En su apartamento parisino, Catherine Meurisse dibuja una puerta en la pared que seguidamente abrirá para transportarse a su infancia y a ese campo en el que tuvo la enorme fortuna de pasar una larga etapa de su vida. En ese instante se iniciará el camino para evocar el momento en el que se trasladó junto con sus padres, una pareja de intelectuales, y su hermana a una pequeña aldea de 200 habitantes donde reconstruyeron una vieja casa de muros de piedra. A partir de ahí, descubrirá una nueva vida en la que los es quejes son lo más importante, el calendario lo marcan la floración de las plantas y los brotes de los árboles y en la que el campo será esa ludoteca que siempre tienen al alcance de la mano.

Con continuas y atinadísimas citas literarias y homenajes al mundo de la pintura, la autora reivindica desde el punto de vista de una niña el gusto por la naturaleza, como el camino a seguir para ser capaces de comprenderla y entender la importancia de amarla y conservarla. Todo sin dejar de lado aspectos más actuales y menos idílicos como el monocultivo, los pesticidas, la tala in discriminada o la masificación del turismo rural. Cómic plagado de emociones que no pretende ser una apología del mundo rural sino un viaje al pasado, un regreso a las sensaciones de la infancia que la autora reproduce con tremendo detalle tanto narrativa como gráficamente y salpicado de las dosis necesarias de humor, incluso con momentos para reírse de una misma, como cuando llega el siempre difícil momento de abandonar la infancia.