Hay un centenario que ha sido eclipsado por el de la Primera Guerra Mundial, pero no ha pasado desapercibido a los amantes de las exploraciones: la fallida expedición de Ernest Shackleton a la Antártida. Una aventura que comenzó en el puerto inglés de Plymouth el 8 de agosto de 1914, a las cinco semanas del asesinato del príncipe austriaco Francisco Fernando en Sarajevo. Shackleton y su tripulación navegaron a Buenos Aires, luego a las islas Georgias del Sur -el último confín del Imperio Británico- y finalmente pusieron rumbo al Polo Sur. La idea era atravesarlo de un extremo a otro, tomar fotografías y efectuar mediciones científicas. Sin embargo, cuando se aproximaban a su destino el barco que habían fletado, el ‘Endurance’ (Resistencia), quedó atrapado en el Mar de Weddell. Sin posibilidad de comunicarse con nadie, flotó a la deriva durante meses hasta que el hielo que lo aprisionaba quebró el casco y lo hundió el 21 de noviembre de 1915.
Los náufragos recogieron la carga, el instrumental y los botes salvavidas e iniciaron una larga lucha por la supervivencia. Primero en el campamento Océano, junto al ‘Endurance’ herido de muerte, y más tarde en el campamento Paciencia. Los dos asentamientos habían sido improvisados sobre placas de hielo que los arrastraron al oeste. Cuando el suelo se cuarteó bajo sus pies subieron a los botes y se dirigieron a la isla Elefante, tierra firme, donde se refugiaron precariamente el 14 de abril de 1916, lejos de las rutas habituales de los barcos y ajenos a las batallas que se libraban en Europa. Habían tenido suficiente con transportar el equipo, cuidar de los perros de tiro y racionar las provisiones.
A Shackleton se le recuerda porque partió de la isla Elefante en busca de ayuda y salvó a sus hombres. Él y cinco expedicionarios habilitaron un bote de siete metros y completaron una travesía aparentemente imposible, un viaje heroico de 1.200 kilómetros hasta las Georgias del Sur. Se despidieron el 24 de abril de 1916 y llegaron a su destino el 8 de mayo, en medio de una tempestad que los obligó a desembarcar en una playa deshabitada de la isla San Pedro. El lugar recibió el nombre de ‘Peggotty Camp’ en recuerdo la vivienda flotante de Peggoty, la criada de David Copperfield, personaje de Charles Dickens.
Shackleton y dos compañeros realizaron una travesía montañosa de tres días para alcanzar la estación ballenera de Stromness, donde les informaron de que Europa se había vuelto loca. A continuación recogieron al grupo que habían dejado en la otra punta de la isla San Pedro y buscaron febrilmente un barco para rescatar a los hombres aislados en la Antártida. Después de tres tentativas fallidas a causa del hielo, Shackleton regresó por fin a la isla Elefante en un remolcador de la Armada chilena y devolvió a los náufragos a casa sanos y salvos. Era el el 30 de agosto de 1916. Dos años y tres semanas después de haber salido de Plymouth. 30.000 personas los vitorearon en Punta Arenas, en Chile.
Un libro para jóvenes de William Grill, editado por El Chico Amarillo-Impedimenta, relata ‘El viaje de Shackleton’, la última de las grandes expediciones polares del siglo pasado. Otras publicaciones sobre aquella aventura recogen las imágenes tomadas por el fotógrafo de la expedición, Frank , que todavía inspiran admiración. Sin embargo, el relato de William Grill está ilustrado con bellos y originales dibujos. Es un texto conciso y fácil de leer; quizá pueda acercar a la lectura a algún adolescente despistado con un mapa al lado.
A Shackleton (1874-1922) le gustaba leer. Nacido en el condado de Kildare (Irlanda), de joven devoraba poesía. Pero le atraía el mar y con 16 años dejó los estudios para enrolarse en un barco. Un día comunicó a sus colegas un pensamiento que le había venido a la cabeza. Era un pensamiento solemne: «Creo que puedo hacer algo con mi vida. Quiero que mi nombre pase a la Historia».
La exploración fue su pasión. En 1904 viajó a la Antártida con la expedición Discovery, de Robert Scott, y tres años después lideró su propia empresa, la expedición Nimrod, llegando a 190 kilómetros del Polo Sur. Se trataba de un récord para la época y le dieron el título de sir. Cuando Roald Amundsen conquistó el polo geográfico en diciembre de 1911, Shackleton se propuso ser el primero en atravesar la . En diciembre de 1913 insertó un anuncio en la prensa que se hizo famoso: «Se buscan hombres para viaje arriesgado. Poco sueldo, mucho frío. Largos meses de oscuridad total, peligro constante, regreso a salvo dudoso. Honor y reconocimiento en caso de éxito».
Respondieron 5.000 candidatos. Había hombres de mar y científicos ansiosos. Shackleton zarpó a Buenos Aires con una tripulación que en el camino quedó reducida definitivamente a 27 personas. El barco era un bergantín rebautizado como ‘Endurance’ por el lema de los Shackleton: ‘Fortitudine Vincimus’ (venceremos gracias a la resistencia).
Ese lema los salvó a todos en la Antártida. Shackleton fracasó en su objetivo de cruzar el Polo Sur, pero pasó a la Historia como se había propuesto gracias a su liderazgo. Mantuvo la moral alta a pesar de los malos momentos e impuso actividades y rutinas que impulsaron a sus compañeros a sobrevivir. Una de las actividades fue la lectura. «El tiempo transcurría muy despacio», explica William Grill. En el campamento Paciencia, mientras unos cuantos cazaban focas y pingüinos, otros se sumergían en la Enciclopedia Británica.
“Elegí la vida por encima de la muerte para mí mismo y para mis amigos… -escribió Shackleton-. Creo que está en nuestra naturaleza el deseo de explorar, de adentrarnos en lo desconocido. La única derrota verdadera sería la de no salir a explorar jamás”.
Por Javier Muñoz