- Dotada de una prodigiosa sensibilidad Hiroko Oyamada describe sonidos, animales, texturas y sensaciones haciendo de Agujero una experiencia sensorial
Agujero, de la escritora nipona Hiroko Oyamada, es una historia realista pero suspendida en el limbo de lo irreal. Como si la fantasía no llegase a desprenderse de su núcleo y fermentar. Como si la burbuja de la realidad fuese tan solo arañada por lo imposible, pero sin llegar nunca a resquebrajarla.
Agujero (Impedimenta) es la historia de Asa y su esposo tras mudarse a una nueva casa en el campo. Él ha sido trasladado en el trabajo así que se mudan a una vivienda que los padres de él les dejan. De este modo Asa se despide de su empleo y de su antigua vida para ingresar en un nuevo orden: una rutina desencantada en una zona rural en la que el calor del verano la asedia.
El sonido de las chicharras, la contemplación de la naturaleza, el calor asfixiante y la soledad comienzan a invadir a Asa y a transformar su existencia. El exceso de tiempo libre la obliga a pasear y descubrir un extraño animal inidentificado que la hace caer en un agujero. La metáfora lewiscarrolliana es más que evidente. Sin embargo, a pesar de los paralelismos, aquí no encontramos a una Alicia que accede a un universo mágico y loco. Más bien lo que Oyamada nos muestra es una Alicia nipona que descubre que la realidad es más extraña de lo que aparenta. Así que más que Carroll habría que convocar aquí, como influencias directas, la sensibilidad de Kawabata y el acercamiento misterioso a la realidad de Murakami. Un acercamiento que se justifica en parte por el animismo, tan presente en Japón.
Dotada de una prodigiosa sensibilidad Hiroko Oyamada describe sonidos, animales, texturas y sensaciones haciendo de Agujero una experiencia sensorial. Nos paseamos por estas páginas como quien recorre un mundo repleto de impresiones, fogonazos lánguidos. El agujero funciona como una metáfora de nuestra imprecisa capacidad para percibir el mundo. Y la historia es una excusa para estudiar nuestra relación con la realidad, la soledad y nuestro Yo. La narración acusa un ritmo pausado, recreándose en detalles que nos muestran el interior de la protagonista.
Una mujer caracterizada por su minuciosa observación del mundo. Un mundo en perpetuo cambio y movimiento. Tedioso y monótono, y que a pesar de su aparente belleza y encanto, se percibe opresor y misterioso. Los personajes que se encuentra también participan de esta aparente normalidad pero irrebatible misterio: una vecina que guarda las distancias, un abuelo que riega bajo la lluvia, un esposo ausente, un cuñado extravagante que habita en el trastero como un Wakefield fugado de la realidad…
Concluye el libro con dos relatos que nada tienen que ver con Agujero pero que se conectan estilísticamente. Sin comadreja y Una noche en la nieve comparten personajes entre sí: dos parejas de jóvenes que mantienen una estrecha relación de amistad. En sus diálogos de aparente trivialidad surgen destellos de una realidad acechante.
Las tres historias están recorridas por corrientes subterráneas y paisajes emocionales similares. En las tres aparecen extraños animales que complican el discurrir de la normalidad: el irreconocible mamífero que hace agujeros de la primera nouvelle; las invasoras comadrejas de la segunda historia, y la truculenta historia de cómo acabaron con ellas; y por último, un pez tropical que salta de la pecera en mitad de la noche.
Agujero es una historia de aparente sencillez que enmascara una profunda belleza y una sutilísima mirada hacia nuestro interior a través de lo mágico cotidiano.
—Pedro Pujante, La Opinión de Murcia.