Las grandes obras con infantes como protagonistas no dejan de ser cantos a la individualidad más extrema, casi defensas a ultranza del darwinismo social, así relatos como El lazarillo de Tormes o Oliver Twist, salvando sus diferencias, nos muestran como los niños están capacitados para la bondad en mismo grado que para la supervivencia. Pero si hay alguna obra que se ha convertido en el paradigma de las infancias y adolescencias turbulentas no puede ser otra que el díptico de Mark Twain ambientado en el gran Mississippi, compuesto por las novelas Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn.
Estas dos obras, consideradas como parte de la primera hornada de las grandes novelas norteamericanas son tanto una perfecta descripción del sur de Estados Unidos durante los años previos al estallido de la Guerra Civil, como un estudio del alma salvaje e indómita de la juventud. En los libros se mezclan terratenientes sureños de intachable honor con viudas piadosas, borrachos de pueblo y esclavos negros, creando un crisol donde las mayores injusticias se mezclan con un hambre atroz por la libertad. La trama de las novelas se mezcla de forma tan orgánica con sus coordenadas espaciotemporales que muy difícilmente nos podemos imaginar a un Tom Sawyer o un Huck Finn lejos del Mississippi de mediados del siglo XIX. Aunque como es lógico, esto no ha sido impedimento para que variados artistas hayan tomado como punto de partida la obra de Mark Twain para llevarla a su terreno, sin descartar la opción de mover por el tiempo y el espacio a sus protagonistas. Cuando hablamos de Beowulf de Santiago García y David Rubín, vimos como el guionista optó por ser lo más fiel posible a la obra original, algo que la alemana Olivia Vieweg descarta totalmente en su cómic Huck Finn donde el joven Huckleberry Finn viaja hasta la actual Alemania, tratando eso sí de mantener su personalidad característica.
El trabajo de Olivia Vieweg es considerable, pues pocos lugares pueden ser más distintos que el sur de Estados Unidos a mediados del XIX y el norte de Alemania durante los primeros compases del siglo XXI. Aunque lo sencillo hubiera sido mantener la trama intacta cambiando únicamente los nombres de los lugares y la arquitectura de los edificios. Olivia Vieweg realiza a conciencia su labor, consiguiendo contar lo mismo que Mark Twain en la Alemania actual sin que se produzcan demasiados rechinamientos. La situación de Huck Finn se mantiene de forma parecida, aunque en lugar de ser acogido por una viuda rica, ahora vive bajo los cuidados de una voluntaria de una asociación de niños desfavorecidos. Aunque la mejor mutación sin duda es la del negro Jim, que pasa de ser un esclavo fugado de una plantación a una prostituta asiática de nombre Jin. Como es lógico, Jin es perseguida por mafiosos especializados en la trata de mujeres, que no dejan de ser el reflejo de los trabajadores del antiguo amo de Jim. Olivia Vieweg consigue un paralelismo excepcional en el que deja claro que siguen existiendo ciudadanos de segunda sin importar los avances de la sociedad. Estos criterios se ven nuevamente superados por la inocencia del niño, que sin dejar de ser un maleante es el único que se apiada de un alma en peligro.
Desgraciadamente, Huck Finn se resiente un poco cuando el protagonista se ve envuelto en una venganza de sangre entre dos familias. Aunque este elemento de honor es perfectamente entendible entre sureños con trajes de lino blanco, extraña un poco entre familias veganas de la Alemania actual. No resulta demasiado sencillo imaginarse a un padre de familia que practica yoga y toma mermelada ecológica matando a su vecino con una puñalada durante un duelo. Por fortuna, este intento de traslación tan directa que no termina de funcionar no lastra totalmente la obra, consiguiendo que Olivia Vieweg termine el viaje de Huck y Jin de forma más que notable, logrando que la amistad entre el granuja de Halle y la antigua prostituta asiática tenga poco que envidiar a la del canalla de St. Petesburg y el antiguo esclavo negro. Huck Finn es una adaptación más que notable, aunque también se debe reconocer que la obra de Olivia Vieweg funciona perfectamente al margen del texto original de Mark Twain, sabiendo la autora crear una obra con personalidad propia, tanto por las decisiones que toma a la hora de trasladar el argumento como gracias a su acabado visual, con un dibujo y una narrativa puesta siempre al servicio de la historia que quiere contar.