comienza la lectura. En el prólogo, Ignacio Echevarría nos coloca en el origen de la novela. John Bayley, profesor, crítico y compañero durante cerca de medio siglo de Iris Murdoch, nos cuenta que la idea de escribir El unicornio la concibió la autora durante una excursión en furgoneta por el oeste de Irlanda, adonde el matrimonio había viajado para conocer los famosos acantilados de Moher. «La costa rocosa del condado de Clare y la extraña extensión pedregosa de The Burren, sugirieron a Murdoch el paisaje ideal para el desarrollo de la novela. «Con su fantasía de una mujer inmersa en una especie de claustro sexual cerca de la costa salvaje, El unicornio siempre ha sido para mi la más irlandesa de todas sus novelas» escribe Bayley.
El unicornio, séptima novela de la autora, se sirve muy eficazmente de las plantillas tradicionales tanto de la novela gótica como de los cuentos de hadas (muy en particular, de La bella durmiente) para generar con muy escasos elementos un intenso espacio dramático capaz de dotar de verosimilitud a una compleja alegoría en torno a la dificultad que todos tenemos de ver realmente a los demás y quererlos por lo que son.
El comienzo de la novela no puede ser más convencionalmente incitante:
«¿A qué distancia está?
—Veinticinco kilómetros.
—¿Hay algún autobús?
—No.
—¿Hay algún taxi en el pueblo o coche que pueda alquilar?
—No.
—Entonces ¿cómo voy a llegar?
—Puede usted alquilar un caballo aquí cerca.
—No sé montar a caballo —dijo exasperada— y, en cualquier
caso, está mi equipaje.
Ellos la observaban con una curiosidad serena y distraída. Le
habían dicho que la población local era «amistosa», pero aquellos
hombres grandes y lentos, si bien no eran exactamente hostiles, ca-
recían por completo de la capacidad de reacción propia de la gente
civilizada. La habían mirado con extrañeza cuando les dijo adónde
iba. Quizá esa era la razón».
Una joven desciende del tren en una pequeña estación casi desértica, enclavada en un paisaje turbador que a ella se le antoja atroz. Marian Taylor, que así se se llama la joven, viene de la ciudad para trabajar como institutriz en el «castillo de Gaze», del que solo sabe que se haya situado en un remoto paraje costero, famoso por su belleza; y prestar sus servicios como lectora y acompañante a Hannah Crean-Smith.
Marian se dice a si misma que acaso comienza para ella «la era del realismo». La frase anticipa discretamente el rumbo entero de la novela, que admite ser leída como un relato de iniciación en el que se cumplen, uno tras otro (como en tantos cuentos de hadas), determinados ritos de paso.
First British edition cover
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Hannah es el centro, a cuyo alrededor orbitan todos los demás personajes. Ella viene a ser a ser El unicornio metafóricamente aludido en el título de la novela: animal mítico, símbolo de la virginidad y de la pureza. Hannah, encerrada en el castillo de Gaze a consecuencia de unos acontecimientos terribles que tuvieron lugar años atrás, cumple el papel de «chivo expiatorio». La manera que tiene de aceptar su cautiverio es vista por cuantos la rodean como una especie de sacrificio. Tal y como se dice en un diálogo decisivo, muy revelador de las intenciones de la novela: «Ella es nuestra representación de la importancia del sufrimiento».
Junto a Hannah hay otros personajes secundarios, o no tan secundarios, está Gerald, muy raro; Violet Evercreech, el ama de llaves; un jardinero llamado Denis Nolan; y un joven, Jamesie, hermano de Violet y que corretea por la casa a sus anchas. Al otro lado de la colina, frente a Gaze, se encuentra la residencia de los Lejour, en la que viven Max, un anciano profesor de lenguas muertas, y sus hijos, Alice y Philip, y el amigo de la familia, Effingham. Las vidas de este grupo de personas se entrecruzan de un modo insospechado para la recién llegada Marian, que lo único que advierte a su llegada es su sombrío comportamiento y la reserva con que se tratan, y especialmente a la señora de la casa, Hannah. Pronto descubrirá que existe un secreto relacionado con el marido de ésta, con su marcha a Estados Unidos y con la relación que existe entre algunos de ellos. Sin embargo, lejos de averiguar algo más concreto, los días se suceden sin distinción mientras Marian se sumerge en la malsana atmósfera de Gaze, de sus relaciones y de sus misterios.
Pero lo realmente importante no es lo que se cuenta en la novela, sino lo que el lector siente al adentrarse en ella; esa atmósfera sofocante que rodea todo, incluso cuando estás en medio del campo, al aire libre. Si cuando empiezas a leerla crees que es una historia de misterios, luego te das cuenta de que es una historia de retratos psicológicos a cual más inestable. Una gran novela.
La novela dividida en siete partes y treinta y cinco capítulos y atraerá tanto a los seguidores de su autora como a los fans del suspense, del terror, o sólo a los seguidores de la buena literatura.
Por Guillermo Loren