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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Buscando la identidad perdida – El Periódico de Aragón – «El jardín de vidrio», de Tatiana Țîbuleac

La moldava Tatiana Țîbuleac vuelve a tratar la falta de amor en la infancia y el recorrido para encontrarse en El jardín de vidrio tal como hizo en El verano que mi madre tuvo los ojos verdes

La moldava Tatiana Tibuleac exploró las relaciones maternofiliales en su cruda novela El verano que mi madre tuvo los ojos verdes (premio Cálamo al libro del año 2019) y vuelve a tratar la falta de amor en la infancia y la búsqueda de la identidad en su nuevo libro, El jardín de vidrio, dos obras que, asegura, «son muy populares entre los psiquiatras». En 2019, Țîbuleac llegó a las librerías en español con su primera novela, que cosechó numerosos premios, con la historia de un adolescente problemático que se enfrentaba a la muerte de su madre por cáncer, un libro que, sostiene ha sido utilizado en muchas ocasiones por psiquiatras en sus terapias, según explica en una entrevista con Efe. La autora regresa ahora con El jardín de vidrio, editada como la anterior en Impedimenta, una novela en la que narra la historia de Lastochka, una niña que, durante los años más grises del comunismo en Moldavia, es rescatada de un terrible orfanato por una anciana rusa.

«Algunos padres no manifiestan su amor por motivos diversos, algunos simplemente no saben cómo»

Tatiana Țîbuleac

Sin embargo, ese acto de aparente piedad esconde una realidad terrorífica: la pequeña será obligada a trabajar recogiendo botellas por las calles de la ciudad de Chisináu durante casi una década en la que se le prohíbe hablar su lengua materna y tiene que adoptar el ruso como modo de expresión. La protagonista se convierte así en el símbolo de la pérdida de su identidad cultural de todo un pueblo al que se le arrebató su lengua y su cultura, como le ocurrió a su autora, nacida en 1978 en Moldavia, un país de cultura rumana que fue durante medio siglo parte de la URSS.

«Es difícil explicarle a un extranjero por qué tu lengua no se llama moldavo, sino rumano o ruso»

Tatiana Țîbuleac

Y es que en 1939 se dividió Rumanía en esferas de influencia para Alemania y la URSS y tras la Segunda Guerra Mundial, Besarabia, ocupada por las tropas soviéticas, se convirtió en la República Socialista Soviética de Moldavia, parte de la URSS hasta su independencia en 1991. Y se impuso el moldavo, una lengua neolatina similar al rumano pero escrita en caracteres cirílicos, como idioma oficial. «Las discusiones sobre la lengua moldava, la lengua que se nos impuso en Moldavia durante muchos años, una lengua inventada y humillante, no son nunca sencillas. En primer lugar, porque no se conoce este detalle en todo el mundo y es difícil explicarle a un extranjero por qué vienes de Moldavia pero tu lengua no se llama moldavo, sino rumano o ruso», explica Țîbuleac.

«A alguien le puede parecer algo maravilloso que un país, una zona geográfica, tenga una lengua solo suya. Y muchas veces así es; pero la lengua moldava no fue algo que nosotros quisiéramos conservar a cualquier precio, sino algo impuesto a cambio de nuestra verdadera identidad. El paso a la caligrafía cirílica se realizó para separar a la población natural de Besarabia y acercarla a Rusia», prosigue. Y el resultado, sostiene, «fue digno de Frankenstein: olvidados en una parte y no aceptados en la otra».

Cuando era niña, recuerda, no pensaban demasiado en lo que sucedía a su alrededor: el ruso era el medio de comunicación más rápido, la lengua de las élites. Y en la escuela, en primaria, aprendían la lengua moldava y nadie se planteaba si era correcto o no. Pero con la independencia «nos dijeron que nuestra lengua era otra, no esa con la que habíamos crecido. Nos dijeron que la lengua rusa no era mejor, al contrario, que se trataba de la lengua de los ocupantes y que debíamos olvidarla. Te sientes humillado, burlado incluso, al descubrir que todo lo que te han contado hasta entonces ha sido una mentira».

Țîbuleac ha vivido siempre, asegura, con el sentimiento de que todo lo que hace está «entre» dos culturas completamente diferentes, la eslava y la latina. Y a veces ha sentido que no pertenece a nadie: ¿Cuánto tarda un pueblo en recuperar su identidad cultural?. «A veces toda una vida, a veces generaciones enteras», responde la escritora.Para Țîbuleac, una infancia sin amor y una niñez de maltratos son las dos caras de la misma moneda. Sobre la falta del primero escribió El verano que mi madre tuvo los ojos verdes y sobre lo segundo El jardín de vidrio. Sin embargo, en el caso de una infancia sin amor, hay muchos más matices: «Algunos padres no manifiestan su amor por motivos diversos, disciplinarios, religiosos, porque simplemente no saben cómo hacerlo, no les ha enseñado nadie, pero esto no quiere decir que no amen a sus hijos, mientras que una paliza es una paliza, un abuso es un abuso, aquí no caben ya la explicaciones». Una vulnerabilidad de los menores que suele ser aún mayor cuando se trata de una niña: «Allí de donde vengo yo, siempre».